Clarín

Algo está a punto de ocurrir en Suiza

Con los bellos paisajes de ese país de fondo, la serie escrita por una chilena y protagoniz­ada por una actriz alemana (Natacha Régnier) rompe fronteras para zambullirs­e en el mágico mundo de lo fantástico. La tensión atraviesa los ocho capítulos. Género

- Diego Jemio Especial para Clarín

Una madre y un hijo recorren en auto una ruta perfecta, con hileras de árboles simétricam­ente plantados. El vehículo se desplaza silenciosa­mente sobre un paisaje nevado, digno de un fondo de pantalla. Están llegando al valle de la Gruyère, en la no menos perfecta Suiza. Valérie Rossier (Natacha Régnier) es una neurociruj­ana prestigios­a, que decidió abandonar Ginebra para instalarse en un prestigios­o sanatorio de su pueblo natal. “¿Cuántos cerebros trituraste ya?”, le pregunta con frecuencia su hijo. Ella está entusiasma­da, mientras que al pibe la mudanza le causa poca gracia.

Ése es el escenario de inicio -frío y aséptico- de Anomalía, la serie de género fantástico escrita por la chilena Pilar Anguita-MacKay, filmada en Suiza y hablada en francés. Desde el inicio de la serie (que el martes estrenó Europa Europa), Valérie deberá lidiar con su mentor, un tipo ególatra y gélido como la carretera. Pero su principal problema no será su jefe.

La narración de Anomalía transcurre en dos líneas, que se entrecruza­n todo el tiempo. Por un lado, los casos clínicos -uno por episodio- de un cen- tro de neurocirug­ía de vanguardia, donde los robots están a punto de reemplazar a los médicos. Y, por el otro, los recuerdos de la infancia de la médica, las alucinacio­nes y todo el mundo de lo “paranormal”.

En el pueblo, todos conocen la historia de una bruja tirada a una fuente, que desde ese entonces está seca. La leyenda, por supuesto, tiene a Valérie -una mujer de la ciencia- como una de sus principale­s detractora­s.

El punto más interesant­e del episodio estreno giró en torno a las du- das. En un principio, esas dudas aparecen como algo curioso -una anomalía- en la mente de una mujer que vive en un mundo de certidumbr­es, pero con el tiempo esos planteos cobran más fuerza. Y también van sucediendo en la mente de su hijo.

En Sexto sentido, el actor Haley Joel Osment, que en ese entonces era un niño, le decía a Bruce Willis una frase que quedó en el imaginario del cine de los ‘90: “I see dead people” (“Veo gente muerta”). Aquí también hay aparicione­s -no conviene contar más-, que llegan para patear el tablero de la lógica y la verdad de la medicina alopática, en un mundo occidental y en el contexto de una clínica de avanzada. El argumento no resulta nada descabella­do teniendo en cuenta que en Suiza aún es frecuente la consulta a los “guérisseur” (curanderos).

La actriz Natacha Régnier ( La vida soñada de los ángeles) construye con delicadeza su personaje y pone el acento en la tensión entre el deber ser de la medicina tradiciona­l y las cosas que le van “sucediendo” en su pueblo natal y en la inmensa casa que eligió para mudarse. Mientras que su jefe, el profesor Wassermann (Didier Bezace), juega bien el rol de maestro estricto -y al borde del retiro- ante su discípula más brillante.

La factura técnica es impecable. La dirección de arte está construida en base a los fríos paisajes suizos y a una atmósfera hecha del silencio de las salas de espera y del sonido mudo de la nieve pisada. Todo eso anticipa algo fantástico que está a punto de ocurrir. ■

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Blanca y radiante. La nieve que rodea a Valérie Rossier, la prestigios­a neurociruj­ana que compone la alemana (criada en Bélgica) Natacha Régnier.

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