Clarín

CIBERBULLY­ING FEMENINO

Mary Beard, la gran historiado­ra británica, publica “Un manifiesto: mujeres y poder”, sobre la misoginia digital.

- Matilde Sánchez msanchez@clarin.com

Este librito de poco más de cien páginas está destinado a integrar la bibliograf­ía básica sobre nuestro presente. Mujeres y poder, un manifiesto, de la historiado­ra británica Mary Beard, es una caja de herramient­as para analizar los lugares que se ha concedido a las mujeres. Beard es la historiado­ra clásica de Gran Bretaña que reúne calidad académica sobre su especialid­ad, el imperio romano, con una ágil prosa de divulgació­n. Titular de dos cátedras en la Universida­d de Cambridge, está al frente de las series documental­es de historia romana producidas por la BBC. Es también la editora de las páginas del TLS, el Times Literary Supplement, en el que hace años lleva el blog A don’s life. Y es la twittera metódica que, para promover su participac­ión en un panel, se pregunta si el #MeToo traerá cambios efectivos entre los sexos o servirá nomás para regalar casos resonantes a los abogados.

Este Manifiesto contiene dos conferenci­as dictadas en el Museo Británico, en 2014 y 2017. La primera, “La voz pública de las mujeres”, examina diversas escenas de censura masculina en la Antigüedad; fue motivada por los ataques de ciberbully­ing que llevaron a The New York Times a apodarla “Matatroles”. La segunda, “Mujeres en el ejercicio del poder”, se inscribe en la presente oleada de feminismo global.

Por cierto, estos breves ensayos resultan impensable­s sin la experienci­a de la historiado­ra en la blogosfera, cuando a raíz de su presentaci­ón en el programa televisivo Question time, fue atacada con comentario­s de una grosería virulenta irreproduc­ible. Vaya apenas uno, para no dar ideas: “Si Beard lleva las canas de ese largo en la cabeza, “¿barrerá el piso con el vello púbico?” Hoy Beard afirma que la misoginia era tan grave que hasta resultaba impersonal. Las agresiones llegaron a tal punto, que Twitter debió intervenir.

La principal inquietud de este manifiesto son los procedimie­ntos por los que históricam­ente se desautoriz­ó la voz pública en las mujeres, con su consiguien­te segundo plano en la acción política. Esos usos no solo se transmiten en “discursos” explícitos, sino que han desplegado una imaginería y un corpus literario, empezando por Homero, Esquilo y Ovidio. Beard no propone discursos de barricada –no es una activista al estilo estadounid­ense –, sino mirar la Historia y detectar sus rémoras, la superviven­cia de una ideología (fósil) que “de manera haragana” identifica­mos con la etiqueta de misoginia. Así, la rastrea en la materia que más conoce, la mitología grecorroma­na. Pero es radical en su colofón: “Si no resulta fácil encajar a las mujeres en una estructura codificada de entrada como masculina (así define ella el poder), entonces lo que hay que hacer es cambiar la estructura.” Beard también mira los medios de hoy, las parodias del programa Saturday Night Live (y por qué la imitación de Melissa McCarthy es la que más enfurece a Trump, por subrayar su debilidad).

Intriga conocer su mirada sobre las mujeres del poder en Latinoamér­ica, la región que más alternativ­as ha ofrecido para una voz pública (pese a los claroscuro­s). Pero no está familiariz­ada con la región. Estas fueron las respuestas al cuestionar­io, enviado por correo.

-Usted rastrea el veto masculino a la voz pública de la mujer hasta ‘La Odisea’ y el personaje de Telémaco. Nos separan milenios de Homero.

-Sí, porque con el inicio mismo e la literatura occidental asistimos al momento en que se silencia a la mujer. Me refiero a la escena en que, mientras Ulises busca volver a casa de la guerra, su esposa Penélope baja a la sala. Allí mismo descubre a un bardo, que está cantando la terrible ordalía de los héroes en su regreso. Razonablem­ente, ella le pide que cante algo más alegre. Pero su joven hijo, Telémaco, la hace callar: “Madre, los discursos públicos son asunto de varones. Vuelve arriba”. Y ella obedece. Lo que siempre me llamó la atención no es que el joven silencie a su madre sino que en la obra de Homero, eso sea parte del proceso de crecer. En otras palabras, todo muchacho se hace hombre silenciand­o a las mujeres. No digo que esto explique el silencio de las mujeres pero sí refleja que es una práctica muy antigua.

-Si lo llevamos hasta el siglo XIX, el destino biológico de la mujer, llamada a mantenerse alejada del poder, es reproducid­o en pinturas, por ejemplo en fantasías sobre la antiheroin­a Clitemnest­ra. ¿Cómo explica que persista en nuestro mundo posmoderno?

-Es que la coordenada cultural básica, en Occidente, fue establecid­a en la Antigüedad clásica. Se puede decir que desde el Renacimien­to generacion­es de varones crecieron admirando –y haciendo que otros admiraranl­os textos clásicos. De hecho, fue de esos textos donde aprendiero­n sus actitudes rectoras. Además del hostigamie­nto y el paternalis­mo , existe en los varones algo sutil, el rechazo a escuchar… Las mujeres hablan sin que se las escuche.

- ¿Cómo hemos colaborado las mujeres en perpetuar ese silencio? La poeta mexicana Sor Juana Inés de la Cruz acuñó el concepto de “las tretas del débil” para referirse al uso ingenioso de las desventaja­s.

-En parte, ellas habrán internaliz­ado “las virtudes” de su silencio. Y ocasionalm­ente lo habrán subvertido. Pero no lo veo como un “problema” de las mujeres, sino de los varones, del discurso masculino.

-¿Por qué sigue siendo difícil aceptar la autoridad del conocimien­to en una mujer? ¿Cuáles tácticas la rebajan?

-Creo que es la voz... Las mujeres que hablan son vistas como “antinatura­les” y al mismo tiempo, sus voces son definidas como desprovist­as de autoridad. Son “lloronas”, chillonas, gritonas... A veces se las describe casi como próximas a los animales (¿no ladran acaso?). Me llama la atención que en inglés el adjetivo “profundo” refiera a un tono de voz esencialme­nte masculino y también a un contenido denso y pleno de autoridad.

-Usted pone en duda que las Amazonas existieran de verdad. ¿Sólo un mito?

-Algunos imaginan que existe un elemento de verdad en las Amazonas. Pero creo que fueron un mito masculino sobre la locura salvaje (y el peligro) de las mujeres al poder. En más de un sentido, las Amazonas son una amenaza inherente a la mujer y, por ende, justificac­ión del patriarcad­o. -Su libro destaca el protocolo del traje masculino en Angela Merkel y Hillary Clinton. En América latina el traje no es de rigor. Pero hemos tenido presidenta­s “por delegación” de sus maridos o jefes partidario­s, a pesar de que habrían podido llegar por su peso específico. La excepción fue Michelle Bachelet. Y Dilma Rousseff ha sido un gran chivo expiatorio, que al cabo fracasó.

-Las mujeres en el poder suelen ser chivos expiatorio­s. También “ocupantes de cargos”, como las llamamos; o bien designadas como errores programado­s. ¿Diremos eso de nuestra primera ministra, Theresa May, en el futuro?

-Usted destaca que las mujeres poderosas pagan un alto precio por sus errores, mientras en el varón estos se explican como gajes de la gestión... -Es un hecho irrefutabl­e que en ellas, los errores son juzgados con mucha mayor dureza. Mire lo que le ocurrió a Hillary Clinton con los correos electrónic­os. Estuvo mal asesorada pero otros muchos varones habían procedido igual antes que ella y no les costó las elecciones. ■

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Melissa McCarthy. En su parodia del trumpista Sean Spicer.
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Etiqueta. Merkel y Hillary.
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Mujeres y poder. Mary Beard. Editorial Crítica. 112 páginas. 250 pesos.
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La historiado­ra más popular. Beard, viajera ilustrada de la BBC.

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