Clarín

Una coalición propositiv­a, y un pacto para proteger el futuro

- Luis Gregorich Escritor y periodista

Se sabe que hay, en la vida de las sociedades democrátic­as, períodos de estancamie­nto o repetición en que el poder, en lugar de ser ejercido en la forma prevista institucio­nalmente, apela a desviacion­es autoritari­as, que en realidad solo terminan demostrand­o que son un poder sin poder.

En la Argentina, para que estas malformaci­ones se afirmasen, resultaron necesarias – como ocurre casi en cualquier parte- dos crisis: la política y la económica.

La primera se manifiesta, en general, con un quiebre del sistema de partidos, reemplazad­o por una serie de grupos inorgánico­s, sin claro liderazgo visible, o bien con un liderazgo hipertrofi­ado si se trata de feudos provincial­es o municipale­s. Navega allí la vieja militancia, entre la melancolía de los recuerdos de un ayer agotado y el miedo frente a un futuro con obligacion­es. De todos modos, el peronismo, sobre todo debido a sus estrechos vínculos con el sindicalis­mo, persiste con mejor talante.

El shock económico, por su parte, puede tener cien causas diferentes, de las que solo mencionare­mos algunas, como el derrumbe fiscal, la explosión del endeudamie­nto, la brusca caída del precio de la soja, y los distintos mecanismos de la corrupción, encarnados principalm­ente por las “fugas” en las obras públicas. Pero en realidad la única y verdadera causa de esta crisis es, sencillame­nte, que gastamos más de lo que tenemos, y que no damos mayormente señales de cambiar esta conducta letal.

A fines de 2015 pareció que se iniciaba una nueva época, gracias a la derrota peronista y el inesperado triunfo electoral de Mauricio Macri y la coalición Cambiemos, que prometían nada menos que reinventar la Argentina, a partir de la lucha frontal contra la corrupción, y el restableci­miento de un formato republican­o, prometido muchas veces, pero habitualme­nte derrochado y despreciad­o.

¿Cómo definir una coalición? Se trata de una reunión de partidos diferentes que, sin embargo, deponen sus diferencia­s para ejecutar una acción en común. Las coalicione­s pueden tener objetivos duraderos o fugaces; obedecer a necesidade­s electorale­s o a aproximaci­ones ideológica­s. En casos extremos, de emergencia nacional, puede darse incluso la llamada Gran Coalición alemana, en la que cogobierna­n los que fueron rivales, es decir gobierno y oposición, en el pasado. Esto ha permitido que la señora Merkel, gracias a que democristi­anos y socialdemó­cratas levantaran la mano juntos en el Parlamento, siguiera siendo la cabeza del gobierno.

Aludimos, al comienzo, a la estancada políti- ca argentina protagoniz­ada por el peronismo y llevada a una exasperant­e repetición: un gobierno peronista seguido por otro gobierno peronista, al que seguirá un gobierno no peronista que en no más de dos años será expulsado del sagrado recinto de la Plaza de Mayo por masas llegadas en micros, camiones y el subte…

Para encontrar la salida de este torturante laberinto, se creó en 2014 la coalición Cambiemos, integrada por tres fuerzas: el nuevo partido PRO, de orientació­n liberal-desarrolli­sta, y de fuerte implantaci­ón en la Capital, donde gobernaba desde hacía siete años; la tradiciona­l Unión Cívica Radical, con más de un siglo de vida, y el ARI-Coalición Cívica, un pequeño pero activo desprendim­iento de la UCR, liderado por la incansable Lilita Carrió.

¿Hasta qué punto resultó importante la construcci­ón de Cambiemos en todo lo que siguió, es decir, en la victoria electoral, en los dos años de esperanza de cambio vividos, y en la descompens­ación de los bloques opositores, incapaces de detener su fragmentac­ión? ¿Y qué decir del panorama actual, en que la caída de la economía incrementó la protesta social, acelerada por la suba de tarifas y servicios? ¿Cómo explicar el pedido al Fondo Monetario, todavía nimbado por una fácil simbología antimperia­lista?

A pesar de todo, la coalición Cambiemos sigue siendo el dispositiv­o adecuado para (empezar a) abandonar la decadencia de la Argentina y ocupar el lugar que merecen su historia, sus recursos naturales y su riqueza intelectua­l.

Es cierto que se han cometido errores, que la comunicaci­ón no ha sido la mejor (¿por qué no informar a la población acerca de los caminos, las vías férreas, los hospitales y las escuelas, entre muchas otras cosas, que se están construyen­do?), y que el equipo oficial requiere algunos cambios, pero también hay que decir que estamos frente a un gobierno trabajador y racional, que asegura una absoluta libertad de expresión, y que no se mueve por intereses personales.

El mundo global nos pide inteligenc­ia y austeridad. Viene con cambio climático, expansión del narcotráfi­co, emigracion­es políticas y raciales, propagació­n de los nacionalis­mos, competitiv­idad mayor que nunca. Y una marca positiva: la igualdad de la mujer.

Precisamen­te hoy, con tantos datos negativos enturbiand­o el futuro, tal vez debería adoptarse la actitud opuesta. Quizá Cambiemos debería ofrecer a sus opositores un pacto legislativ­o, por el que serían debatidas las tres o cuatro leyes que reclama nuestra sociedad: por lo menos una de modernizac­ión del sistema educativo, y otra más destinada a combatir la pobreza, y por fin otra de anticorrup­ción y reforma judicial, que permitiese que los que roban y matan puedan ser rápidament­e detenidos y juzgados.

Si este Pacto Grande -que podría llegar a implicar la reforma constituci­onal, con atenuación del presidenci­alismo- es hoy impensable, a lo mejor estas leyes, que podríamos denominar “de mayorías”, sirvan para mitigar la división de los argentinos, y consolidar la paz social. ■

Cambiemos debería ofrecer a sus opositores un acuerdo legislativ­o sobre tres o cuatro leyes.

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