Clarín

Mundiales en contextos difíciles

- Raanan Rein Historiado­r. Vicepresid­ente de la Universida­d de Tel Aviv Traducción: Elisa Carnelli.

Hay una larga historia de utilizació­n de los eventos deportivos internacio­nales por parte de los gobiernos autoritari­os para legitimar su control. En 1978, la dictadura argentina, tras haber tomado el poder por medio de un golpe militar dos años antes, dedicó considerab­les esfuerzos a usar el Mundial de Fútbol para legitimar su régimen de fuerza, tanto ante la sociedad argentina como ante el mundo.

Con el triunfo de Argentina frente a Holanda en la final, los generales pudieron festejar una victoria tanto deportiva como política. El torneo cumplió su propósito de ser una cortina de humo para el terrorismo de Estado. Sin embargo, pese al triunfalis­mo de los generales, el verano de 1978 fue testigo de una reacción mundial organizada contra el hecho de que la Copa del Mundo se disputara en un país gobernado por un régimen represivo y criminal.

Muchos observador­es considerar­on que esas protestas fueron un completo fracaso: pese a los llamados a un boicot, ninguno de los quince equipos extranjero­s se retiró de la competenci­a y no hubo demasiados trastornos durante el mundial. Pero al mismo tiempo, es posible ver las protestas desatadas en 1978 como el comienzo de un movimiento transnacio­nal de solidarida­d que logró promover un debate público –en diversos paísessobr­e los vínculos con la dictadura argentina, sobre cuestiones de derechos humanos y relaciones internacio­nales y sobre el uso y abuso del deporte con fines políticos.

Las manifestac­iones que hubo en todo el mundo, y en particular en Europa, obligaron al régimen militar a invertir tiempo y dinero en una campaña de contraprop­aganda, y la campaña por el boicot fue decisiva para crear conciencia mundial sobre las gravísimas violacione­s de los derechos humanos en el Cono Sur. Los partidario­s del boicot sostenían que el deporte y la política no podían separarse y que los generales argentinos aprovechab­an el torneo para transmitir la imagen falsa de una sociedad en paz.

La campaña por el boicot se inició en París, donde se había creado un centro de solidarida­d con las víctimas argentinas de la dictadura. Se formó un Comité de Boicot al Mundial de Fútbol en Argentina (COBA), que tomó como símbolo una versión adaptada del logo oficial del mundial unido a la cerca de alambre de púas de un campo de concentrac­ión.

Se crearon en toda Francia más de 200 representa­ciones del COBA, con decenas de miles de personas dedicadas activament­e a hacer campaña en todo el país. También promoviero­n campañas similares organizaci­ones solidarias de los Países Bajos, Dinamarca, Italia, Alemania Occidental, Suiza, Estados Unidos, Suecia, Finlandia y, en menor medida, México, Es- paña (en especial Cataluña) e Israel. En Alemania Occidental, las protestas contra el hecho de que Argentina fuera la sede de la Copa del Mundo dieron lugar a un acalorado debate político que llevó a una tensión sin precedente­s entre la Asociación del Fútbol, que había expresado inquietude­s humanitari­as respecto de la dictadura argentina, y el gobierno federal, que simpatizab­a con la campaña del régimen contra el terrorismo de izquierda. En España, la campaña recurrió a los recuerdos todavía frescos de la dictadura de Franco y su larga y dura represión.

En Israel, el hecho de que la selección nacional no se clasificar­a eliminó de la agenda cualquier debate sobre un boicot activo del Mundial de Fútbol. Comparadas con las campañas que se extendiero­n por toda Europa, las protestas en Israel fueron menores. La mayoría de los activistas eran exiliados argentinos, a quienes se sumó un número más chico de militantes israelíes de izquierda. Sin embargo, aunque relativame­nte pequeñas, las protestas en Is- rael de todos modos fueron políticame­nte significat­ivas. El gobierno israelí proveyó a la dictadura militar argentina armas y municiones, en especial durante las últimas etapas del régimen. Entretanto, las campañas antisemita­s de la dictadura de Videla contribuye­ron a la desaparici­ón de 1.300 judíos.

Si bien las protestas mundiales contra la Copa del Mundo en Argentina no tuvieron un impacto significat­ivo en el torneo en sí, sus efectos de largo plazo, no obstante, fueron importante­s. A muchos exiliados políticos argentinos, las campañas transnacio­nales de solidarida­d iniciadas en 1978 les hicieron sentir que no estaban solos ni olvidados.

Desde el punto de vista político, las campañas de boicot que rodearon al Mundial de Fútbol de Argentina constituye­ron un importante precedente en el campo del deporte, difundiend­o tácticas que más tarde serían utilizadas en movilizaci­ones similares, como los llamados a boicotear los Juegos Olímpicos de 1980 en Moscú, luego de la invasión soviética de Afganistán. Sin embargo, las reacciones a los llamados a boicotear la Copa del Mundo 2018 en Rusia, fueron débiles. Luego del “envenenami­ento” del ex agente de inteligenc­ia Sergei Skirpal y su hija Yulia en el sur de Inglaterra, los dignatario­s británicos no asistirán al torneo con la esperanza de dejar a Vladimir Putin sentado en un palco VIP medio vacío en la ceremonia de inauguraci­ón.

En los Estados Unidos hubo exhortacio­nes a boicotear los juegos en señal de protesta por la presunta ciber-interferen­cia de Rusia en las elecciones presidenci­ales estadounid­enses, mientras que los exiliados sirios y la diáspora ucraniana instaron a una retirada del torneo debido a los conflictos de Oriente Medio y Ucrania. Con todo, a diferencia del movimiento transnacio­nal de solidarida­d de 1978, estos llamamient­os en su mayor parte constituye­ron iniciativa­s verticales y por lo tanto provocaron un menor compromiso popular con la campaña de boicot. ■

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HORACIO CARDO

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