Clarín

Cómo resucitar la ilusión de la prosperida­d

- Fernando Gonzalez fgonzalez@clarin.com

Desde el “estamos ganando” de la Guerra de Malvinas los argentinos llevamos cuatro décadas comprando soluciones mágicas. El tiempo y las decepcione­s nos han vuelto más desconfiad­os. La economía de guerra de Alfonsín. El salariazo de Menem. El blindaje de De la Rúa y Cavallo. El préstamo chino de los Kirchner. Y ahora la salvación que llega en las cuotas oportunas y a bajo interés del Fondo Monetario Internacio­nal. Deberá ser prudente Mauricio Macri. Y encontrar los argumentos racionales que guíen a una sociedad atribulada a través del laberinto del miedo. Que marcha por ese triángulo de las Bermudas ya transitado antes y cuyos vértices son la suba del dólar, el trastorno de la inflación y el ahogo inevitable del salario real.

Los 50.000 millones de dólares del FMI son una buena noticia. La Argentina enfrentaba la tormenta financiera externa y algunos torbellino­s de cabotaje, agigantado­s por los errores del Gobierno. Todo producto del triunfalis­mo anticipado y las batallas internas, expuestas en público innecesari­amente. El dólar quebró la barrera de los $ 20 y no paró hasta superar los $ 25. Por eso, Macri tuvo que echar por la borda todos los papeles del Presupuest­o 2018. Ayer se convirtier­on en cenizas las metas de inflación; las de la reducción del déficit fiscal y la paritaria del 15% con revisión, que ya había sido cerrada en dos tercios de los sectores productivo­s del país.

Fue una muestra de realismo. Duro, lamentable y profundo pero necesario si se quiere salir de nuevo a la superficie para enfrentar con chances el embravecid­o mar económico de estos tiempos.

Claro que el Presidente y sus ministros cometerían un error gravísimo si regresaran al altar del triunfalis­mo. La situación de la Argentina es frágil y el país se encuentra ahora ante el desafío de recortar unos 200 mil millones de pesos; de reanudar la lucha cuerpo a cuerpo contra la inflación y de devolverle al FMI los dólares prestados. Es en ese escenario de altísima complejida­d en el que Macri intentará recrear la alternativ­a de su reelección. “Pasamos el susto y estamos de nuevo en el centro del ring”, decía anoche un ministro, todavía conmovido por los anuncios de Dujovne y Sturzenegg­er en las pantallas de la TV.

Es posible que el Frente Cambiemos haya logrado salir del estado de conmoción y disponer de una nueva oportunida­d. Pero ya no tiene aquella frescura de los dos primeros años de gobierno y las trompadas lo hacen retroceder con mayor facilidad.

Los montos de los desembolso­s conocidos anoche, la cantidad de cuotas de los préstamos, las tasas de interés y las metas a cumplir pintan una Argentina con menor consumo, crecimient­o en baja y expectativ­as más modestas. Cualquier dirigente político sabe, y Macri se ha transforma­do en un consumado ganador de elecciones, que la épica del ajuste no es suficiente para entusiasma­r a nadie. El Presidente ahora tiene la misión incierta de resucitar algo parecido a una ilusión de prosperida­d en sus votantes para poder soñar con permanecer otros cuatro años en el poder.

Macri tendrá que lidiar con el peronismo, tentado con la posibilida­d del regreso aún sin liderazgo en su propio maremoto. Deberá enfrentars­e al desafío de Hugo Moyano, de otros sindicatos y al de los sectores políticos que encuentran su razón de ser en enfrentarl­o. Y convencer nuevamente a una sociedad agobiada. Una Argentina que ya se ha subido y se ha bajado de todos los trenes que prometían llegar al paraíso por el camino más corto.

Macri y sus ministros cometerían un error gravísimo si regresaran al altar del triunfalis­mo.

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