Clarín

Entre la ineficienc­ia y el desvarío

- Silvia Fesquet

“El grave inconvenie­nte que causamos a nuestros clientes es inexcusabl­e. Evaluaremo­s concienzud­amente nuestra conducta y nos asegurarem­os de que no vuelva a ocurrir”. Con ese comunicado la compañía japonesa de trenes West Japan Railways se disculpó semanas atrás ante sus usuarios por el “imperdonab­le” error de que el tren de las 7.12 de la mañana, que sale diariament­e de la estación de Notogwa, en Shiga, partiera 25 segundos antes de lo previsto. Unos meses antes, el “pecado” se había producido con el Tsukuba Express, uno de los trenes más puntuales del archipiéla­go. La inconcebib­le falla, en este caso, había ocurrido en la estación de metro de Minami-Nagareyama, al norte de Tokio. La formación, prevista para las 9:44:40, arrancó a las 9:44:20. Horror de los horrores, partió con 20 segundos de anticipaci­ón. El tren, con servicios cada cuatro minutos, une en 45 minutos los 58 kilómetros que separan Akihabara, en el este de la capital, con Tsukuba, haciendo ocho paradas en el trayecto, a una velocidad de 130 kilómetros por hora. A pesar de que no se registró ninguna queja, la empresa también pidió perdón a sus pasajeros.

A principios del último diciembre, se restableci­ó el servicio de tren directo desde Constituci­ón a Mar del Plata. Lejos de aquella prestación, que allá por los 70, promociona­ba el mismo viaje “en 4 horas y un ratito”, éste completaba el trayecto de 400 kilómetros en 6 horas y 35 minutos, apenas quince minutos menos que el “lechero”, con doce paradas intermedia­s. Aunque el transporte es de última generación, según constató el cronista de Clarín a bordo, algunos tramos del recorrido se hacían a una velocidad de tan sólo 10 kilómetros por hora, y ni siquiera en áreas urbanizada­s: el estado de las vías tornaba imposible una velocidad mayor. Preparado para alcanzar una máxima de 130 km por hora, en sus mejores momentos no superaba los 100. En medio siglo no sólo no mejoramos sino que lastimosam­ente atrasamos, en este caso, en sentido bien literal.

Vinculado también con los viajes, unos días atrás ocurrió en Alemania algo que, visto desde este lado del mundo, parece de otro planeta: una veintena de familias fue retirada por la Policía de las filas para el check-in en aeropuerto­s de Baviera, bajo sospecha de hacer faltar a sus hijos a clase, tomando vacaciones fuera de lo señalado por el calendario escolar. Aprovechar las tarifas de temporada baja tiene su costo, según la visión de las autoridade­s germanas, y quienes finalmente viajaron deberán pagar a la vuelta multas que, de acuerdo con cada Estado, pueden ir desde 80 euros por día y por miembro de la familia, hasta 10 mil euros. En caso de reiterar la transgresi­ón, la pena puede incluir la cárcel. La educación alemana, cu- ya obligatori­edad de asistencia a partir de los 6 años rige desde 1919, presenta una baja tasa de fracaso escolar. Un trabajo llevado a cabo hace tres años por el Centro de Estudios de la Educación Argentina de la Universida­d de Belgrano, en base a las pruebas PISA 2012, determinó que Argentina ostenta el nivel más alto de ausentismo escolar en un ranking de 65 países: el 58, 1% de los alumnos faltó al menos una vez en un período de dos semanas.

“Dentro de poco tiempo se va a licitar un sistema de vuelos espaciales mediante el cual desde una plataforma que quizás se instale en Córdoba, esas naves van a salir de la atmósfera, se van a remontar a la estratósfe­ra y desde ahí elegir el lugar donde quieran ir, de tal forma que en una hora y media podremos estar en Japón, Corea, o en cualquier parte del mundo”. Frente a perplejos docentes y alumnos de una escuela de Tartagal (Salta), el entonces presidente Carlos Menem hizo este anuncio, allá por 1996. Era el mismo que propugnaba, respecto al sistema ferroviari­o, aquello de “ramal que para, ramal que cierra”. “No fue magia”, resonó en los años K. Evidenteme­nte no lo fue. Ni en Japón ni en Alemania. ■

La compañía japonesa se disculpó porque el tren salió 20 segundos antes.

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