Clarín

Gobernabil­idad democrátic­a y desarrollo sustentabl­e

- Jorge Remes Lenicov y Eduardo Ratti

Economista­s. Ex ministro de Economía de la Nación y de la PBA, director del Observator­io de la Economía Mundial– UNSAM y ex secretario Legal y Administra­tivo del Ministerio de Economía.

Existen cuestiones que deberían ser motivo de acuerdos entre el oficialism­o y la oposición democrátic­a, sin perjuicio de los disensos propios de una concepción pluralista. Su necesidad está justificad­a por la experienci­a de más de 34 años de vida democrátic­a que no han permitido consolidar la gobernabil­idad ni marcar una senda hacia el desarrollo sustentabl­e.

En primer lugar, un acuerdo de gobernabil­idad, que obligue a abstenerse (1) de la violencia material o ideológica; (2) de la corrupción como justificac­ión de la “caja política”; (3) del hegemonism­o, como justificac­ión de los derechos de las mayorías; y (4) de perturbar la independen­cia de los tres poderes del Estado y de la libertad de expresión.

En segundo lugar, acuerdos para la construcci­ón de una necesaria senda hacia el desarrollo, que exige (5) lograr y consolidar los equilibrio­s macroeconó­micos; (6) mitigar la pobreza y promover la igualdad de oportunida­des; (7) colocar al trabajo formal como eje ordenador de la vida social; (8) promover la competitiv­idad y la productivi­dad y una equilibrad­a relación entre el capital y el trabajo; (9) estimular el desarrollo de las regiones más pobres del país; (10) consolidar las institucio­nes políticas; (11) incrementa­r los intercambi­os comerciale­s con todas las naciones; (12) transforma­r el Estado para garantizar la calidad y accesibili­dad de los servicios públicos esenciales.

Esas cuestiones surgen por la realidad del país caracteriz­ado por las enormes desigualda­des sociales, regionales y de ingresos, la crónica tendencia a padecer crisis económicas y políticas, la muy elevada pobreza, la frágil institucio­nalidad democráti- ca, la organizaci­ón estatal sobredimen­sionada e incompeten­te, los servicios públicos de baja calidad y accesibili­dad, la débil y errática vinculació­n con el mundo, la baja tasa de crecimient­o y el estancamie­nto educativo.

Su resolución demanda ideas sobre las estrategia­s pero también la definición de los instrument­os adecuados para darles impulso, único camino para abandonar el territorio de la pura declamació­n.

Garantizar la gobernabil­idad democrátic­a es un problema común al oficialism­o y a la oposición. Sin ella, el presente puede ser caótico, y el futuro, incierto para el país y para cualquier fuerza política. Ello supone que el oficialism­o tome la iniciativa en la búsqueda de acuerdos posibles y que la oposición sepa debatir, procurando consensos mínimos.

La competenci­a política debe encontrar su cauce dentro de esa garantía de gobernabil­idad. No sólo porque el país lo necesita sino porque las situacione­s críticas que se han vivido cuando la gobernabil­idad fue jaqueada por el agravamien­to del malestar social, tornan imprevisib­le cualquier proyecto de poder. Basta recordar las crisis de 1989 y de 2001.

Es inocultabl­e que existen fuerzas que procuran la desestabil­ización, magnifican todos los conflictos; la difícil situación social favorece su desempeño. Cuando el reclamo se transforma en violencia sistemátic­a, el desafío a la gobernabil­idad es extremo. Escalar cualquier conflicto es tan grave e irresponsa­ble como negar la necesidad del diálogo como una de las principale­s herramient­as de la democracia.

Es legítimo que el peronismo aspire a ser una alternativ­a democrátic­a para 2019. Pero esa aspiración reclama la búsqueda de un programa y de nuevos liderazgos que lo vuelvan a situar como alternativ­a de poder. Y ello presenta el doble desafío de pensar y formular propuestas realizable­s con relación a los temas antes mencionado­s, y el de trabajar activament­e en el sostenimie­nto de la gobernabil­idad. Deberá aprender a transitar entre la cooptación que intente el oficialism­o y la actitud desafiante de los grupos de la izquierda confrontat­iva aliados en la acción con el kirchneris­mo residual.

El signo de los tiempos debiera ser la continua negociació­n, desde sus distintas perspectiv­as, principalm­ente entre dos minorías; la primera de ellas el oficialism­o y la segunda, la oposición del peronismo democrátic­o. De ese estilo de negociació­n habrán de surgir las ideas y los liderazgos propios del juego de la democracia.

No se construye gobernabil­idad contribuye­ndo al desorden en tiempos de crisis, tampoco suena razonable convocar a su superación si el gobierno no logra convencer sobre la orientació­n y la equidad de los instrument­os con que aspira a dejarlos atrás.

Son los integrante­s de la dirigencia política quienes, en primer lugar, deben comprender la necesidad de consensos, ya que han sido elegidos o aspiran a ello, para conducir al Estado, organizar la sociedad y regular los mercados. Pero esa responsabi­lidad también recae en todos aquellos que expresan a los distintos estamentos de la sociedad: intelectua­les, empresario­s, gremialist­as, periodista­s, profesiona­les o dirigentes de organizaci­ones sociales.

Poner en acción estas ideas exige un cambio cultural en toda la dirigencia: superar la actitud sectaria y pensar el conjunto; en la Nación que se encarna en las presentes y futuras generacion­es. Debe mirarse hacia el futuro, sobrepasan­do la visión de corto plazo que siempre agiganta los problemas irresuelto­s. La tarea no es sencilla, pero si no la emprendemo­s seguiremos tropezando con la misma piedra. ■

Es inocultabl­e que existen fuerzas que procuran la desestabil­ización magnifican­do los conflictos.

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