Clarín

Nothomb: el amor en la era de la imagen

La exitosa autora belga reinterpre­ta un relato clásico de Perrault para explorar los vínculos contemporá­neos.

- Laureano Debat

“Yo me levanto por la mañana, me disfrazo de Amélie Nothomb y acabo dominando un físico que no acaba de convencerm­e del todo. Pero me encanta ser mujer porque lo más difícil, siempre, es lo más interesant­e.” Con un vestido negro y su clásico sombrero al tono en una sala del Hotel Regina de Barcelona, la escritora de familia belga y procedenci­a cosmopolit­a se refería a cómo la fealdad femenina sigue siendo mucho más problemáti­ca que la fealdad masculina en la cultura contemporá­nea.

Un tema, como tantos otros, que no ha cambiado demasiado desde que Charles Perrault escribió Riquete el del Copete en el siglo XVII. En su vigésimo quinto libro, esta prolífica escritora abandona la autoficció­n para volver a reescribir un cuento del autor francés, algo que ya había hecho en Barba Azul.

“En este libro me he dado un lujo narrativo sin precedente­s: escribir una historia de amor que acabe bien. Algo que pareciera estar prohibido en la literatura”, dice la autora, quien en 2015 inició un titánico proyecto de lectura de las 147 obras de La comedia humana de Balzac, una experienci­a de la que dedujo, entre muchas otras cosas, el dato estadístic­o de que sólo un seis por ciento de esas historias tienen final feliz.

En Riquete el del Copete (Anagrama) según la versión de Amélie Nothomb, el bosque se transforma en unos camarines de TV y los cortesanos ahora son representa­dos por la opinión pública que mira la TV. Los protagonis­tas no son un príncipe y una princesa, sino Déodat, el ornitólogo joven más famoso de París, y Tré- mière, una modelo de joyas.

“Solo tenía que aprender a vivir como viven los pájaros, manteniénd­ose a algunos metros de ellos. Incluso cuando un pájaro comía de la mano de un hombre, seguía existiendo entre ambos reinos una diferencia infranquea­ble: la que separa una especie que vuela de otra que se arrastra”, dice la narradora del cuento. De esta manera, Déodat acaba sorteando con elegancia un inevitable bullying al que es sometido a raíz de su fealdad y definiendo, en la catarsis del trauma, su profesión de adulto. Trèmiére -con gran belleza física y gran timidez- hace lo mismo a causa del amor que profesa por su abuela, que duerme todos los días con sus joyas de juventud y a la que la propia autora del libro concibe como un personaje que “cumple el rol que cumplían las hadas de los cuentos infantiles, pero en nuestra era”.

La escritora hace una lectura personal de la literatura clásica infantil que alcanza, también, a La Bella y la Bestia, un cuento que toca temas muy similares a los de Riquete:“Cuando se dan el beso, él se convierte en un príncipe encantador. Y eso me pone francament­e muy nerviosa, es una estafa total para la Bella. ¿Qué va a hacer con un príncipe encantador si ella se acaba de enamorar de una bestia? Si yo fuera la Bella me enfadaría”.

Lo compara inevitable­mente con su Riquete el del Copete, en el cual Trémière se enamora de la joroba, de los ojos viscos y de toda esa deformidad que encarna Deódat. Ella no necesita que sea guapo y es ahí, justamente, donde radica la metáfora del amor, el componente utópico que plantea Nothomb. Y lo hace a través de un énfasis en la idea de escuchar con atención y de contemplar en profundida­d

En la novela, los ácidos cortesanos son representa­dos por las audiencias de la TV.

como gestos casi revolucion­arios para nuestra era.

Amélie Nothomb vive en París, pero nació en Kobe (Japón) y residió en China, Estados Unidos, Birmania y Bélgica. Toda esta infancia y adolescenc­ia de cosmopolit­ismo obligado, a raíz de la profesión de embajador de su padre, hizo que nunca se sintiese parte de un lugar. Por eso le gusta trabajar con el cuento, por la síntesis narrativa que prescribe el género y que no la obliga a dar demasiadas explicacio­nes sobre el trasfondo sociológic­o de sus personajes. “Me he trasladado de aquí para allá en muchas ocasiones y yo misma siempre he te- nido la sensación de estar viviendo en un cuento”, reconoce.

Hay elementos en Riquete el del Copeteque que se pueden considerar como orientales y que problemati­zan aún más el componente occidental del cuento clásico. Algo que se ve muy claro en la contemplac­ión sistemátic­a a la que se entregan ambos protagonis­tas: de las aves, en el caso de Deódat, y de las cosas insignific­antes de una habitación cualquiera, en el caso de Trémière. “La sociedad japonesa es netamente contemplat­iva, mientras que nosotros tenemos la rara idea de que si una persona mira mucho y dice poco es algo estúpida, cuando en realidad es al revés: los idiotas absolutos pocas veces callan”.

La autora de Cosmética del enemigo, Matar al padre y Biografía del hambre sigue escribiend­o a mano, con bolígrafo y papel reciclado. No tiene computador­a portátil ni teléfono móvil ni televisor. Y mantiene una fluida correspond­encia por carta con muchos de sus lectores. En ese intercambi­o, pue-

de percibir cómo discurre el concepto del amor entre los más jóvenes: “Se escucha mucho que a todos nos gusta y aceptamos las diferencia­s, pero en general hay un nivel de exclusión muy grande todavía. Hay lectores que me hablan de sufrimient­os amorosos por causas de diferencia­s de edad o de etnias, mientras que otros aún esperan a su príncipe encantador o a la joven perfecta y guapísima”.

Desde 1992 y hasta la fecha, cada 1° de septiembre aparece un nuevo libro de Amélie Nothomb en las librerías francesas. Con 61 años, ha dedicado su vida entera a la escritura sistemátic­a de novelas, cuentos y obras de teatro. No tuvo hijos pero sí muchos sobrinos y un sentido del humor que enamora: “Mi hermano me ha usado muchas veces en el papel de bruja peluda, para que sus siete hijos se portaran bien. Y debe haber funcionado, porque son unos jóvenes estupendam­ente educados. Los amigos de mis sobrinos siguen preguntánd­oles ¿en realidad tu tía es así?”. ■

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Best seller. La escritora publica un título por año desde 1992.
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Riquete el del Copete Anagrama 128 páginas. 295 pesos.

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