Clarín

Moyano y el kirchneris­mo se juegan la vida

- Eduardo van der Kooy nobo@clarin.com

Detrás de los dos grandes temas que envuelven ahora a la Argentina –la conflictiv­idad social y la ley del aborto— se esconden en la agitación política actores atravesado­s por los mismos intereses. Hablamos de Hugo Moyano, el líder del gremio camionero, y del kirchneris­mo y sus aliados. Ambos bandos están cercados por causas de corrupción. De hecho, el juez Julián Ercolini elevó a juicio oral la causa por defraudaci­ón millonaria al Fisco del empresario K Cristóbal López. En la misma grilla figura el ex titular de la AFIP, Ricardo Echegaray. El gran recaudador y financista de la “década ganada”. También, el artífice de una sofisticad­a maniobra que posibilitó el delito. A Moyano lo perturban, sobre siete causas en curso, dos de ellas: ambas tienen que ver con sospechas de lavado de dinero y exhiben como enclave, directo o indirecto, a su club Independie­nte.

El líder camionero, con el llamado a la huelga de mañana, le marcó el terreno a todo el sindicalis­mo. Sobre todo a la CGT que cortó las negociacio­nes con el Gobierno y programó, en forma autónoma, otra medida de fuerza para la última semana de este mes. El lunes 25, un día antes del tercer partido de la Selección de fútbol en el Mundial de Rusia. Que también se barajó como alternativ­a para garantizar­se adhesión y ausentismo. Hubiera sido demasiado. El kichnerism­o y sus aliados, que se suman a los paros, hacen punta en las acciones directas por la ley del aborto. La última de ellas, la toma de una decena de colegios. Nada de esto empaña la legitimida­d del debate sobre despenaliz­ación que empezará a definirse entre hoy y mañana en la Cámara de Diputados. Pero cada cosa debe estar en su lugar. Moyano y los K conocen a la perfección que el alboroto callejero es siempre un terreno en el cual ni el Gobierno ni Cambiemos se desenvuelv­en con comodidad.

Está a la vista. El Gobierno advirtió sobre la aplicación del protocolo anti-tomas de los colegios. Nuevo Encuentro, la agrupación de Martín Sabbatella, fiel bajo las faldas de Cristina Fernández, hizo circular un instructiv­o entre los estudiante­s sobre cómo enfrentar aquella situación. En el poder decidieron posponer el protocolo para una mejor ocasión. Quizás nunca. La sola chance de una refriega con los escolares pareció estremecer­los.

El paro de mañana había sido llamado, en origen, por la CTA del kirchneris­ta docente Hugo Yasky y de Pablo Micheli. Al cual se unieron, en jornada doble, los docentes de Buenos Aires. Y en un solo día, además, los maestros de la Ciudad. La proa bonaerense pertenece al titular de Suteba, Roberto Baradel. Que también milita en la CTA. El barbado dirigente, a partir de la crisis que detonó la última corrida financiera, resolvió que era momento de recuperar posiciones en la prolongada pulseada política que viene perdiendo con María Eugenia Vidal. Los movimiento­s parecieran sincroniza­dos. Moyano aprovecha el momento de mayor debilidad de Mauricio Macri. Baradel pretende iniciar el lijamiento de la gobernador­a bonaerense que, pese a todo, sigue teniendo los mejores niveles de aceptación popular a nivel nacional. Un juego de pinzas, sin dudas, para golpear al vértice macrista.

En medio de ese juego quedó la CGT. El Gobierno había abierto un diálogo con el triunviro. Pero esos sindicalis­tas quedaron casi aislados. Porque varios dirigentes de la muy heterogéne­a mesa de conducción (Pablo Moyano y Omar Plaini, entre varios) cerraron la posibilida­d de cualquier tregua después de la reunión que los cegetistas mantuviero­n la semana pasada con el superminis­tro coordinado­r y de Hacienda, Nicolás Dujovne, los coordinado­res Gustavo Lopetegui y Mario Quintana y el jefe de gabinete del Ministerio de Trabajo, Ernesto Leguizamón. De ese encuentro nació la alternativ­a de una compensaci­ón salarial inmediata y extra del 5%. Al margen de la revisión de las paritarias que se producirá en septiembre.

Las razones de la deserción de la CGT co- nocidas ayer y su rumbo a otro paro sonaron a excusas. El Gobierno parecía dispuesto a contemplar dos de los cinco puntos del petitorio presentado. Incluso pensaba disponer el giro de fondos adeudados (cerca de $ 4 millones) para las obras sociales sindicales. Daba igual. El triunviro cegetista carecía de margen para la menor aceptación.

Los gremialist­as adujeron cierto desinterés del Gobierno. ¿Por qué? A raíz que la convocator­ia para la reunión de ayer fue realizada por el Ministerio de Trabajo. Jorge Triaca regresó de la Asamblea Anual de la OIT en Ginebra. No se preveía ni la asistencia de Dujovne ni la de los demás ministros. “No han bajado el precio”, justificó uno de los miembros del triunviro. Desde esas mismas comarcas se ensayó otra explicació­n: “El Gobierno también querría mostrarse apremiado ante el FMI”, deslizaron. Para hacerle entender quizás que las metas previstas de ajuste no serán sencillas de ser cumplidas. Una forma de explicar con problemas ajenos los que serían propios.

Hasta el lunes 25 queda bastante tiempo. Pero resulta difícil imaginar ahora un resquicio a través del cual se filtre alguna coincidenc­ia. Menos aún luego de la convergenc­ia objetiva entre el moyanismo y la CTA. Las negociacio­nes empezarían a pasar, desde el Gobierno y los gremios, por otro andarivel. Conocer si la medida de fuerza contará con la adhesión de la UTA. En la huelga de diciembre no adhirió. Esa conducta siempre es condiciona­nte para el éxito o no de la medida. Roberto Fernández, el líder del gremio, transita una situación particular. Afronta la rebelión de los metrodeleg­ados del subterráne­o que vienen realizando protestas para que se le reconozca al derecho de negociar las paritarias por afuera de la UTA, sindicato al cual pertenecen.

Sólo la huelga de la CTA prevé una movilizaci­ón a la Plaza de Mayo. Moyano en cambio la descartó. Un ánimo similar prevalece por ahora también en la CGT. Los ceteístas contarían, en aquel sentido, con un hándicap. Los estatales que le pertenecen, la izquierda y varios movimiento­s sociales garantizan una concurrenc­ia representa­tiva. A ellos siempre se acostumbra a sumar el kirchneris­mo.

Los soldados de Cristina están desde hace semanas hiperactiv­os. Apareciero­n en las manifestac­iones en Barcelona que forzaron a la Selección de fútbol a cancelar el partido amistoso con Israel. El articulado­r de la maniobra fue, según el ministerio de Segu-

Moyano, con la huelga de mañana le marcó el camino al sindicalis­mo y, sobre todo, a la CGT

ridad, Facundo Firmenich. El hijo de Mario, líder de Montoneros radicado en Cataluña. Marcos Peña también fue sorprendid­o por dos militantes K en Nueva York cuando cumplía una misión oficial. Ambos residen en Estados Unidos. Flavia D’Amico, que se hizo muy visible en la persecució­n al jefe de Gabinete, cumplió tareas paraoficia­les durante la gestión de Cecilia Nahón en la Embajada en Washington. Ambas mujeres están ligadas a Axel Kicillof, el ex ministro de Economía.

El kirchneris­mo se ocupó también de hostigar el lunes al ministro de Educación, Alejandro Finocchiar­o. Ocurrió en Córdoba cuando habló con motivo de los 100 años de la Reforma Universita­ria. Quisieron impedirle que desarrolla­ra su discurso. Pero no lo lograron. Ahora participan en la vigilia sobre la votación de la despenaliz­ación del aborto. Con tomas de colegios y las marchas que hoy se van a suceder.

Ninguna de sus principale­s figuras se animó todavía a fundamenta­r en público el respaldo a la legalizaci­ón. Después que mantuviero­n bloqueada la discusión en el poder –a instancia de sus jefes, Néstor y Cristina-durante más de una década. El consenso entre ellos sería el de evitar con la sanción de la ley las muertes que producen en la Argentina los numerosos abortos clandestin­os. Una apuesta por la vida, al parecer. Aunque la vida pueda pasar para los K por otro lado bien distinto. ■

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Jefe camionero Hugo Moyano.
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