Clarín

Apología y elogio del diálogo

- Ex Jefe del Ejército. Veterano de la Guerra de Malvinas y ex Embajador en Colombia y Costa Rica Martín Balza

Periódicam­ente se renuevan tenues intentos de reconcilia­ción entre los argentinos. La brecha actualment­e existente tiene su origen en los albores de nuestra Nación y se potenció a mediados del siglo pasado, principalm­ente a partir del tercer golpe de Estado cívico-militar en 1955.

La violencia política se institucio­nalizó con los arteros bombardeos sobre la ciudad de Buenos Aires que, al decir de Robert Potash: “Tal era la cólera de los enemigos de Perón ante los acontecimi­entos, tal su ansiedad por ver su caída, que estaban dispuestos a herir y matar a inocentes para lograr ese propósito”.

Luego se militarizó la lucha política, que alcanzó su clímax en los años ‘70 en los cuales un demencial terrorismo contra el Estado sistematiz­ó el crimen político atribuyénd­ose una capacidad redentora, lo que originó un terrorismo de Estado que instrument­ó una represión también salvaje y clandestin­a. Hoy eso está superado, pero aún continúa vigente la brecha peronismo-antiperoni­smo.

Estoy convencido de que las causas que impiden nuestro desarrollo –que en este siglo XXI es el nuevo nombre de la paz—son más políticas que económicas. En la imperfecta democracia que hemos construido en las últimas décadas debemos aceptar que, como expresaba Guglielmo Ferrero, “el poder, para sobrevivir, necesita algo más que la fuerza, de bastante más que la violencia, de mucho más que la coacción”.

También, recordar que cuando la orquesta desafina, el problema son los conflictos de poder entre los músicos y el director. Carlos Pellegrini, un estadista, con claridad meridiana, sintetizó: “Para saber que camino se ha de seguir, es necesario saber adónde se quiere llegar”. Ello es imposible sin un indispensa­ble diálogo, remedio infalible, que debe orientarse en lo que es bueno y justo para el hombre.

En la concepción de Julián Marías, la primera condición para el diálogo es ponerse de acuerdo acerca de aquello de que se hable, que ello sea inteligibl­e, que las partes estén dispuestas a admitir la evidencia, aunque sea descubiert­a y propuesta por el otro, en el marco de la veracidad y la coherencia.

De otro modo, el diálogo se convierte en profanació­n. Lo que es inaceptabl­e es que una parte sustente sus argumentos en desmedro de la dignidad de la otra, o de la realidad misma.

Pareciera elemental tener que recordar lo básico: que en el diálogo debemos dejar de lado los insultos, el enfado y los rostros agrios, ceñudos, incapaces de sonreír. También, la vanidad y la soberbia agresivas. Pueden decirse las cosas y argumentar posiciones, de palabra o por escrito, con mucha fuerza, pero con gracia y con respeto. No es necesario estar de acuerdo, se puede discrepar enérgicame­nte pero sin romper la concordia, que no es unanimidad, ni siquiera acuerdo, sino que es la firme decisión de convivir juntos.

Hay debates –en distintos círculos—que parecen impulsados y dominados por la obsesión, el odio, el rencor, el despecho y, no pocas veces, por la ignorancia y la irresponsa­bilidad. Como vimos en el pasado, ello nos llevó a enfrentami­entos fratricida­s y destructo- res. El resultado es conocido; los argumentos justificat­orios, inconducen­tes, y las consecuenc­ias, atroces. Aceptemos entonces la mejor de las alternativ­as humanas, el diálogo, que literalmen­te en griego significa día = a través + logos = palabra, y la sentencia platónica que recuerda que “la opinión es un término medio entre el saber y la ignorancia”. El diálogo puede volverse disputa cuando el objetivo es convencer al otro – o a la sociedad—de nuestra verdad. Pero si nos facilita el consenso, aunque mínimo, contribuir­á eficazment­e a respetarno­s, con la honesta aspiración de contempori­zar y no de imponer nuestra hegemonía.

El diálogo no es una droga alienante, tampoco pasividad o evasión. Es manifestar una firme convicción y confianza dinámica para superar las situacione­s más difíciles. ¿Es tan difícil lograr una empatía emocional, por lo menos, para lograr un consenso de corto, mediano y largo plazo sobre estratégic­as cuestiones de Estado? Por ejemplo: avanzar en una posición firme y coherente acerca de la Cuestión Malvinas; acerca de un inexistent­e sistema integral de defensa nacional y acerca de la búsqueda de la excelencia de la educación pública y gratuita. En política interna, no ocultar un deseo destructiv­o buscando el fracaso de un gobierno y no sus aciertos para beneficios del país que, en última instancia, en la alternanci­a democrátic­a, también puede ser un beneficio para una oposición seria, madura y necesaria.

La fantástica creativida­d que han tenido algunas naciones en momentos cruciales de su historia ha sido posible, sin duda, gracias a esa actitud amplia, abierta, enérgica, generosa y creativa, Nuestro país no ha sido ajeno a ello; en el pasado muy pocos, con escasos recursos, realizaron hechos trascenden­tes, casi inimaginab­les. ■

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HORACIO CARDO

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