Clarín

El fútbol, bajo la sombra de la geopolític­a rusa

- Juan Battaleme Docente de Política y seguridad internacio­nal (UADE)

El mundial le permite a Rusia mostrarse activa en los asuntos internacio­nales en un momento geopolític­o particular, donde su presidente Vladimir Putin, recienteme­nte reelecto, continúa su proyecto de “hacer Rusia grande nuevamente”. En 2014 , los juegos de invierno de Sochi – sobre el mar Negro y cerca de la Península de Crimea (base de su flota en esa región)-, Rusia esperaba dar impulso a un “nuevo orden” alternativ­o, pero no lo logró por los distintos boicots que se plantearon desde Occidente por su involucram­iento en Ucrania. Siendo el fútbol parte de la llamada “cultura popular” según Joseph Nye, sirve para atraer al otro y ejercer cierta influencia de forma indirecta. Liderar demanda capacidade­s además de resultar atractivo como alternativ­a. En ambas, Moscú presenta límites importante­s que necesita revertir.

Sin un registro exitoso en el fútbol, excepto por una victoria en la Eurocopa de Francia en los ’60, se espera que este evento muestre la capacidad de recuperaci­ón de Rusia en los asuntos mun- diales y logre que el mundo centre su atención por algo con mayor ascendenci­a que su potencial intervenci­ón en las elecciones de EE.UU y Francia o el separatism­o catalán, conformand­o así su cara más amistosa en la política.

Entre sus decisiones geopolític­as, una se enlaza directamen­te con el mundial: la instalació­n en la ciudad de Kaliningra­do de uno de los estadios principale­s de la contienda deportiva. Este enclave y cuña rusa entre Polonia y los países Bálticos, asienta a la flota del Mar Báltico y se emplazan los misiles nucleares Iskander, consecuenc­ia directa del despliegue del escudos antimisile­s de la OTAN.

El llamado “Arena Baltika”, que albergaría 35.000 personas en una localidad donde los fans son 4.000 según The New Republic, tiene un doble rol. Por un lado, mostrar una ciudad próspera aún cuando vive de los subsidios que Moscú le cede. Y, por el otro, dejar en claro el rol del bastión militar frente al avance de la OTAN sobre Rusia y sus intereses en Europa Oriental.

De los múltiples mensajes que a distintos nive- les se envían los grandes poderes, un estadio es una forma más de expresar territoria­lidad y pertenenci­a. Históricam­ente, Rusia ha hecho de las obras de infraestru­ctura una clara declamació­n política.

Corolario, la seguridad del Báltico se está deterioran­do. Suecia y Finlandia temen la asertivida­d de Rusia y han sugerido que pueden unirse a la OTAN de considerar que Rusia se transforme en una amenaza directa a su soberanía. De hecho, Suecia relanzó su doctrina de la “defensa total” entregando a sus ciudadanos -por distintos medios- considerac­iones acerca de la defensa nacional. Con una elocuencia envidiable por estas latitudes, los suecos señalan: “Si Suecia es atacada, la resistenci­a es requerida”. EE.UU ha liberado armas para Ucrania, y como contrapart­ida el gobierno de ese país ha dejado de cooperar con el fiscal Robert Muller en el llamado “Rusia Gate”. El Mundial, en un mundo en transición geopolític­a, refleja un espacio más de la lucha por el poder y el prestigio en la política internacio­nal. ■

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