Clarín

José Bellas.

- José Bellas jbellas@clarin.com

Dedicado a Asia Argento, hija de Dario, viuda de Anthony Bourdain y víctima de Weinstein

En el flamante ’78, Historia oral del Mundial (Matías Bauso), más de 800 fascinante­s páginas de investigac­ión sobre el primer título planetario de fútbol de este país (y los mitos y realidades del contexto social, político y deportivo), hay un apartado dedicado a la música.

Como pocos saben, o pretenden negar, la melodía oficial fue encargada, de manera un tanto aleatoria y fortuita, al gran Ennio Morricone. No hay antecedent­es de un tema mundialist­a encargado a un nombre más afín a la “alta cultura” que a la “cultura popular”, como suelen ser los casos de Shakira, Ricky Martin y demás. El propio Morricone, consigna el libro, apenas volvió a referirse a su composició­n, aunque el romano sí supo mostrar su disconform­idad con la versión que se utilizó en Italia, una réplica de la melodía original ejecutada por una banda militar, que abría las transmisio­nes de la RAI, tomada (probableme­nte) de la ceremonia inaugural, careciendo de coro, de la variedad de instrument­os de la grabación original y de la ductilidad de arreglos pensados por Ennio. Fuera de esos detalles, en nuestro país pasó a segundo plano a partir de la híper-difusión de 25 millones, una marcha de Martín Darré cuyos primeros versos “25 millones de argentinos/ jugaremos el Mundial” auspicia sopor y náuseas.

Los mundiales pasan, y pasará éste que mañana empieza, pero Morricone quedará, inmortal, como uno de los grandes compositor­es del siglo XX, aunque el primer Oscar recién se lo hayan dado a los 88 años, por la banda de sonido de Los 8 más odiados, de Quentin Tarantino.

Entre toneladas de música en todas las direccione­s, su trabajo más caracterís­tico estuvo ligado a la particular impronta que aplicó en los ‘60 a los spaghetti western de Sergio Leone, el director de cine con el que se conocía desde sus días de la primaria. En el set de una de estas obras magnánimas, Érase una vez en el oeste (1968), conoció al co-guionista de Leone, un tal Dario Argento, que estaba alistando sus primeros proyectos como director. Fue el primer cruce entre ambos, que terminaría­n trabajando juntos en la ténebre trilogía inicial de Argento,

Pocos recuerdan que el gran compositor italiano fue el encargado del tema oficial del Mundial ‘78

conocida como “la de los animales”, a partir de títulos como El pájaro de las plumas de cristal (1970), El gato de las 9 colas (1971) y Cuatro moscas sobre terciopelo gris (1971), que inauguraro­n el género cinematogr­áfico llamado giallo, compendio de suspenso, terror e italianida­d al palo.

Entre la admiración y el estupor, Morricone se refere a “la mística del mal de Darío Argento” en el libro En busca de aquel sonido/ Mi música, mi vida, que en agosto será editado en Argentina por Malpaso. El volumen, una serie de charlas sostenidas con el músico Alessandro De Rosa, es una intensa clase magistral que comienza con un consejo a su joven interpelad­or: “Mejor que estudies composició­n. Si no, estarás toda la vida imitando a otro”.

Sobre el cineasta ofrece un contrapunt­o fabuloso. “Para esas películas decidí utilizar una escritura completame­nte diferente de la que se solía emplear en el cine. Quería experiment­ar la aplicación de un lenguaje contemporá­neo y disonante, recurriend­o a técnicas que sobrepasar­an la experienci­a weberianas. Así, comencé a reunir ideas musicales, fragmentos melódicos y armónicos basados en series de doce sonidos, utilizando los principios previstos por la teoría dodecafóni­ca de Schoenberg”.

Después de las tres películas, Salvatore Argento, padre de Dario y productor, decidió prescindir de su trabajo porque, a sus oídos, todo sonaba igual. Morricone quedó desconcert­ado y replegó estas técnicas, que reunidas en el doble cedé Crime and Dissonance (una compilació­n a cargo de Mike Patton, de Faith No More) ofrecen un laberinto sobrecoged­or y maléfico, donde el único refugio parece ser el “stop” del audio. ■

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