Clarín

Maldita tumba del faraón

- Héctor García Blanco hgblanco@clarin.com

La tumba del faraón egipcio Amonhat se hizo famosa por estar maldita.

Su descubrido­r, en el año 527 de nuestra era, fue un sencillo paseador de cabras. Tras salir de la cripta, la maldición no tardó en ensañarse con el montañés: inexplicab­lemente, a pesar de encontrars­e sobre un peñasco rocoso a mil cien metros sobre el nivel del mar, su única cabra hembra fue devorada por un cardu- men de palometas, lo cual entorpeció sus planes de convertir la zona en un polo mundial de la industria caprina.

Tras este incidente, se perdió todo rastro del sepulcro. Recién volvió a saberse de él en 1812, esta vez gracias al trabajo del tenaz arqueólogo francés, Henri Chapullet. La tumba, sin embargo, no tardaría en enseñar su horrenda fama y se cobraría de nuevo su precio: al día siguiente del hallazgo, Chapullet tuvo la desgracia de interactua­r de manera inapropiad­a con la fauna local, sentándose sobre un soberbio escorpión negro, un macho alfa del tamaño de una pizza mediana.

Los colaborado­res del francés, temerosos, decidieron volver a enterrar la tumba, que quedó sepultada bajo las arenas del desierto hasta hace pocos días. Anteayer, la prensa internacio­nal consignó que el investigad­or inglés Steve Callaher la redescubri­ó e ingresó a ella, a pesar de los gritos de sus colegas, quienes le advirtiero­n acerca de las aterradora­s calamidade­s e inevitable­s desgracias que podría sufrir. Hasta el momento, los medios noticiosos no han dado a conocer ningún percance al respecto. Muy por el contrario, informaron que Callaher estaba retornando a su Londres natal, para contraer matrimonio.

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