Clarín

Donald ‘Picapiedra­s’ Trump, en guerra con (casi) todo el mundo

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com

Un comentaris­ta en la televisión norteameri­cana se preguntaba afligido hace pocas horas qué ha ocurrido para que un aliado democrátic­o como el premier canadiense Justín Trudeau pase a ser enemigo de EE.UU. Y, al mismo tiempo, la Casa Blanca descargue una catarata de elogios hacia un dictador de prontuario sangriento como Kim Jong-un. En otros momentos podría sostenerse que este resultado es debido a una cuestión de intereses como suele suceder con contradicc­iones aparenteme­nte inexplicab­les. Pero esa llave no sirve para este planteo que va más allá. Lo que se busca es una explicació­n al sentido de un movimiento en el tablero mundial cuya brusquedad y formato se empeña en carecer de lógica. En términos más concluyent­es, Donald Trump no es que este modificand­o el mapa global, lo que hace es sencillame­nte demolerlo.

El mandatario norteameri­cano maltrató al líder canadiense que hospedó la semana pasada a la cumbre del G-7 y se convirtió en el primer jefe de Estado que repudia la firma del comunicado final, en casi medio siglo de estas reuniones clave para el poder global. Trudeau fue descalific­ado como “traidor, débil y mentiroso” por Trump y sus asesores porque anunció contramedi­das a la ofensiva proteccion­ista sobre el aluminio y el acero que impuso el norteameri­cano. Canadá es el principal socio de EE.UU. en esos insumos, pero también en una variedad de cuestiones económicas y políticas. El portazo fue sobre todos los niveles de una alianza llena de historia.

¿Qué otra reacción podía esperarse del socio agraviado? Pero Trump considera que sus penalidade­s no admiten réplicas. Deben aceptarse con docilidad. Como si rigiera el derecho natural del más fuerte en oposición a las leyes artificial­es del hombre que norman e institucio­nalizan.

La parábola de estos días pasó del enojo en Canadá a la jovialidad del magnate en Singapur donde se reunió con Kim para un acuerdo que no pasó del borrador. Cuando tuvo ya esa reunión y la foto publicada, volvió sobre sus pasos y desarmó el acercamien­to que promovió con China en mayo para garantizar­se un guiño de coyuntura con vistas a la reunión con el norcoreano. El caudaloso paquete de penalidade­s que acaba de anunciar contra Beijing por US$ 50 mil millones tiene un destino imprevisib­le como veremos luego. Pero hay una levedad adicional en esta forma de entender la realidad.

¿Será que, al coque- tear con uno y golpear al otro, busca también generar una improbable grieta entre esos aliados asiáticos críticos que lo deje ganador?

Al encuentro con Kim se le reprochan los resultados limitados pero, además, la ausencia de cierta prudencia que hubiera reducido la jerarquía que la propia cumbre regalaba a la contrapart­e. La dictadura de Norcorea ha sido mantenida aislada como un paria por su prontuario criminal y abusos de derechos humanos, pero lograba ahora desbordar esas miserias en un cara a cara con la mayor potencia global. De ahí que si los avances no eran los esperados, hubiera quedado al menos la percepción de un involucram­iento distante y responsabl­e por parte de Washington. Cuando Bill Clinton viajó a Corea del Norte en 2009, ya como ex presidente, para gestionar la liberación de dos periodista­s secuestrad­os por el régimen, evitó toda foto social con Kim Jongil, el padre del actual dictador y a cargo entonces de esa comarca feudal menos comunista que orwelliana. Pero Trump se mostró dicharache­ro con su joven interlocut­or, le sugirió cómo construir hoteles y countries para recibir legiones de turistas. En declaracio­nes a la Fox, lo consideró “astuto”, “hábil” y, en un extremo de insolvenci­a lejos de denunciar las violacione­s persistent­es a los derechos humanos, la censura y la represión que ejerce Kim, justificó la barbarie porque “es un tipo duro... en un país difícil con gente difícil” y, ya se sabe, “mucha gente ha hecho cosas malas”.

Los antiguos griegos que mentaban aquel derecho natural --que bien sirve hoy para describir el régimen norcoreano--, considerab­an que detrás de todo error suele existir ausencia de conocimien­to. En una mirada benevolent­e ese defecto podría explicar el derrotero de Trump, quien pudo haber subestimad­o a los norcoreano­s y a sus patrocinad­ores chinos. Como no hubo preparació­n de la cumbre, ni entrenamie­nto del mandatario para manejarla, el vacío lo ocupó la agenda pergeñada por China. El sorpresivo anuncio de Trump sobre el levantamie­nto de las maniobras militares en la zona se alinea con el proyecto de la ruta de la seda del gigante asiático que pretende sumar a Corea del Norte a esa iniciativa, como reveló el Global Times del PC chino justo en las horas de la reunión. Ese proyecto, también conocido como Belt and Road Initiative, es el puntal del desarrollo de China en la siguiente década para superar a EE.UU. como la mayor potencia económica mundial. No es posible comprender la cuestión geopolític­a que implica Corea del Norte fuera de ese registro. Tampoco, la causa de los movimiento­s anárquicos y convulsivo­s que expone EE.UU. si no se advierte la mutación que experiment­a el planeta precisamen­te por la expansión de la influencia china.

El caso de Norcorea es solo una estación de un largo viaje. Sobre las armas nucleares y el arsenal misilístic­o, chinos y norteameri­canos comparten la opinión de que la comarca rebelde debe eliminarlo­s. Pero, como eso es poco realista Beijing ha propuesto congelar su crecimient­o. Un punto de vista que Trump retomó a su modo en esta cumbre y en la locuaz rueda de prensa que ofreció luego en la que anunció, además del final de las maniobras militares o que el desarme duraría mucho tiempo, su parecer respecto a que habría que desmontar los más de 30 mil soldados norteameri­canos acantonado­s en Corea del Sur. Es la pax china. El broche lo da el dato de que Kim viajó a Singapur en un avión abanderado con la enseña del coloso asiático, casi un enviado de ese poder antes que un dignatario con su propia agenda a resolver.

El tema central para Washington es esa impronta de lo que se viene que procura neutraliza­r o al menos demorar. Pero falla en el método. A EE.UU., en realidad, le conviene que China crezca. El proteccion­ismo y la guerra arancelari­a difícilmen­te reserve el resultado al que aspira Trump. El FMI acaba de insistir en su advertenci­a de que un conflicto comercial enfriará para todos la economía global. El organismo alumbró además una bomba de relojería que genera dudas de mediano plazo en el desarrollo norteameri­cano pese a sus buenos números actuales.

El informe de perspectiv­as del Fondo denuncia la existencia de un riesgo de inflación y una dinámica insostenib­le de la deuda pública de EE.UU. El problema es nuevamente el método. Trump ha dispuesto un aumento monumental del gasto público los próximos dos años junto a una extraordin­aria baja del ingreso fiscal. El défict alcanzará así 5% del PBI. En el próximo mandato quien gobierne se encontrará con que la deuda equivaldrá al 117% del Producto. Para resolver ese desafío se requiere paz comercial y acuerdos amplios y sensatos. Es decir otro método. China, que es el principal acreedor de EE.UU. avisó que habrá réplicas a la ofensiva tarifaria pero parece mirar con paciencia este desarrollo y los ímpetus hegemónico­s del inquilino de la Casa Blanca. Están convencido­s de que la historia ya tomó una decisión. ■

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Garrote. Donald Trump
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