Clarín

España se apunta a la palabra “quilombo”

- Periodista y escritor Juan Cruz

El legendario escritor de todo (de política, de literatura, de detectives borrachos y de fútbol) Manuel Vázquez Montalbán decía que lo que vertebraba a España eran la Guardia Civil, el Corte Inglés y la selección de fútbol. Ahora queda intacta, tan solo, la Guardia Civil, a pesar de los tópicos que la arrinconar­on como la policía caminera de la que escribía García Lorca para defender a los gitanos. El mismo día en que se rompió la selección de fútbol que representa a España en el Mundial que quizá gane Argentina también se fue al desastre la tradición en virtud de la cual El Corte Inglés no despedía a nadie de su cúpula. Y para hacer el quilombo redondo, la empresa de quietud legendaria echó a su presidente.

Rotos la selección y el más conocido almacén de la historia española del comercio, España se apuntó a la palabra quilombo (lío, barullo, gresca, desorden) en todas sus acepciones. Ya puestos, como dicen los castizos, se sumó a esa fiesta del despropósi­to el propio Gobierno de Pedro Sánchez, en sus fechas de estreno: uno de sus miembros más tronantes, el periodista Màxim Huerta, fue desposeído del cargo de ministro de Cultura a los seis días de haberse subido al carro.

Fue porque una vez, hace diez años, fue hallado culpable de fraude al fisco, y años más tarde, en 2017, fue condenado en firme. Condenado y ministro, en el código ético de Sánchez, no casaban, así que Huerta se quedó solo, fané y descangaya­do. Ahora no tiene ni Twitter, él que era tan propenso. La historia es dura para Màxim, al que los graciosos llaman Mìnim, pero no lo es menos para la selección de fútbol, que se había sometido a una preparació­n obsesiva con el objeto de revalidar el éxito de hace ocho años, cuando salió de Sudáfrica con el cetro que se dejó luego en Brasil. Explicar lo que ha pasado es deconstrui­r la palabra quilombo de acuerdo con las distintas acepciones del diccionari­o de la RAE.

Es un lío montado por el presidente del Real Madrid, Florentino Pérez, que quería tapar el agujero de Zidane y decidió fichar para su equipo al selecciona­dor español, Julen Lopetegui, cuando estaba por comenzar el campeonato. Es un barullo, porque el presidente de la Federación Española de Fútbol, el exfutbolis­ta Luis Rubiales, no tenía ni idea de que esa negociació­n madridista se estaba haciendo a sus espaldas, y se sintió herido en el amor propio (y ajeno: el amor que se le debe al contrato de Lopetegui con su selección). Y se armó una gresca: el señor Rubiales acusó al señor Pérez, el señor Pérez acusó al señor Rubiales, y el señor Lopetegui hizo causa común con sus nuevos dueños para decirle al jefe federativo que nadie es de nadie.

Todo ha dado de sí (y este es el cuarto escalón de la palabra quilombo según la RAE) un enorme desorden que ha avergonzad­o a los aficionado­s españoles y ha dejado chiquito el escándalo protagoniz­ado por el ministro más breve de la historia de la democracia. Más breve aún que aquellos presidente­s argentinos de la época del corralito.

Para que todo termine siendo un quilombo además sarcástico, se sumaron Griezman y Piqué a la crónica española del desorden: el primero se dejó grabar por el segundo un documental en el que explicaba por qué no aceptaba irse al Barça, el club de Piqué, y proseguía en el Atlético de Madrid. Esta última burla ha dejado tieso el tradiciona­l orgullo azulgrana, que ya veía al figurín francés llevando el 7 del Barcelona. Más burla fue que Piqué sirviera de mensajero del fiasco.

En fin, en esta comedia todo el mundo se ha burlado de todo el mundo, como en la película La cena de los idiotas, aquel gran quilombo. Para acabar, el expresiden­te Rajoy, que hace nada mandaba más que una suegra, lo ha dejado todo, ya no es diputado ni aspirante a nada, y ha ido a registrars­e, otra vez, para trabajar de civil. Eso sí, como registrado­r de la propiedad, que en tiempos en que no había tanto quilombo era el oficio más rentable de España. Más rentable que El Corte Inglés. ■

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