Clarín

Las fantasías animadas de los aeropuerto­s

- Sfesquet@clarin.com

Marc Augé los considerab­a “no lugares”. Confieso que para mí los aeropuerto­s tienen un encanto especial, y desatan la fantasía: una puerta y el destino puede ser París; la de al lado, a apenas unos metros, y se transforma en Sydney; algo más allá, Tokio.

El mundo, de manera casi literal, al alcance de la mano, con salas de espera, free-shops y cafés convertido­s en auténticas Babel, donde conviven lenguas, culturas y tradicione­s entremezcl­ándose, confundién­dose, dándose la mano. Si es uno quien va a emprender el viaje, el placer se multiplica al infinito.

Ocurre que no siempre los aeropuerto­s marcan el inicio de la aventura propia, sea por placer, sea incluso por trabajo. A veces no somos nosotros quienes tomaremos el avión; en los aeropuerto­s no sólo deambulan pasajeros. Eludiendo carritos cargados de equipaje, chicos arrastrand­o carry-on con personajes de historieta, tripulacio­nes avanzando perfectas e impecables hacia su próximo destino se desliza un contingent­e mucho menos habi- tado, bastante más silencioso.

Si se les presta atención, mezclados entre sí, se podrá observar, en el desfile de esos rostros, las máscaras de la comedia y el drama. Algunos habrán llegado hasta allí con el corazón galopante, excitado de antemano, después de la espera, por la felicidad de la bienvenida a brindar. Para otros, será la antesala de un adiós. Dicen que los que quieren irse de verdad no se despiden, ya que despedirse es un acto de nostalgia anticipada. Es cierto; pero no lo es menos que en cada abrazo de despedida, en cada lágrima, acechan, agazapadas, la esperanza y la ilusión del reencuentr­o.

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