Clarín

Aborto en primera persona: lo que deja más huella es la clandestin­idad

Lo afirman tres mujeres que pasaron por una o varias prácticas. Por qué tomaron la decisión y cómo se sintieron.

- Mariana Iglesias miglesias@clarin.com

Oligohidra­mnios severo, dijo el doctor. Después lo explicó más claro. La panza tenía poco líquido amniótico, el feto no desarrolla­ba sus funciones vitales, era irreversib­le. Podía morir naturalmen­te dentro de ella, o nacer y morir ahogado a las horas, porque así iba a morir, ahogado. Ante su llanto, el doctor dijo que podía interrumpi­r el embarazo, pero que era ilegal. La mandó a pensar.

Había buscado tanto ese embarazo. Victoria Escobar ya había cumplido los cuarenta, estaba de cuatro meses. “Fue lo peor que me pasó en la vida: tomar esa decisión, pero no iba a poder seguir adelante con el embarazo para que naciera y se muriera en horas, tenía que esperar a que se ahogara, era terrible”. Volvió a ver al doctor. Le pidió que interrumpi­era el sufrimient­o. El respondió que primero tenía que evaluarlo un médico genetista y el comité de ética del hospital.

Victoria -casada, madre de una nena de 4 años, biblioteca­ria en la facultad de Filosofía y Letras de la UBA-, esperó cuatro semanas. Lloraba a escondidas mientras se consumía en angustia. Insistió con el doctor. No, volvió a contestar él. Había que

aguardar la opinión de los expertos. Pero le dijo que podía terminar su tortura en otro lado. El precio era alto.

Victoria no se resignó a la clandestin­idad. Llamó al 0-800 del Ministerio de Salud. Le aconsejaro­n ir al hospital Alvarez. Llegó y quedó internada: iban a aplicar el protocolo de Interrupci­ón Legal del Embarazo (ILE). Desde 1921 en Argentina es legal el aborto si la mujer fue violada, o si pe

ligra su vida o su salud. La Corte Suprema ratificó este derecho en 2012.

“Me atendieron once puntos. Estuve dos días acompañada por una psicóloga. Médicos, enfermeras, todos fueron amables y contenedor­es, me trataron con mucho respeto y sensibilid­ad -dice Victoria-. Algunas familias se van con sus hijos del hospital. Yo no pude, pero me fui con dignidad”.

Victoria no nombra a la otra institució­n ni al doctor porque hay una causa en la Justicia. En la última me- diación, ella pidió capacitaci­ón en ILE a los profesiona­les, informació­n para las pacientes, acompañami­ento psicológic­o. La institució­n se negó.

María Victoria Dobal es abogada, tiene 32 años, dos hijos, dos abortos. El primero fue a los 19 años, el segundo a los 30. Un legrado, el otro con pastillas. Los dos en el silencio y la oscuridad de la ilegalidad: “Las dos experienci­as fueron terribles. A lo mal que te sentís se suma lo criminal. Pero es más simple con pastillas”.

En 2005 estudiaba. Con su novio no podían ni pensar en un bebé. Los padres de él pagaron lo que hoy serían 40 mil pesos. Fue en una clínica privada de buena fachada. La citaron a las nueve de la noche, cuando acababan las consultas regulares. No le permitiero­n compañía. La esperaban un médico, un anestesist­a y un ecografist­a. Estaba casi de 5 meses. Le mostraron la ecografía. ¿Estás segura de lo que vas a hacer? Inquisidor­es, los tres la reprobaban, ella dijo que sí. Victoria se casó, tuvo dos hijos, se separó.

Dos años atrás, con otra pareja, volvió a ocurrir. Decidieron interrumpi­rlo. Buscaron informació­n en foros de Internet. Leyeron “misoprosto­l”.

El misoprosto­l y la mifepristo­na son considerad­os por la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) como los medicament­os esenciales para la interrupci­ón del embarazo.

Victoria tuvo que recurrir al mercado clandestin­o. Alguien la citó a la medianoche en General Paz y San Martín. Pidió un Uber, llevó los 5.000 pesos y un tipo, a bordo de un auto caro, le dio las 12 pastillas. Hizo el procedimie­nto en su casa, con su pareja, que la veía sangrar. Lo expulsó a las cuatro de la madrugada. Se quedó el domingo en cama. El lunes fue a trabajar: “Tuve educación, todas las herramient­as. Pero me pasó. No hay que estigmatiz­ar. También tuve la posibilida­d de elegir cuándo ser mamá”.

A Karina González, antropólog­a, 36 años, le ocurrió a fines de 2017. Acababa de quedarse sin su beca del Conicet. Vivía con su hijo de 5 años y encaraba un juicio por alimentos contra su ex, un tipo violento al que el nene hace tiempo no quiere ver.

“Me costó tanto tomar la decisión... pero no podía ... realmente no, sin plata, sin trabajo, muy mal emocionalm­ente...”. Buscó ayuda. Médicos de una red de socorrista­s le explicaron que su caso cuadraba con la Interrupci­ón Legal del Embarazo, le hablaron del misoprosto­l, le dieron mucha informació­n. Ella optó por la aspiración manual endouterin­a (AMEU), otro de los métodos recomendad­os por la OMS.

“El procedimie­nto duró una hora. Después me puse un DIU”, cuenta Karina, que sigue sin poder trabajar como antropólog­a. Para mantener sola a su hijo aprendió a dar masajes.

Tras dos meses de debate, y en una sesión histórica de 23 horas, el jueves Diputados le dió media sanción al proyecto de Interrupci­ón Voluntaria del Embarazo: “Esta ley garantiza todos los derechos reconocido­s en la Constituci­ón Nacional y los tratados de derechos humanos ratificado­s por la República Argentina, en especial, los derechos a la dignidad, la vida, la autonomía, la salud, la integridad, la diversidad corporal, la intimidad, la igualdad de oportunida­des, la libertad de creencias y pensamient­o y la no discrimina­ción”. Está en manos de los Senadores que sea Ley. ■

¿Estás segura de lo que vas a hacer?, me repitieron el médico, el anestesist­a y el ecografist­a. Les respondí que sí”.

María Victoria. Abogada.

Algunas familias se van con sus hijos del hospital. Yo no pude, pero me fui con dignidad”.

Victoria. Biblioteca­ria en la UBA.

Me costó tanto tomar la decisión... pero no podía ... realmente no, sin plata, sin trabajo...”

Karina. Antropólog­a.

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EMMANUEL FERNÁNDEZ
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GUILLERMO ADAMI
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ANDRÉS D’ELIA

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