Los “CSI” argentinos
CIENTÍFICOS DEL CRIMEN
Forenses de todas las disciplinas son una ayuda clave de la Justicia en la resolución de delitos.
Buena parte de los argentinos cree tener la fórmula ideal de jugadores para ganar el Mundial de fútbol. El de Rusia 2018 y todos los que vendrán. Y otra parte, no menor, seguramente podría improvisar en una charla de asado sobre cómo se levantan rastros en una escena del crimen. No es extraño: las series con forenses como héroes son de las más exitosas. Sin embargo, pocos logran imaginar que en Argentina existen, trabajan y resuelven casos hombres y mujeres de ciencia de todas las ramas. Y menos aun que esa especie de “CSI criollo” y algo desperdigado ha aportado indicios clave para resolver causas em- blemáticas.
Los aportes llegan a los despachos de jueces y fiscales desde los lugares más impensados. La astrónoma María Silvina De Biasi analiza la luz del sol o de la luna como elementos determinantes en casos criminales; las microscópicas algas alojadas en un cuerpo que pueden indicar ahogamiento fueron investigadas y catalo- gadas por la bióloga Nora Maidana; especialista en micología forense, María Cecilia Tranchida hizo un arte del análisis de los hongos que ayudan a establecer la data de muerte e, incluso, sus causas y circunstancias.
Aunque no salen en televisión, estos aportes fueron determinantes en muchas causas importantes, al punto de que en 2015 el Conicet creó el programa “Ciencia y Justicia”. A través de él, por ejemplo, se llegó a una pericia de voz y a otra óptica imprescindibles para sostener la hipótesis de que Candela Sol Rodríguez fue víctima de una venganza narco.
“El programa es un comienzo para ayudar en una interacción que siempre es tensa: el científico y el abogado son bichos de naturaleza distinta: piensan de manera diferente, usan métodos de trabajo diferentes. Para el científico, su curiosidad, la duda, es un motor; en cambio, un juez tiene que tratar de resolver cuestiones en plazos determinados”, explica a Clarín el físico Rodolfo “Willy” Pregliasco.
Desde su puesto en el Centro Atómico Bariloche, Pregliasco ha realizado pericias en casos tan relevantes como la desaparición de Miguel Bru, la Masacre de Trelew o el asesinato de Teresa Rodríguez.
“Los jueces nos consultan (los fiscales mucho más), pero no con tanta frecuencia como podría pensarse. En general llegan a nosotros cuando están desesperados, cuando todo lo demás falló. Eso da bronca porque a veces uno siente que lo hacen para cubrirse”, agrega Pregliasco mostrando que no todo es color de rosa. “Eso sí, cuando uno resuelve algo, y ayuda a
saber qué pasó, la sensación es in
creíble”, admite.
¿Qué sería lo ideal a la hora de analizar rastros de una escena del crimen? Respuesta: para empezar, un buen sistema capaz de cotejar el ADN de esos rastros con una base de datos lo más grande, segura y completa posible. Con eso en mente, y el aporte de 20 millones de pesos del Tesoro, se creó el software GENis, que ya se está comenzando a implementar en Entre Ríos, Salta, La Pampa y la provincia de Buenos Aires. Además, cuenta con el sí de otras 14 jurisdicciones del país.
“GENis tiene tres objetivos principales: cotejar evidencia genética trazando un perfil de los rastros de una escena del crimen y cotejándolos con la base; trabajar con una red que permita encontrar personas desaparecidas cruzando la base con el de personas fallecidas NN; identificar personas en desastres masivos”, precisa Ariel Chernomoretz, investigador del Conicet y jefe del laboratorio de Biología de Sistemas Investigativa de la Fundación Instituto Leloir.
Impulsado por la Fundación Sadosky -organismo del Ministerio de Ciencia y Tecnología de la Nación-,
GENis comenzó a desarrollarse en 2014, creció, se perfeccionó y en sep-
tiembre de 2016 incluso logró el apoyo del presidente Mauricio Macri, quien lo incluyó entre los 12 proyectos estratégicos de la cartera científica.
Sin embargo, le apareció una gran
piedra en el camino cuando el Ministerio de Seguridad de la Nación hizo un acuerdo para usar el sistema Co
dis, creado por el FBI. Aunque probado internacionalmente, “Codis es un software cerrado, que no permite saber cómo trabaja, lo que lo hace vulnerable a la impugnación. Y, al ser un producto cedido bajo licencia, ésta puede ser revocada unilateralmente en cualquier momento”, sostiene Chernomoretz.
“En Argentina se optó por un desarrollo propio que yo creo que va a andar muy bien, y está en fase de lanzamiento: esto plantea un problema clave, que es que todos los laboratorios que participen aportando información a la Base de Datos de Inteligencia manejen protocolos unificados
comunes”, indicó Daniel Corach, referente del tema, en una nota publicada en 2016 en la página del Conicet.
Como director del Servicio de Huellas Digitales Genéticas, Corach sabe de lo que habla. Su trabajo fue clave en casos como el accidente de LAPA, el suicidio de Alfredo Yabrán y el crimen de Ángeles Rawson, asesinada por el portero Jorge Mangeri y arrojada a un contenedor de basura que terminó en un predio de la Ceamse, en José León Suárez.
Especialista en cotejo de voces, Jorge Gurlekian -responsable del Laboratorio de Investigaciones Sensoriales- se puso a trabajar en 2000 en la creación de una base de datos de referencia de voces autóctonas. Hoy esa base tiene 2000 registros de diferentes regiones del país y otros 3000 aportados por cooperación internacional.
“La voz humana tiene 60 características diferentes a rastrear. Nosotros no decimos esta voz pertenece a este sospechoso. Eso lo decide el juez, nosotros hablamos de probabilidades”, añade Gurlekian, en cuyo laboratorio dos becarios del Conicet crearon Forensia, un sistema de reconocimiento de voz de primer nivel mundial que se usó en el caso Candela para determinar quién había hecho una llamada extorsiva a la familia de la nena.
Cada científico, desde su especialidad, ayuda a que las piezas de un expediente cobren más sentido y cuenten una historia. Esto no ocurre siempre, claro. Pero quienes trabajan en ello cuentan que, cuando pasa, es “mágico”. ■