Stand-up para superar traumas
El género teatral facilita poder reírse de uno mismo.
“El taller de stand-up me permitió, primero, hablar de mi temita y luego reírme de lo que me sucedió. Y pude lograr lo imposible: descontracturar la incapacidad y, básicamente, recuperé las ganas de despertarme”.
Nico Stupenengo (45) estudia coaching ontológico, una suerte de terapia en busca de la transformación, y recuerda su paso por un curso de stand-up como una elección crucial para empezar de cero a los treinta y pico. Es que hace más de una década, un accidente en el mar, en Puerto Pirámides, lo dejó cuadripléjico luego de tirarse de cabeza e impactar contra el agua: se lesionó severamente la médula.
Dueño de una fuerza de voluntad envidiable, Stupenengo reflexiona: “Elegir el stand-up me ayudó a construir una vida nueva, pero al alcance de lo que ahora puedo hacer. Me dio lucidez para entender que uno se puede reír de lo que tiene aceptado. El stand-up colabora en la aceptación de uno más allá del talón de Aquiles que tengas”, exclama convencido Nico, que además de trabajar en el Concejo de la Magistratura, juega al rugby en silla de ruedas y acaba de terminar el rodaje de su primera película, un documental titulado Déficit.
Los talleres y cursos de stand-up proliferan y se han duplicado en los últimos dos años. A diferencia de otras actividades como la pintura, la cerámica, el clown o la magia, los asistentes encuentran en ellos soluciones cotidianas para pasarla mejor.
Alfredo Santillán (55) es ingeniero agrónomo y, sin vueltas, admite so- bre los de su rubro: “Somos un espanto a la hora de expresarnos, aburridísimos”. Se refiere a las disertaciones que abundan en CREA, la entidad del sector agropecuario. “Yo me decidí por el stand-up porque me sentía impregnado de ese desgano a la hora de transmitir y aprendí a hablar y, lo más importante, a querer ser escuchado. Hoy soy interesante, tengo humor y hasta hablo con firmeza. El curso me cambió la cabeza y no dejo de recomendárselo a mis colegas”. Santillán apela a una frase peculiar, matar al elefante, máxima con la que se cautiva al interlocutor. “En cualquier evento social en el que te toque ser el centro, tenés que blanquear una debilidad propia y explotarla con chispa para meterte a la gente en el bolsillo”, desmenuza. “Yo se lo sugerí a un ex presidente de CREA, tartamudo pobre, que sufría horrores cuando tenía que dar alguna charla pública”.
Cómo intentar comprenderse para estar más aliviada interiormente era el dilema de Fernanda Bona (52), que se animó al stand-up y, milagrosamente, pudo alivianar el peso de su mochila. “Supe desdramatizar y flexibilizarme”, define esta licenciada en computación que padece enanismo. “Hoy me río de mi condición y cuando puedo, seriamente, intento transmitir que detrás del enano hay una familia, sentimientos, amor, sufrimiento; no sólo el chiste barato típico del enano”, mastica Fernanda, que dimensiona: “Después del taller me olvidé de la angustia que causaba sentirme desvalorizada y discriminada. En mi caso, tengo la certeza de que el stand-up fue más poderoso que la terapia, y ya puedo pronunciar la palabra enano sin que me ofenda ni lastime”.
Para Laura Gil (44), el rollo del peso es algo que pudo digerir tomando un curso. Primero sufrió por la anorexia y después porque se veía gorda. “Para mí el taller fue como una sesión terapéutica, pude exorcizar preparando textos en función de lo que me mortificaba. Puse en palabras ese malestar que era el tema de mi peso, que dejó ser un toc para sublimarse y transformarse en un motivo de risa. Es muy significativo lo que a mí me cambió la cabeza, porque me convertí en una mujer psíquicamente saludable”, reflexiona Laura, que es técnica en autopsias del Hospital Arge- rich. “Por el trabajo que yo hago, en el que estoy en contacto permanente con la enfermedad y la muerte, el stand-up es un canal de descarga ante tanta tensión”, resume Laura .
Bancario, Esteban Parisi (41) hizo lo suyo por sugerencia de su terapeuta. Al parecer contenía más de lo que exteriorizaba: broncas, tensiones y estrés conformaron un cóctel que desembocó en un infarto. Zafó pero lo tomó como una oportunidad de cambio. “Yo era muy para adentro, cero sociable y más bien poco conversador. Y si bien ahora no tengo un millón de amigos, el taller me descomprimió, me dio soltura y me ayudó más que mis sesiones de terapia. Además de ser más barato, con el standup me río, loco, me río y eso hoy no tiene precio, y el cuore está cero km”.
El público se vuelca cada vez más al stand-up porque ayuda a “hacerse amigo del ridículo”.
Una malograda cita en un San Valentín sumada a un flor de susto en un lago europeo pusieron contra las cuerdas a Marcelo Pérez (29), quien le tiró un guantazo al stand-up. “La única forma en que yo no me muera solo es en un accidente múltiple”, solía recurrir al humor ácido entre sus amigos. “Sí, tardé bastante en conseguir una pareja, pero lo que me sacudió fue que casi me ahogo estando de viaje. Fue algo traumático que me llevó a replantear un montón de cosas... ‘Tengo una vida aburrida, seria y monótona y, encima, se puede ir de un plumazo”, maquinaba. Así fue que este joven científico del Conicet se liberó de prejuicios y rigideces, pudiendo canalizar frustraciones en un taller “que me hizo descubrir una personalidad reveladora”.
¿Y qué dicen los profes, los aparentemente hacedores de tamaña transformación? Reconocido entre sus pares, Alejandro Angelini no se atribuye milagros. Cuenta que a sus grupos van contadores, abogados, empresarios, publicistas y políticos, urgidos de optimizar su faena. “A partir de técnicas para despejar la mente y aligerar el cuerpo, el stand-up desacartona. Pero todo parte de la cabeza... y yo intento que los que vienen a mis talleres se olviden de sus problemas y es allí cuando se logran los resultados”. Angelini cuenta que a sus alumnos los taladra con un concepto: “No le pidan al stand-up lo que no es capaz de ofrecer. Se cree que fue creado para resolver aspectos psicológicos. Error. Se creó para que la gente se ría, primero, de sí misma”.
Natalia Carulias es otra de las especialistas que fue más allá y descubrió destinar sus talleres a los adolescentes, un segmento consumidor del género pero, también, ávido de adquirir recursos para sortear obstáculos. “Los jóvenes buscan cómo contrarrestar problemáticas como el bullying, la discriminación, la imagen y la sobreexposición en las redes sociales, o esto de querer ser famoso ya”. Carulias ofrece técnicas, siempre desde el humor, “para poder pelearles desde la entrega emocional a esos fantasmas típicos de la edad. La actitud es lo que intento trabajar, ya que hoy es más importante cómo lo digo y no qué digo. Pero en el curso nadie tiene una verdad, es un ida y vuelta que se va generando para lograr una
Esta disciplina se creó para que la gente se ría de sí misma, pero no reemplaza a la terapia.
contención sanadora que se produce a través del humor”.
Los talleres de Pablo Picotto ponen énfasis en cuestiones sociales. “Vivimos épocas en las que quizás los tímidos o los introvertidos pueden sufrir más, entonces apelo a mecanismos para contar con una mayor fluidez. Hay gente que tiene más facilidad y otra que necesita adquirirla. Después de querer ser lindo, ser gracioso y carismático es lo que más se busca. Eso no se puede enseñar, pero sí brindar elementos para empujar tus límites”.
Angelini, Carulias y Picotto, para redondear, coinciden en que el standup contribuye a estimarse más y a hacerse amigo del ridículo a partir de fortalecer las flaquezas que a todos nos abruman. ■