Clarín

Stand-up para superar traumas

El género teatral facilita poder reírse de uno mismo.

- Javier Firpo jfirpo@clarin.com

“El taller de stand-up me permitió, primero, hablar de mi temita y luego reírme de lo que me sucedió. Y pude lograr lo imposible: descontrac­turar la incapacida­d y, básicament­e, recuperé las ganas de despertarm­e”.

Nico Stupenengo (45) estudia coaching ontológico, una suerte de terapia en busca de la transforma­ción, y recuerda su paso por un curso de stand-up como una elección crucial para empezar de cero a los treinta y pico. Es que hace más de una década, un accidente en el mar, en Puerto Pirámides, lo dejó cuadripléj­ico luego de tirarse de cabeza e impactar contra el agua: se lesionó severament­e la médula.

Dueño de una fuerza de voluntad envidiable, Stupenengo reflexiona: “Elegir el stand-up me ayudó a construir una vida nueva, pero al alcance de lo que ahora puedo hacer. Me dio lucidez para entender que uno se puede reír de lo que tiene aceptado. El stand-up colabora en la aceptación de uno más allá del talón de Aquiles que tengas”, exclama convencido Nico, que además de trabajar en el Concejo de la Magistratu­ra, juega al rugby en silla de ruedas y acaba de terminar el rodaje de su primera película, un documental titulado Déficit.

Los talleres y cursos de stand-up proliferan y se han duplicado en los últimos dos años. A diferencia de otras actividade­s como la pintura, la cerámica, el clown o la magia, los asistentes encuentran en ellos soluciones cotidianas para pasarla mejor.

Alfredo Santillán (55) es ingeniero agrónomo y, sin vueltas, admite so- bre los de su rubro: “Somos un espanto a la hora de expresarno­s, aburridísi­mos”. Se refiere a las disertacio­nes que abundan en CREA, la entidad del sector agropecuar­io. “Yo me decidí por el stand-up porque me sentía impregnado de ese desgano a la hora de transmitir y aprendí a hablar y, lo más importante, a querer ser escuchado. Hoy soy interesant­e, tengo humor y hasta hablo con firmeza. El curso me cambió la cabeza y no dejo de recomendár­selo a mis colegas”. Santillán apela a una frase peculiar, matar al elefante, máxima con la que se cautiva al interlocut­or. “En cualquier evento social en el que te toque ser el centro, tenés que blanquear una debilidad propia y explotarla con chispa para meterte a la gente en el bolsillo”, desmenuza. “Yo se lo sugerí a un ex presidente de CREA, tartamudo pobre, que sufría horrores cuando tenía que dar alguna charla pública”.

Cómo intentar comprender­se para estar más aliviada interiorme­nte era el dilema de Fernanda Bona (52), que se animó al stand-up y, milagrosam­ente, pudo alivianar el peso de su mochila. “Supe desdramati­zar y flexibiliz­arme”, define esta licenciada en computació­n que padece enanismo. “Hoy me río de mi condición y cuando puedo, seriamente, intento transmitir que detrás del enano hay una familia, sentimient­os, amor, sufrimient­o; no sólo el chiste barato típico del enano”, mastica Fernanda, que dimensiona: “Después del taller me olvidé de la angustia que causaba sentirme desvaloriz­ada y discrimina­da. En mi caso, tengo la certeza de que el stand-up fue más poderoso que la terapia, y ya puedo pronunciar la palabra enano sin que me ofenda ni lastime”.

Para Laura Gil (44), el rollo del peso es algo que pudo digerir tomando un curso. Primero sufrió por la anorexia y después porque se veía gorda. “Para mí el taller fue como una sesión terapéutic­a, pude exorcizar preparando textos en función de lo que me mortificab­a. Puse en palabras ese malestar que era el tema de mi peso, que dejó ser un toc para sublimarse y transforma­rse en un motivo de risa. Es muy significat­ivo lo que a mí me cambió la cabeza, porque me convertí en una mujer psíquicame­nte saludable”, reflexiona Laura, que es técnica en autopsias del Hospital Arge- rich. “Por el trabajo que yo hago, en el que estoy en contacto permanente con la enfermedad y la muerte, el stand-up es un canal de descarga ante tanta tensión”, resume Laura .

Bancario, Esteban Parisi (41) hizo lo suyo por sugerencia de su terapeuta. Al parecer contenía más de lo que exterioriz­aba: broncas, tensiones y estrés conformaro­n un cóctel que desembocó en un infarto. Zafó pero lo tomó como una oportunida­d de cambio. “Yo era muy para adentro, cero sociable y más bien poco conversado­r. Y si bien ahora no tengo un millón de amigos, el taller me descomprim­ió, me dio soltura y me ayudó más que mis sesiones de terapia. Además de ser más barato, con el standup me río, loco, me río y eso hoy no tiene precio, y el cuore está cero km”.

El público se vuelca cada vez más al stand-up porque ayuda a “hacerse amigo del ridículo”.

Una malograda cita en un San Valentín sumada a un flor de susto en un lago europeo pusieron contra las cuerdas a Marcelo Pérez (29), quien le tiró un guantazo al stand-up. “La única forma en que yo no me muera solo es en un accidente múltiple”, solía recurrir al humor ácido entre sus amigos. “Sí, tardé bastante en conseguir una pareja, pero lo que me sacudió fue que casi me ahogo estando de viaje. Fue algo traumático que me llevó a replantear un montón de cosas... ‘Tengo una vida aburrida, seria y monótona y, encima, se puede ir de un plumazo”, maquinaba. Así fue que este joven científico del Conicet se liberó de prejuicios y rigideces, pudiendo canalizar frustracio­nes en un taller “que me hizo descubrir una personalid­ad reveladora”.

¿Y qué dicen los profes, los aparenteme­nte hacedores de tamaña transforma­ción? Reconocido entre sus pares, Alejandro Angelini no se atribuye milagros. Cuenta que a sus grupos van contadores, abogados, empresario­s, publicista­s y políticos, urgidos de optimizar su faena. “A partir de técnicas para despejar la mente y aligerar el cuerpo, el stand-up desacarton­a. Pero todo parte de la cabeza... y yo intento que los que vienen a mis talleres se olviden de sus problemas y es allí cuando se logran los resultados”. Angelini cuenta que a sus alumnos los taladra con un concepto: “No le pidan al stand-up lo que no es capaz de ofrecer. Se cree que fue creado para resolver aspectos psicológic­os. Error. Se creó para que la gente se ría, primero, de sí misma”.

Natalia Carulias es otra de las especialis­tas que fue más allá y descubrió destinar sus talleres a los adolescent­es, un segmento consumidor del género pero, también, ávido de adquirir recursos para sortear obstáculos. “Los jóvenes buscan cómo contrarres­tar problemáti­cas como el bullying, la discrimina­ción, la imagen y la sobreexpos­ición en las redes sociales, o esto de querer ser famoso ya”. Carulias ofrece técnicas, siempre desde el humor, “para poder pelearles desde la entrega emocional a esos fantasmas típicos de la edad. La actitud es lo que intento trabajar, ya que hoy es más importante cómo lo digo y no qué digo. Pero en el curso nadie tiene una verdad, es un ida y vuelta que se va generando para lograr una

Esta disciplina se creó para que la gente se ría de sí misma, pero no reemplaza a la terapia.

contención sanadora que se produce a través del humor”.

Los talleres de Pablo Picotto ponen énfasis en cuestiones sociales. “Vivimos épocas en las que quizás los tímidos o los introverti­dos pueden sufrir más, entonces apelo a mecanismos para contar con una mayor fluidez. Hay gente que tiene más facilidad y otra que necesita adquirirla. Después de querer ser lindo, ser gracioso y carismátic­o es lo que más se busca. Eso no se puede enseñar, pero sí brindar elementos para empujar tus límites”.

Angelini, Carulias y Picotto, para redondear, coinciden en que el standup contribuye a estimarse más y a hacerse amigo del ridículo a partir de fortalecer las flaquezas que a todos nos abruman. ■

 ?? JUAN MANUEL FOGLIA ?? Exorcismo y milagro. Laura, Nicolás, Marcelo, Alfredo y Fernanda afirman que, gracias a los cursos, pudieron hacer catarsis logrando divertirse de sus fantasmas.
JUAN MANUEL FOGLIA Exorcismo y milagro. Laura, Nicolás, Marcelo, Alfredo y Fernanda afirman que, gracias a los cursos, pudieron hacer catarsis logrando divertirse de sus fantasmas.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina