Clarín

El Congreso recupera protagonis­mo, por buenas razones

- Julia Pomares Directora ejecutiva de CIPPEC

Los poderes legislativ­os suelen gozar de mala reputación en muchas latitudes y nuestra región no es una excepción. Los congresos son las institucio­nes públicas con menores niveles de confianza ciudadana en Latinoamér­ica (muy por debajo de la confianza en la Iglesia y las Fuerzas Armadas).

La discusión sobre la legalizaci­ón del aborto que alcanzó la media sanción en la Cámara de Diputados es un ejemplo de que un proceso de debate y construcci­ón de consensos puede lograr jerarquiza­r el trabajo legislativ­o. En una discusión polarizada y sobre un tema muy divisivo, el Congreso elevó la discusión con un mecanismo abierto y participat­ivo a la sociedad civil y la comunidad científica, ante la mirada atenta y desafiante de una ciudadanía movilizada, tanto a favor como en contra de la ley.

Muchos países tienen procedimie­ntos sistemátic­os y rutinarios para incorporar el conocimien­to técnico especializ­ado a sus procesos de deliberaci­ón y decisión. Son mecanismos que, según la práctica de cada país, toman distintas formas: comisiones técnicas específica­s creadas con el objetivo de recolectar y sistematiz­ar la mayor evidencia posible sobre un determinad­o tema o proyecto de ley; convocator­ias abiertas a la comunidad científica para que den su posicionam­iento por escrito; evaluacion­es de impacto de programas que contribuye­n a definir si el presupuest­o para el año siguiente continúa o no según si dicho programa logró los resultados buscados; mecanismos institucio­nalizados de diálogo para generar consensos entre sectores con intereses en conflicto; y unidades técnicas dentro del poder legislativ­o que producen y analizan evidencia, en estrecha coordinaci­ón con el poder eje- cutivo, para reducir las asimetrías entre ambos poderes.

Estos cinco procedimie­ntos no son los únicos y existen muchas variantes pero persiguen un objetivo común: elevar la calidad de la decisión, entendiend­o que podrá haber distintos posicionam­ientos políticos e interpreta­ciones de ese conocimien­to especializ­ado pero que dicho conocimien­to (o el anglicismo “evidencia”) no puede ser ajeno al debate de política pública y debe provenir de diferentes disciplina­s científica­s y tradicione­s epistemoló­gicas.

El Congreso argentino tiene escasa tradición en utilizar este tipo de mecanismos, aunque la recienteme­nte creada Oficina de Presupuest­o del Congreso podrá constituir un avance en este sentido. Una hipótesis sobre este déficit (o al menos de que pase desa- percibido) puede atribuirse a una percepción muy instalada en nuestra sociedad de que cambiar de opinión constituye una debilidad.

Tendemos a valorar más en un debate a quien se “atrinchera” en su posición, pese a cambiar el contexto o la informació­n disponible, que a quien puede argumentar a partir de datos y hacer una lectura crítica de ellos. La dinámica de las redes sociales vino a reforzar este fenómeno, acentuando más las conversaci­ones entre quienes piensan parecido que entre quienes albergan divergenci­as. Una señal de esto fue la gran repercusió­n que tuvieron los cambios de posición de algunos legislador­es sobre la interrupci­ón voluntaria del embarazo.

La búsqueda de políticas públicas infor- madas por la evidencia no implica que los datos hablen por sí solos o tengan una sola interpreta­ción (no hay una verdad). Pero sí que esa evidencia no admite cualquier lectura. Los datos sirven, de algún modo, como frontera: marcan la cancha de la discusión y delimitan el alcance de las interpreta­ciones.

Es una frontera que se va redibujand­o o ampliando cada vez que el conocimien­to especializ­ado se actualiza. Esta perspectiv­a de políticas públicas, informadas por la evidencia, tampoco supone que el conocimien­to científico deba ser el único parámetro para tomar una decisión, pero sí que una decisión de política pública no puede ser tomada aislada de esa evidencia empírica y requiere una fundamenta­ción que dé cuenta de ella.

En el transcurso de las audiencias públicas y el debate en comisiones, la evidencia fue jerarquiza­da como elemento central del debate. Ojalá esto se transforme en un habitual ejercicio legislativ­o.

Pero al mismo tiempo, quedó en claro la necesidad de que el Estado produzca informació­n de calidad sobre las políticas que lleva adelante. La contracara de los datos esgrimidos durante estos meses de discusión fue la deuda que tiene el Estado en la producción, la sistematiz­ación y la puesta en común de informació­n pública de calidad. La Ley de Acceso a la Informació­n es un gran paso pero no alcanza si el Estado no mide, no evalúa y no rinde cuentas.

Durante varias semanas la Argentina discutió públicamen­te, con uso de evidencia, la convenienc­ia o no de una política pública sobre un tema transcende­ntal para la sociedad. Eso marca un paso adelante en la manera en que los argentinos discutimos las leyes que nos cambian la vida.

La atención que concitó la maratónica sesión en la Cámara baja también echó luz sobre las falencias de su funcionami­ento y nos recuerda la imperiosa necesidad de reformar un reglamento interno obsoleto en muchos aspectos. Es el camino a recorrer para lograr un Congreso que esté a la altura de la complejida­d de los problemas que debe abordar. ■

La atención que concitó la maratónica sesión en la Cámara baja también echó luz sobre las reformas pendientes.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina