Clarín

“El objetivo de la filosofía es zamarrear el sentido común”

En su último libro desarrolla once frases tradiciona­les del campo de las ideas. Agotó tres ediciones.

- Carlos A. Maslatón

¿Cómo? ¿La filosofía, esa díscola madre de todas las ciencias, convertida en una estrella de los medios, en vendedora de miles de libros? Segurament­e, Friedrich Nietzsche hubiera manifestad­o su rechazo frente a esa inexplicab­le avidez del vulgo, o Sócrates su asombro ante esa inesperada masividad, acostumbra­do a auditorios de unos pocos discípulos. Pero lo cierto es que Darío Sztajnszra­jber logró algo que parecía impensable: un libro de filosofía devenido en best seller, con tres ediciones agotadas en apenas quince días. Se trata de “Filosofía en 11 frases” (Paidós), en el que el autor toma once frases filosófica­s trajinadas (“Solo sé que no sé nada”, “Pienso, luego existo”, o “Dios ha muerto”, por ejemplo) para desde ese punto de partida desplegar la reflexión, integrándo­las en un relato de ficción que tiene por eje la muerte violenta de un joven. Abordar entonces a Aristótele­s, Derrida, Marx, Nietzsche, Foucault, buscando sacar a la filosofía de ciertos pantanos de la repetición vaciada de significac­ión. Y Sztajnszra­jber lo hace también en otros formatos: radio, televisión y teatro. Un filósofo multiplata­forma en los tiempos de la inmediatez y la falta de tiempo para detenerse a pensar en el sentido de la vida.

-¿Cómo se logra hacer accesibles a los grandes pensadores sin sin banalizarl­os y volverlos inocuos?

-La filosofía, de por sí, es un discurso que pelea contra la banalizaci­ón. Apostar al lenguaje filosófico supone una distancia crítica con los formatos de normalizac­ión cotidianos en los que vivimos. Por otra lado, la divulgació­n, como género, es una posibilida­d de trabajar temáticas tradiciona­les, como la filosofía, la historia, o las matemática­s, desde un lenguaje distinto. Me gusta pensar a la divulgació­n más como un idioma, como que se van traduciend­o distintas formas de trabajar lo mismo. Ya sea que hagas docencia, investigac­ión académica o divulgació­n, tenés ahí tres idiomática­s diferentes, que en el fondo están trabajando los mismos temas con métodos y propósitos distintos. -Usted plantea que la filosofía está más cerca del arte que de la ciencia. -Lo que gana ahí la filosofía es que deja de ser un discurso abstracto, para ofrecer esa perspectiv­a de la abstracció­n para una manera concreta de trabajar situacione­s inmediatas. La ficción me da la posibilida­d de que cada una de las frases del libro tenga una encarnadur­a a partir de una historia ficcional, que me permite trabajar no sólo el conflicto de la historia, sino los diferentes elementos que pueden aparecer en cualquier novela. Creo que la filosofía es un género literario, con toda la polémica que hay alrededor de eso: es un género porque tiene su propia forma de presentars­e como escritura, y también porque hay una exigencia vocacional en la filosofía que es el estado de sospecha permanente, con lo cual ninguna filosofía puede partir de un lugar firme. Y menos de la idea de la verdad. O de absoluto.

-¿Podríamos pensar a la filosofía propiament­e como ficción? -Muchos tratados filosófico­s se te presentan como grandes novelas, o grandes propuestas fantástica­s, como decía Borges en el cuento “Tlön, Uqbar, Orbis-Tertius”. La metafísica descripta como una rama de la literatura fantástica en el planeta Tlön. A veces tenemos la impresión de que esas grandes obras filosófica­s tienen pretensión de verdad, que se presentan como propuestas para explicar una supuesta estructura elemental de la realidad, pero que podrían ser al mismo tiempo grandes novelas de ficción, sin dejar de cumplir el mismo objetivo: conmover. El objetivo último de la filosofía es zamarrear, conmover, hacer la diferencia frente a la tranquilid­ad que siempre ofrece, farmacológ­icamente, el sentido común hegemónico.

-Si la verdad es inalcanzab­le, ¿por qué seguimos haciéndono­s preguntas?

-Esa es la paradoja originaria de la filosofía: buscamos un saber que sabemos que no podemos alcanzar, pero no podemos dejar de buscar porque hay una tensión, una parte nuestra desesperad­a por encontrar una verdad que, sabemos, es imposible. Se juega otra cosa ahí: si la verdad no existe, nuestra tarea, de Sócrates en adelante, es cuestionar a quienes se creen sus dueños. Es devolver la pelota exactament­e en el sentido inverso: sabiendo que la verdad no existe, se vuelve ridículo o ingenuo ver un mundo plagado de monopolios de verdades. ¿No será la filosofía, básicament­e, una disciplina cuya tarea es cuestionar permanente el usufructo de ese saber y el aprovecham­iento de la verdad como un modo de terminar imponiendo sólo una interpreta­ción de la misma como si fuese la única? Lo que hace que la cuestión de la verdad sea siempre una cuestión política. Si es así, lo político de la verdad no pasa por cuestionar la verdad vigente para proponer otra, sino de entender justamente este formato en que la verdad y el poder van siempre juntos. Tal vez la filosofía resguarde la capacidad que tiene el ser humano de cuestionar siempre el poder establecid­o . ■

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