Clarín

El suplicio de viajar en micro

- Roberto Pettinato

Después de 35 años volví a viajar en un colectivo de línea, desde Río Cuarto hasta la Capital. ¡Qué bellos recuerdos de los tiempos en que viajábamos en micro y escuchábam­os el sonido del avión de los Soda Stereo pasando por encima!

La mente del ser humano, la idea clásica de la existencia de un Dios y la melancolía de las terminales de estos enormes colectivos son tres cosas que no cambiarán jamás.

Estaban los mismos kiosquitos y los mismos perros. ¿Saben que siempre hay perros despidiend­o a los parientes humanos y nadie les dice: ”No hay pasajes para vos. No vas a subir. Cuida la provincia. En 20 años volvemos”.

Era un micro con coche-cama y daban una película que no podías elegir, pero sí jugar con tu suerte y decir: “¡No puedo creer que no la vi!”. Es casi como un jet, pero con delay... Como si fuera a correr a toda velocidad, pero arranca en 30 kilómetros por hora y parece que se va a mantener así hasta Pacheco. Jaja.

Yo estaba extasiado. De pronto, todos los televisore­s bajaron a la vez como los brazos de un transforme­r y hasta un mozo venía prometiend­o comida caliente, vino, gaseosas y cortinas. Bue, las cortinas eran para la noche, pero supongamos que ese era el estilo “realista” deseado. ¡Tenía una manta! La había usado el pasajero anterior, pero no tenía olor. Desinfecta­da no sé, pero sí bañada en Poet. ¡Suficiente para mí!

Estaba feliz. Me había tocado el piso de arriba y pregunté si iríamos por camino montañoso o de sierra, porque uno siempre supone que el segundo piso de la torta volará por un acantilado... ¡Y no, camino recto y seguro!

Tres choferes bien dormidos, uno descansand­o y hasta pensé en animarme a la droga con la que los franceses se enfrentaro­n a los nazis: el jugo de naranja.

Aquí empezó la pesadilla tan nuestra como los finales agónicos de la Selección, la idea de los cachorros de las diputadas, y Estereo mal escrito en una plaqueta: apoyo los pies para relajarme y se cae el apoya piernas. Intento engancharl­o. No puedo. El ruido que escupe es infernal. Se despierta el señor de adelante. ¿Cuál era la clave de haber pagado por un coche- cama? Justamente el respaldo por completo hacia atrás, pero mas aún: el poder... ¡estirar las piernas!

De pronto, enganchó, pero no estaba del todo cómodo con las promesas de mi manager. Me dijo: “Hay otros modelos de este tipo de coche suite”. “¿Suite?”, pregunté yo…”Jodeme que esto se convierte en inodoro y salta un espejo para que te seques el pelo!”. En nuestro país nada se pierde, todo se deforma y empece a creer en un viaje lleno de promesas no atendidas y contando las horas una tras otra. - Me dijiste que era el mejor.

- Lo es, pero hay uno negro que tiene cinco estrellas doradas.

- ¿Y por qué no estamos ahí?

- Lo toma todo el mundo. -¿Pero éste es cómodo o no? -dije, queriendo consolarme.

- Sí, pero creo que es el que tiene los asientos mas angostos -me contestó.

Ahí me di cuenta de que estaba en una lata de atún y no en un jet atendido por un azafato que te recibe a la entrada con un caramelo.

La película terminó. Los televisore­s se retrajeron y mi apoya pies aún seguía pendiendo de un hilo.

En el medio de la noche no podía encender el celular para iluminar uno por uno para ver qué lu-

Más que un viaje, fue una gran experienci­a. No dudo de que me sucedieron más cosas que a Luis Miguel buscando a la madre.

gar había quedado vacante, así que dije: “Bue, ¿qué puede pasar? ¿Que caiga arriba de otra persona que duerme?”. ¡Y así fue!

Pedí disculpas y sólo mi culo fue encontrand­o su lugar hasta que di con uno de los asientos que se enfrentan al gran parabrisas.

Fue un viaje genial. El sol pegó primero ahí y me desperté antes que nadie y ya estaba en la Panamerica­na viendo talleres, viveros y viejos carteles de Massa.

Fue una gran experienci­a y no dudo de que me sucedieron más cosas que a Luis Miguel buscando la madre.

La próxima, si me dejan, subo uno de los perros de la terminal para que cuando envejezcan puedan decir a sus amigos: “Yo viajé en micro después de cinco años... Bueno, andá a saber cuánto es esa cifra para los humanos”. ■

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