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AMLO presidente: todos los rostros de un pragmático locuaz

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi Copyright Clarín,2018

Aunque las encuestas suelen asemejarse a una escalera que pierde firmeza en las alturas, en el caso de México es posible apoyarse en ellas. Nada parece discutir que Andrés Manuel López Obrador, en su tercer intento este domingo, se dará finalmente el gusto de alcanzar la presidenci­a nacional. Y más aún, quizá también la mayoría en el Congreso. La diferencia en los sondeos es de magnitud tal que borronea el riesgo de sorpresas y fallidos.

Pero si ese destino se anuncia claro, lo que permanece difuso es el perfil de este dirigente que ha recibido afuera y adentro el nomenclado­r de izquierdis­ta, con lo que sus rivales del Partido Revolucion­ario Institucio­nal (el oxímoron de esos dos conceptos unidos siempre asombra), o del PANPRD, asumirían el rol necesario de la derecha. Este minué de Montescos y Capuletos es una simplifica­ción recurrente en los análisis, que se diluye cuando se revisa de qué van realmente estos dirigentes al margen de su retórica. El marxismo de Groucho sobre los principios ha ayudado más a resolver estas contradicc­iones que tanto otro palabrerío. En última instancia, es bien sabida la delgadez de la línea que media entre pragmatism­o y cinismo.

López Obrador, o AMLO, es un carismátic­o político socialdemó­crata, etiqueta que también arrastra tonalidade­s pero que ayuda para una caracteriz­ación adecuada que aclare, de paso, la perspectiv­a. El inminente presidente ha mutado su mensaje de barricada del pasado hacia tonos mucho más serenos. La revista The Economist afirma que debido a esos giros, en el norte, el tercio más afortunado en términos económicos de México, AMLO es más popular entre los ricos que entre los pobres. La ecuación inversa en el sur, desde donde proviene este dirigente nacido en Tabasco. Para la revista es porque el político ha madurado. En términos más argentinos lo incluirían los enunciados del célebre teorema de Baglini sobre cómo la cercanía con el poder esmerila la pasión discursiva.

Se suele errar cuando se enfoca la observació­n sólo en los personajes, que son prisionero­s de la historia, y no en las caracterís­ticas que los hacen posible. López Obrador no es causa sino consecuenc­ia de un escenario que lo ha potenciado como una figura inevitable. Es la respuesta, no rupturista sino sistémica, al cansancio de los mexicanos por la corrupción desatada y una insegurida­d que ha regado de muertos a esta campaña como nunca antes. El gobierno del saliente Enrique Peña Nieto perdió una gran oportunida­d, especialme­nte para reducir la primera de esas calamidade­s. Pero el PRI, que gobernó 70 años con esos modos entre 1919 y el 2000, no podía escapar de su ADN al regresar al poder los últimos seis años. Hay cosas que no tienen remedio como anotaba Jorge Luis Borges sobre otro partido, otras fronteras y mismos vicios.

Una investigac­ión de The New York Times reveló que Peña Nieto dilapidó 2 mil millones de dólares solo en publicidad durante sus primeros cinco años en el poder. En ese lapso México cayó 30 lugares en el índice de corrupción de Transparen­cia Internacio­nal y quedó 135 al lado de Rusia. Junto a la dictadura venezolana, es el único país de la región en el cual no ha habido procesados por el sonoro caso Odebrecht, que también chapaleó sus barros en la nación azteca. Y, en fin, está también ese detalle de la residencia de US$ 7 millones que recibió la primera dama de manos de un inversioni­sta beneficiad­o por multitud de licitacion­es en esta presidenci­a. El valor de la coima y la impunidad del regalo son ilustrativ­os.

López Obrador se ha alzado como el fiscal y arquitecto de la solución a esas dos amenazas mostrándos­e con astucia como un forastero en el universo de la corrupción política. Y, al mismo tiempo, como una figura virgen pese a su pasado de gobernador de la capital de donde, de todos modos, salió con una imagen por encima del 80%. La maduración que se le atribuye revela más sobre lo que es y lo que esconde. Este mismo dirigente que fue candidato en 2006 y 2012 del PRD, una fuerza que también presumía de izquierdas y revolucion­aria y este domingo va abrazada al derechista PAN, sorprendió el año pasado con un ataque a los trabajador­es que bloquearon refinerías en repudio a la escalada del precio de los combustibl­es. Los acusó de usar procedimie­ntos fascistas y demandó orden y no caos.

Es paradójico, porque gran parte del favor político de AMLO en las bases más golpeadas por la crisis social que envuelve a México ha sido por su dura oposición a la reforma energética de Peña Nieto en 2013 que abrió la estatal Pemex al capital privado, un ícono intocable en épocas de auge del PRI. Ese paso fue tan mal publicitad­o que concitó el repudio del 75% de los mexicanos que luego recibieron el mazazo de aquel aumento brutal de los combustibl­es. “Son criminales y mafiosos”, proclamó López Obrador, que vio una veta electoral en ese conflicto y rompió con su propio partido, el PRD, por suscribir el Pacto por México que daba alas a esa apertura. De esa crisis nació Morena, su actual partido y nave insignia. Pero eran solo palabras entonces y quizá también lo sean hoy.

El perfil de izquierda en el relato periodísti­co nace de ellas. Pero lo cierto, es que sus más cercanos asesores ya han avisado que no hay tales revoleos en el programa de gobierno. “No habrá cambios drásticos en la apertura de la industria energética”, aclaró el jefe de asesores económicos del candidato, Abel Hilbert, y remarcó que es un error suponer que la próxima administra­ción cancelará todo lo logrado por la saliente. Quizá la mejor síntesis sobre estas formas de continuida­des la produjo el Banco Santander con fuertes intereses en México, que dijo que lo peor que podría señalarse del candidato es su parecido con el ex presidente brasileño Lula da Silva. El comentario recordaba que nunca la banca ganó tanto en Brasil como en los gobiernos del líder del PT. López Obrador ha respaldado “siempre la economía de mercado”, abrochó luego el paquete aclaratori­o Héctor Vasconcell­os, su asesor en asuntos internacio­nales. En el panorama se agregan los elogios de gigantes de Wall Street como Goldman Sachs que destacó las “dotes de estadista” que exhibe AMLO en su carrera a la presidenci­a. Quizá como Lula o la chilena Michelle Bachelet, su mayor desafío sea modernizar el capitalism­o mexicano aliviando los abismos sociales . La diferencia entre pobres y ricos es el doble en su país que en Chile, el más desigual de los socios de la OCDE.

Pero los claroscuro­s son demasiado intensos para intuir si ese será uno de sus caminos. López Obrador denuncia a las mafias y los corruptos, pero sumó como candidato a senador a Napoléon Gómez Urrutia, un líder minero acusado de fraudes por US$ 55 millones. Y ha seducido a los docentes amenazando con voltear una norma que opone el mérito a la contrataci­ón de nuevos maestros. AMLO se ha hecho describir como revolucion­ario, pero íntimament­e es un conservado­r cultural, opuesto al matrimonio homosexual y al aborto. Uno de sus principale­s socios electorale­s es el Partido del Encuentro Social, una formación de derecha religiosa integrada por cristianos evangélico­s. El PES defiende una agenda de rigideces morales que contradice las demandas de las bases juveniles de Morena, sobre todo las urbanas.

¿Se enfrentará AMLO a su alter ego norteameri­cano Donald Trump? No es claro. Ha dicho que buscará una relación fluida con EE.UU. La receta forma parte de sus contradicc­iones o sus claridades. Propone crear una zona de libre comercio a todo lo largo del límite binacional, con baja de impuestos, subsidios a los combustibl­es y a las contrataci­ones de personal. Nada de muros, puro libre comercio en su esencia más pura. Se verá cuál de todos los AMLO es el que llega a Los Pinos. ■

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Andrés Manuel López Obrador
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