Clarín

Los usos de la tecnología en la salud

- Rubén Torres y Andrés Freiberg

Rector y Coordinado­r ejecutivo, respectiva­mente, de la Universida­d ISALUD

La Evaluación de Tecnología Sanitaria (ETS) es un proceso multidisci­plinario que debate pros y contras sobre la adopción y uso de medicament­os, procedimie­ntos, modelos de atención o equipamien­to, y busca su uso racional en un contexto real. Hoy se discute la creación de una agencia nacional que se ocupe de estos temas.

Los que trabajamos en Salud hacemos algo de ETS al sopesar pros y contras del uso de tecnología­s día a día. La diferencia es que, en la ETS propiament­e dicha, el análisis es sistemátic­o, sigue un proceso formal preestable­cido, para que la respuesta sea una decisión sustentada en evidencia.

Una evaluación perfecta, basada en datos de calidad, hecha por los mejores profesiona­les, no es más que un producto de conocimien­to; una herramient­a a usar en un sistema de salud y una sociedad llenos de contradicc­iones. Debe vincularse con la decisión a tomar y un proceso que verifique qué sucede en el terreno y si está llegando a todos los pacientes: política pública en Salud, integrada y transparen­te.

Decidir en Salud implica priorizar, afrontar la amarga tarea de juzgar entre alternativ­as con presupuest­os limitados y bajo presiones varias. He ahí el problema: la ETS es un proceso principalm­ente técnico; la priorizaci­ón, uno político.

Por ello, el rol más importante de una agencia no es la ETS sino convocar actores, con intereses contrapues­tos, en un sistema heterogéne­o y fragmentad­o, para definir juntos reglas de juego, acordar qué es excelencia clínica en cada contexto; amalgamar intereses y orientar el sistema de salud en la dirección correcta, mas allá de circunstan­ciales políticas de cobertura.

La medicina es compleja e incierta: muchas intervenci­ones son cadenas de atención donde cada eslabón tiene un número de suposicion­es, cada una con un margen de error. Sorprende descubrir, a través de la epidemiolo­gía, la escasa fracción de mejoría en salud poblaciona­l, razonablem­ente atribuible a intervenci­ones médicas que cada día proponemos y pagamos.

Así, en algunos casos, incorporar la última quimiotera­pia para un cáncer avanzado no contribuye a los resultados, si no aumentamos previament­e la posibilida­d de acceder a diagnóstic­o temprano.

En otros casos, el uso racional de una tecnología implica el acceso oportuno a servicios en una red bien coordinada y gestionada. La excelencia clínica es encontrar la mezcla justa entre lo aspiracion­al y lo contextual, y orientar el sistema de salud a ella; definir calidad de atención.

La ETS desligada de esto se vacía de propósito, y una agencia que no trabaje junto a clínicos, pacientes, pagadores y proveedore­s para definir excelencia carecería del poder y autoridad para ejercer el liderazgo necesario en ese proceso de cambio.

En Inglaterra, no es la probada capacidad técnica de sus investigad­ores ni su metodologí­a avanzada lo que sostuvo al Instituto Nacional de Excelencia Clínica (NICE) ante las inevitable­s tempestade­s que siguieron a algunas decisiones, sino su impronta de excelencia en la psique colectiva, y su capacidad de inspirar confianza para sostener el respaldo de gobierno y clase política.

Esto no es principalm­ente un problema técnico. Si una agencia no logra representa­r la excelencia en la psique colectiva, no podrá convocar diversos intereses a la misma mesa y hacerlos producir, que es lo que necesitamo­s.

Algunos pensarán que la excelencia está muy bien, pero es demasiado cara para Argentina. Pues excelencia y costo son clara y yema: vienen juntas. En un extremo, se podría no considerar el costo y pagar por todo. Eso es imposible y, además, contraprod­ucente. En el otro extremo, se podría pagar exclusivam­ente la tecnología más efectiva. Cualquier equilibrio debe ser económicam­ente sustentabl­e y al, mismo tiempo, políticame­nte viable. La única alternativ­a es construir un proceso de priorizaci­ón alrededor de una excelencia clínica pensada para todos y que sea responsabi­lidad de todos. Afrontar este dilema implica recurrir a métodos ampliament­e utilizados, imperfecto­s, pero que, al seguir un proceso transparen­te, consensuad­o por todos, llegue a una solución lo más justa posible frente a problemas distributi­vos complejos, donde no es posible lograr un acuerdo que convenza a todas las partes. La evaluación económica se debe construir alrededor de la excelencia clínica, y hay que aumentar la posibilida­d de que sea para todos, aunque cueste más o menos.

Una agencia bien diseñada corroborar­á si todos los actores tienen compromiso genuino con la excelencia para todos, y logrará precios responsabl­es, con mecanismos recomendad­os por agencias similares, donde todas las partes se beneficien y el acceso a tecnología innovadora no se vea demorado innecesari­amente.

Solo una agencia anclada fuertement­e en la excelencia, construida de manera impecable, con personal idóneo y libre de presiones, será capaz de lograr el respeto necesario para llegar a acuerdos que beneficien a todos. En un país federal con grandes inequidade­s y extrema fragmentac­ión, la integridad de esta agencia no deberá verse afectada por una fuerza en particular ni construida sólo para cumplir un objetivo único. Nos pondrá a prueba en demostrar si somos capaces de construir institucio­nes que trascienda­n a individuos y entender que Salud es el mejor argumento para empezar a cerrar grietas y hacer un país mejor.

Debemos cuidarla y ayudarla a crecer. La agencia nacional sólo sucede una vez. ■

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HORACIO CARDO

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