“No tenemos wifi porque acá se viene a conversar”

“Estar acá es impagable. Ya dijimos que si el dueño quiere vender, le compramos el fondo de co

mercio. Este lugar no puede ser reemplazado por un edificio”, opina Martín Dabraccio.

Mario Silvestre, desde la esquina de la mesa, dice: “Los pibes jóvenes perdieron la mística del bar, del barrio, de la amistad. Acá adentro todo sigue igual que antes”. Eduardo Mandarino, el más nuevo de la barra, afirma que sus mujeres están contentas de que vengan al bar. “Se dan cuenta de que nos hace bien... volvemos a casa sin los problemas del día”. “Hoy hay demasiado individualismo; los grupos se fueron perdiendo. No podemos permitir que nos roben nuestro tiempo”. El que habla es “el Ruso” Frelly. Carlos Álvarez, sintetiza: “Esto es vida, es catarsis. Es la esencia del barrio, de la amistad; algo que nos resistimos a perder. El café es hablar. Y no es un presupuesto: es pagar por sentirte bien”.

Son las cinco y media de la tarde del martes en el bar “155”, de

José León Suárez y De los Corrales, República de Mataderos; aunque todos sus habitués lo llaman “La Parroquia”. Se trata de un lugar hermoso, que no ofrece servicio de wifi,

porque acá se viene a conversar. El grupo de amigos que recibe a Clarín tiene unas cuantas cosas en común: son del barrio, hinchas de Nueva Chicago, en algún momento de sus vidas fueron directivos del club y los días empiezan o terminan -o las dos cosas- en este lugar, según los horarios de cada uno.

Y los domingos se juntan a desayunar y a comer una picada, de 9 a 13, antes de correr para almorzar con sus familias. Todos los domingos se sacan una foto grupal, que suben a las redes so

ciales. La mayoría de los comentarios se refieren a lo mismo: “qué envidia sana”, “quién pudiera reunirse con amigos como antes”, “cuántos recuerdos de buenas épocas”. Un claro ejemplo de que los lindos momentos no se borran así nomás.