“Empezó como un gusto y se convirtió en una necesidad”
Daniel Cisneros recuerda la pregunta que se hizo hace 15 años: "¿Para qué laburo si no me puedo tomar dos horas diarias para mí? Creo que todos tenemos que buscar un cable a tierra, algo que sea exclusivamente para uno. No podés estar todo el día metido en el laburo y en tu casa. Puede ser el gimnasio, ir al cine, salir a comer. Para mí, ese lugar es el café", reflexiona en una de las mesas del subsuelo de 36 Billares. Hace sie
te años que para en este lugar. Y antes, y con la misma gente, lo hacía en la confitería Richmond, cerrada en 2011.
El café 36 Billares tiene una particularidad: la mayoría de sus habitués no son del barrio. Son clientes que pasan antes de llegar al centro, o que se pegan una vuelta antes de volver. También están los que tienen la suerte de dejar la oficina por un rato y sentarse a tomar un café con amigos. Amigos a los que no ven en la cancha, un asado o un cumpleaños. Amigos de los que conocen sus problemas, sus penas, sus
alegrías, pero no sus casas. Así son los amigos del bar.
"Acá hablamos de todo: en una mesa podés encontrar a un pintor, un juez, un ingeniero y un docente
de Filosofía y Letras", dice Mariano Hauron, uno de los que va todos los días . También recuerda las épocas en las que un ladrón y un policía podían coincidir en las mesas de cartas y juegos. Épocas en las que nadie preguntaba nada sobre el oficio del otro. "(...) 'Da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón...', todo lo que pasa acá está narrado en tangos como Cambalache", dicen en la mesa.
Son las dos de la tarde de un jueves y hay varios grupos de habitués. Fabián Oliveto tiene 40 años de jugador de billar y trabaja en el café. "Esto empezó como un gusto y se convirtió en una necesidad", dice. Una necesidad que puede sintetizarse en el acto de venir con el fin de que el día sea más lindo. Al menos por dos horas. ■