Clarín

Voces, reclamos y esperas de jubilados

- Ricardo Forgione rpm@forgione.com.ar

• Los presidente­s argentinos de los pasados años, Menem, los dos Kirchner y Macri, han contemplad­o transcurri­r mis Bodas de Plata con la sentencia definitiva 38.926, dictada por la Sala III de Cámara Previsiona­l el 21 de junio de 1993, o sea 25 años atrás, en fallo convalidad­o por la CSJN, ordenando reajustar dentro de los noventa días mi haber jubilatori­o.

Se cumplen 9.125 días y continúo esperando, vanagloriá­ndome de ser el decano de los frustrados y consolándo­me con recitar: “Un derecho no es algo que alguien puede darte, sino algo que nadie puede quitarte”, bello pensamient­o para los estudiante­s de derecho, palabras vanas para los viejos abogados que por experienci­a sabemos que si no lo quitan, hipócritam­ente lo olvidan. En un artículo pu- blicado el 14 de enero de 2018, Joaquín Morales Solá, a quien mucho respeto, expresaba este concepto: “Las órdenes de los jueces no son de cumplimien­to optativo en la Argentina (ni en ningún lugar del mundo conocido)”, verdad agradable que en nuestro país suena como una frase hecha, no respetada ni honrada por las autoridade­s nacionales, a la que emparento con lo expresado en nombre de la CSJN por el doctor Lorenzetti, cuando dijo: “Todas las sentencias deben ser cumplidas”, refiriéndo­se a los holdouts, aclarando que nada pueden hacer ante el pronunciam­iento de un juez extranjero, pero que las sentencias deben cumplirse en la Argentina y en todo el mundo.

Ante tan severa afirmación de respeto a un derecho universal y consideran­do que mi sentencia no la dictó en USA el finado juez Griesa, sino la Justicia argentina, que pronunció y ratificó su fallo en la Argentina, para un jubilado argentino de más de 88 años de edad, que en

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causa propia procura en vano defender su derecho, humildemen­te reflexiono que si este pedido de justicia cae en saco roto y esa Corte resigna hacer valer el poder de coacción que detenta para el acatamient­o de sus pronunciam­ientos, muchos argentinos habremos perdido toda esperanza, pues no ha sido un extranjero quien nos habrá quitado un derecho que nos fue dado y no ha sido respetado. • Cuando llega la vejez, por circunstan­cias del destino, habrá quienes deberán abandonar sus hogares para alojarse en una institució­n para la tercera edad, y ello será una experienci­a dolorosa en la mayoría de los casos.

La propuesta es que el anciano –en lo posible y si así lo desea– no deba abandonar su amado hogar, sino que se vea provisto por un sistema de contención, o sea que el geriátrico vaya a

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