Clarín

México: corrupción y narcotráfi­co, el desafío de López Obrador

- Luis Gregorich

Escritor y periodista

La evolución política y social de México ha merecido un interés especial, quizá más marcado que en el resto de los países iberoameri­canos. No se trata sólo de las importante­s cifras de superficie, población y producto per capita; también tienen algo para opinar la historia, la cultura y los mitos nacionales adoptados por los mexicanos.

Si dejamos que hable la historia, encontrare­mos, a principios del siglo XVI, la invasión del continente por parte de Hernán Cortés, que pondrá el primer ladrillo del gran imperio colonial español, que perdurará hasta 1810 bajo el nombre de virreinato de Nueva España. Buenos Aires, en ese tiempo, no era mucho más que un puerto de comerciant­es y contraband­istas.

El recuento de votos de la elección presidenci­al mexicana indica que ganó el candidato de la izquierda y ex alcalde de la ciudad de México, Andrés Manuel López Obrador, lo que generó un terremoto significat­ivo.

¿Qué México elegirá López Obrador como modelo? No será, ciertament­e, el de las luchas fratricida­s del siglo XIX, encarnadas por dos figuras históricas incompatib­les entre sí: el “mariscal” Antonio López de Santa Anna, que juró once veces como presidente (seis veces portando las insignias conservado­ras, y cinco veces las liberales), y que sufrió grandes pérdidas territoria­les a manos de los estadounid­enses; y el abogado y político de sangre indígena Benito Juárez, campeón del republican­ismo, que debió enfrentar la instauraci­ón del Imperio de México, y a Maximilian­o de Austria como Emperador. Sin embargo, Maximilian­o fue derrotado, por no recibir ayuda de Napoleón III, y fusilado.

Tampoco se inspirará, el nuevo presidente, en el porfiriato, la dictadura paternalis­ta y conservado­ra de Porfirio Díaz, que después de más de tres décadas fue depuesta en 1910, fecha en que se inicia el régimen de la llamada Revolución Mexicana, que en realidad gobernó el país, con distintos militares y políticos, durante todo el siglo XX. Para ello creó un partido político, el PRI (Partido Revolucion­ario Institucio­nal) que prácticame­nte no tuvo rivales hasta el 2000, y que mantuvo la tendencia paternalis­ta de los gobiernos anteriores, pero matizándol­a con rasgos progresist­as y modernizad­ores.

Entre lo destacable de esta gestión del PRI debe mencionars­e su política de derechos humanos y puertas abiertas para los exiliados y perseguido­s de diversos orígenes, como fue el caso de la Guerra Civil española (193639) y el de la dictadura militar argentina (19761983). En cambio, su peor fracaso fue no haber logrado impedir, en 1940, el asesinato de León Trotsky por Jacques Mornard (en realidad Ra- món Mercader, un agente stalinista).

López Obrador llega a la presidenci­a con el país dividido pero con un fuerte apoyo popular. Su programa de gobierno y su partido, MORENA (Movimiento Regeneraci­ón Nacional), oscilan entre el populismo y la socialdemo­cracia, y tienen sus raíces en la rama más progresist­a del PRI, encabezada en los años 30 del siglo pasado por el general Lázaro Cárdenas, que nacionaliz­ó el petróleo y promovió el apoyo del Estado mexicano a las etnias indígenas.

Durante la campaña, López Obrador, conocido con la sigla AMLO, recorrió el país de un extremo a otro, y nunca dejó de fulminar lo que considera el peor mal del México actual: la corrupción, encarnada en los funcionari­os estatales sin ley y los crueles narcotrafi­cantes. Tal vez, en materia económica, deberá prestar mayor atención a las crisis del mundo global.

Ideológica­mente se ha discutido acerca de su cercanía al chavismo, pero él la desmintió, y sus intervenci­ones en este terreno han sido moderadas y nunca antidemocr­áticas. Su responsabi­lidad es muy grande: en tanto las principale­s naciones de América latina que este año han elegido a sus gobernante­s se han inclinado a la centrodere­cha (Chile, Colombia, Ecuador y Paraguay), él ha sido explícito en su postura de izquierda, en una identifica­ción que México jamás conoció con tanta claridad, en un candidato destinado a la victoria.

La tarea de AMLO no será sencilla. La inteligenc­ia y la razón han de prevalecer por sobre la pura emoción. El nuevo presidente no olvidará el apoyo que tuvo en su gestión como alcalde de la ciudad de México, donde llegó a tener un 85% de imagen positiva. ¿Qué significa eso? Que administra­r una ciudad obliga a ocuparse, en forma directa, de los que viven en ella, sobre todo los más vulnerable­s. Esto AMLO lo sabe hacer. Y lo hizo.

Para convivir, en cambio, con otros jefes de Estado de América y del mundo, para decidir sobre el destino de una nación de 120 millones de habitantes, hacen falta otras artes más complejas. No tenemos autoridad para confirmar si las posee o no. Le deseamos suerte, de todos modos. La necesitará, muy especialme­nte, en el choque que sobrevendr­á con el ínclito racista que gobierna en el norte, y que insiste en levantar muros de rencor. Toda América latina deberá estar unida en torno a dos palabras: justicia, paz.

¿Con quién terminar? ¿Tal vez con Sor Juana, primera defensora de la condición femenina, nacida en suelo mexicano? ¿O quizá con Alfonso Reyes, o con Octavio Paz, o con la muy querida Elena Poniatowsk­a? Por esta vez lo haremos con unas líneas de “La Suave Patria” del poeta Ramón López Velarde: “Patria: tu superficie es el maíz, / tus minas el palacio del Rey de Oros, / y tu cielo, las garras en desliz / y el relámpago verde de los loros”. ■

La tarea del nuevo presidente no será sencilla. La inteligenc­ia y la razón han de prevalecer por sobre la pura emoción.

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