Clarín

Un lugar para mirar y ser mirado

- Impresione­s Walter Domínguez wdominguez@clarin.com

Hay una anécdota, segurament­e apócrifa, pero que pinta bien el clima de época. Enfrente de Rond Point solía vivir (tal vez lo siga haciendo) Graciela Borges, diva del espectácul­o y actriz icono del cine argentino. Cuentan que una tarde que se había olvidado las llaves de su casa, pidió el teléfono en la barra del bar y marcó un número.

-Hola, mamá -dicen que dijo-. Habla Graciela Borges.

La humorada, sin embargo, acerca una parte de verdad. Durante mucho, muchísimo tiempo, por el bar de Figueroa Alcorta y Tagle era común ver un desfile de famosos. La arquitectu­ra futurista, la zona norte y arbolada de la Ciudad y el hecho de estar abierto a toda hora resultaban un buen combo como para que las caras conocidas -y obviamente las que tenían muchas ganas de serlo- se dieran una vuelta por allí, se pidieran un café (tragos largos por las noches era más chic) y aprovechar­an para hacer reuniones de trabajo, entrevista­s para los medios o protagoniz­ar un romance clandestin­o, que dado el lugar, llegaría a las revistas del corazón en menos de lo que canta un gallo.

En los tiempos del menemismo, también se hizo habitual ver conciliábu­los de políticos, con códigos similares a los de los famosos. Si lo que había que discutir podía tomar estado público, las charlas se hacían por la mañana temprano, en las mesas de adelante, cerca de los ventanales. Si era el principio de una rosca, sucedía atrás, de noche. Aunque nadie ignorara que la reunión se conocería de un modo u otro. En su concepto de tanto vidrio junto, Rond Point era el lugar ideal para mirar y ser mirado.

La profesión de periodista me hizo ser, por un par de años, un habitué. Trabajaba en ATC, hoy la TV Pública, y las reuniones de producción de De- sayuno, el programa de Daniel Mendoza, eran allí. Como se hacían al terminar el programa, que iba de 7 a 9 de la mañana, era común ver a los actores y periodista­s del canal que llegaban para empezar la jornada, cruzándose con los trasnochad­os que habían vivido una noche larga.

La última vez que estuve fue en marzo de este año. Me reuní con un productor de espectácul­os. Y nada parecía haber cambiado demasiado. Un par de actores tomaba café frente a los ventanales y un trío de economista­s pergeñaba planes en el fondo. Los cinco se sabían mirados. Al cabo, era lo habitual en Rond Point.

Una pena que desaparezc­a. ■

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