De poner el hombro en la crisis al portazo que generó decepción
¿Qué le dirá Mauro Zárate a la multitud de hinchas de Vélez que desafiaron el intenso calor y marcharon en caravana a recibirlo cuando llegó a Ezeiza a principios de enero? ¿Y a los que fueron masivamente a mostrarle su cariño en la presentación en el José Amalfitani en una jornada donde el delantero derramó lágrimas de emoción y les sacó fotos, con su celular, a quienes lo ovacionaban? Ni hablar de los que se tatuaron su cara y su número en la piel. O a quienes le regalaron altas dosis de cariño y gratitud durante el primer semestre de este año. O a los chiquitos que ayer lloraron al enterarse de su salida.
Mauro Zárate era un jugador querido en Vélez. Se recibió de ídolo por su elección de regresar para ponerle le el hombro a la amenaza concreta de descenso y por su promesa (“En Argentina solamente juego en Vélez”), más que por su rendimiento, que realmente fue muy bueno. Así se ganó un lugar en el Olimpo fortinero. Las camisetas número 9 con su nombre se agotaron en pocas horas en la tienda oficial del club y en Winograd, la cadena deportiva preferida de los velezanos en Liniers. Y su cara se pintó en muchas banderas.
Esta sorpresiva determinación de romper su promesa lo transformó, en pocas horas, de héroe en villano. En las redes sociales explotaron recriminándole su traición. Hasta el Facebook oficial de la entidad reemplazó la foto de apertura de Mauro posando junto a deportistas destacados de El Fortín, por la de Fabián Cubero.
Hinchas descontentos arrancaron la gigantografía con la imagen de Mauro ubicado al ingreso del estadio.
Como profesional, Mauro Zárate tiene todo el derecho de jugar donde quiera. Pero ni Mauro ni ningún jugador tienen derecho a traicionar el corazón y el sentimiento futbolero de los hinchas genuinos. ■