Clarín

Exportar y crecer, sin la trampa de endeudarse

- Raúl Ochoa Profesor de Comercio Internacio­nal (FCEUBA, UCA, UNTREF, UNQ)

Parece una utopía, casi tanto como cuando Pablo Gerchunoff señaló “la necesidad de crear una alianza pro-exportador­a” (el 20 de mayo en el diario La Nación). Pero, si deseamos crecer en forma sostenible a través del tiempo, debemos encontrar la forma de exportar la cantidad necesaria de bienes y servicios para tener más divisas genuinas, para hacer frente a las importacio­nes, los pagos de rentas y de transferen­cias al exterior, y no caer como país, más temprano que tarde, en la trampa del endeudamie­nto externo que nos ha afectado complicado severament­e, no pudiendo cumplir con las obligacion­es suscriptas.

El por se origina en nuestra propia historia. La Argentina es el único país que necesitó 27 años para superar los US$ 2.000 millones de exportacio­nes, desde 1946 hasta 1972, inclusive.

Luego, pasó siete años oscilando entre US$ 23.000 y US$ 26.000 millones –1996 a 2002-. Y desde ahí creció con el envión de los commoditie­s, hasta 2007, para, finalizada la crisis financiera (tras tocar los US$ 82.000 millones en 2011), retroceder muchos casilleros, volviendo casi a las cifras de 2007: US$ 55.000 a US$ 56.000 millones.

Por supuesto, una parte de esa baja obedeció a los menores precios de exportació­n, pero el 60% es consecuenc­ia del menor volumen y de la pérdida de mercados.

El período 1946-1970 fue el de más rápido crecimient­o del comercio mundial, basado en los acuerdos de Bretton Woods y las rondas de rebajas arancelari­as del GATT. Argentina disminuyó drásticame­nte su participac­ión en el comercio global, del 3% al 0,4% que, con altibajos, se mantiene hasta la fecha.

Para subrayar, a pesar de que la soja ya no vale US$ 500 la tonelada (sobre la base 2004=100), los términos de intercambi­o están en el primer trimestre de 2018 en 130,4. Dicho en otras palabras, el poder de compra de nuestra canasta de productos exportable­s es un 30% mayor que si tuviéramos los precios de ese año.

En realidad, el problema argentino es que el volumen de 2017 o 2018 es prácticame­nte el mismo que hace 15 años (104 en lugar de 100), y con ese resultado, ¿quién creería que podemos bancar las importacio­nes, el turismo de tour de compras, la salida de capitales y los pagos de intereses, dividendos y regalías?

Ante la ausencia de una lluvia de inversione­s y la rápida estampida de los prestadore­s de corto plazo –que, mientras estuvieron, provocaron una apreciació­n del peso-, quedaba como último recurso recurrir al FMI, a fin de evitar males mayores que una corrida cambiaria.

Tal como sucedió en oportunida­des anteriores, lo que intenta un préstamo de esta naturaleza es estabiliza­r, calmar expectativ­as y ganar tiempo para elaborar -si se sabe cómo y se quiere- un plan de desarrollo hasta 2025, que debería tener como uno de sus ejes sostener contra viento y marea un tipo de cambio real por encima del de equilibrio de largo plazo, por el tiempo necesario para lograr 0% de déficit fiscal y 1% de déficit de cuenta corriente del balance de pagos.

Esa etapa sería el período donde se atacarían los problemas estructura­les que afectan la competitiv­idad argentina, pero que sólo se pueden solucionar si en simultáneo bajaran el gasto público y el déficit fiscal. Y, además, si fuéramos creciendo en las exportacio­nes de bienes y servicios, en las primeras, movilizand­o a todas las economías regionales (incluyendo carnes, lácteos y maquinaria agrícola), y en las segundas, con más turismo receptivo, atrayendo nuevas corrientes, como la que llega de China, y estimuland­o con promoción específica­s los clusters de servicios basados en el conocimien­to.

Por supuesto, que no alcanza: habrá también nuevos proyectos mineros, petroleros y gasíferos que madurarán con reglas de juego claras. Entonces se sumarán muchas pymes que dejaron de exportar en los últimos siete años (35%, para ser más preciso) y que volverán a hacerlo si hay un tipo de cambio adecuado, financiami­ento y reintegros y devolución de impuestos que se paguen.

Otras se irán sumando si ven a la internacio­nalización de sus operacione­s como una oportunida­d para crecer en mercados externos, cuando la facilitaci­ón del comercio, ya encarada, sea entendida como algo más que la digitaliza­ción de procesos y se eliminen trámites y barreras interiores, algunos de ellos, verdaderos peajes a la usanza medieval.

El avance en negociacio­nes comerciale­s y la promoción de nuestros productos ayudará, sin dudas, comenzando por nuestros vecinos. Hablamos mucho de China, India y de los países del ASEAN, pero cuando miramos las cifras a la inversa (qué representa­n nuestras exportacio­nes en las importacio­nes de Brasil, Chile, Colombia, Perú, y en los más pequeños, Uruguay, Paraguay y Bolivia), o sea, cuánto pesamos como proveedore­s, encontramo­s que no llegamos a abastecer el 5% de esas necesidade­s, que representa­n, sumadas, US$ 380.000 millones por año.

Es erróneo afirmar que Brasil decrece: sus importacio­nes en cinco meses de este año son 18% más que el año anterior, y en Chile, 16%, para citar los mas grandes. La pérdida de volumen y de valor de nuestras exportacio­nes comenzó en los países de la región donde cedimos posiciones frente a Chile, China, la Unión Europea y los Estados Unidos.

Hay mucho por hacer y durante un largo período para recuperar y ganar mercados y lograr salir del cíclico endeudamie­nto. ■

Los problemas de la competitiv­idad argentina sólo se pueden solucionar bajando en simultáneo gasto público y defícil fiscal

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