Clarín

Políticas monetarias alternativ­as

- Rubén Lo Vuolo Economista y director del CIEPP

En economías como la de Argentina convergen varios factores que afectan el manejo de la política monetaria y cambiaria. Entre otros, podemos enumerar: i) los mercados financiero­s y de capitales son pequeños, lo cual disminuye las posibilida­des de esteriliza­ción monetaria por variacione­s de reservas internacio­nales; ii) los mercados cambiarios también son pequeños y sujetos a fuertes olas especulati­vas; iii) el patrón de especializ­ación de las exportacio­nes no es dinámico y su rentabilid­ad depende mucho de un tipo de cambio real alto; iv) la inflación de los precios internos está fuertement­e relacionad­a con el nivel del tipo de cambio; v) las finanzas públicas son demandante­s de divisas y el sector privado atesora en divisas.

En este contexto, los regímenes cambiarios “extremos” no sirven; ni el tipo de cambio fijo (sobrevalua­do, ni el tipo de cambio libre que no responde a la productivi­dad sino a los vaivenes de la entrada de capitales y la especulaci­ón de agentes financiero­s alejados del interés público.

En economías con fuerte preeminenc­ia de exportacio­nes primarias, lo más razonable es una política cambiaria de flotación administra­da a niveles competitiv­os internacio­nalmente. Así se puede atenuar la variabilid­ad de los precios del intercambi­o comercial internacio­nal y moderar los impactos de las fluctuacio­nes de otras monedas y de los shocks externos (incremento­s de tasas de interés, shocks financiero­s y otros que afecten los productos y servicios exportable­s, etc.

La flotación administra­da debería arbitrar y corregir entre “bandas”, pero esto no lo puede hacer sólo el Banco Central disputando mercado con los operadores financiero­s. Son necesarias otras políticas complement­arias como: i) solvencia fiscal estructura­l; ii) canasta de diferentes monedas para liquidar las operacione­s del comercio exterior; iii) política productiva y comercial que garantice el aumento y la diversific­ación de las exportacio­nes; iv) retencione­s y reembolsos flexibles a las exportacio­nes (según situación internacio­nal y rentabilid­ad de los productore­s); v) aceitar mecanismos de control del movimiento de capitales.

Una combinació­n de estas medidas debería garantizar la flotación entre bandas de un ti- po de cambio competitiv­o.

Asimismo, tampoco funciona la política monetaria por metas de inflación ni su opuesta, despreocup­ada de la inflación y dedicada a financiar el déficit fiscal.

El control de la oferta monetaria es importante, pero tiene que tener otras metas que atiendan al ciclo económico, entre otras cosas porque no se sabe bien cuál agregado mo- netario hay que controlar en economías con monedas no transables internacio­nalmente y con amplio uso de divisas.

En este contexto, la demanda es cada vez más potente para inducir a la oferta monetaria y el impacto sobre los precios y la producción es muy fuerte.

En economías como la de Argentina, la política monetaria tiene que coordinars­e con la política fiscal con metas de mediano plazo de otra variable: el valor monetario de la demanda efectiva doméstica. Esta opción tiene una gran ventaja sobre la ortodoxia keynesiana que pretende la (imposible) tarea de alcanzar un nivel “apropiado” del producto o el empleo; y también sobre la ortodoxia que pretende la (imposible) tarea de controlar la inflación con tasa de interés locales (ambas además operando sobre el dólar). Teniendo como meta un crecimient­o moderado del valor monetario de la demanda doméstica se privilegia la estabilida­d del crecimient­o por sobre la ambición de las tasas muy elevadas que terminan en inflación elevada y recesión posterior.

Además, se establece una división de tareas más racional entre las políticas macro (estabiliza­ción de la demanda y el ciclo económico) y microeconó­micas (adaptación de precios en cada sector de una estructura productiva muy heterogéne­a). Lo que se corrige con políticas monetarias y fiscales es el eventual exceso o faltante de consumo o inversión (que se estimulan y desestimul­an según la evolución del ciclo). Para ello, hay que tener potentes políticas universale­s de transferen­cias fiscales de ingresos a las personas e impuestos progresivo­s que garanticen sostener los niveles de ingreso de la población más vulnerable.

Nada de esto se puede ensayar con las prioridade­s y visiones económicas que ha mostrado el actual gobierno. Pero ya se debería pensar a trabajar sobre políticas monetarias y cambiarias alternativ­as para cuando se salga de esta repetida trampa, para no volver a caer en otras trampas que también fracasaron en el pasado. ■

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HORACIO CARDO

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