Clarín

Bélgica, esa selección que une a un país, más allá de lo futbolísti­co

La población se divide mayoritari­amente entre flamencos (60 %) y francófono­s (35%). El fútbol los aglutina.

- BRUSELAS. ESPECIAL PARA CLARIN Idafe Martin elmundo@clarin.com

Los ‘Diablos Rojos’ ya están en los cuartos de final del Mundial de Rusia tras remontar un partido frenético a un Japón que vendió muy cara su piel. Los belgas chocarán ahora con uno de los grandes favoritos, Brasil. Pero el grupo que lidera Neymar Jr. no se enfrentará sólo a un equipo sino a una idea.

La selección de fútbol belga ilusiona a su país como todas, pero además sirve desde hace años como pegamento para unir a una sociedad partida en dos.

Aproximada­mente el 60% de los belgas son flamencos, más del 35% francófono­s y una pequeña minoría es de lengua alemana. Flamencos y francófono­s viven de espaldas, como si la otra parte casi ni existiera. Ven cadenas de televisión diferentes, leen diarios diferentes, van a escuelas y a universida­des diferentes y apenas se mezclan en el trabajo.

Los matrimonio­s mixtos no llegan ni al 1% del total de enlaces, tanto religiosos como civiles, en un país pequeño que se cruza en auto en menos de dos horas y en el que cientos de miles de personas se trasladan a diario lejos de casa para trabajar. Algo más de un tercio de los flamencos vota a partidos que piden la independen­cia de Flandes.

Ante este panorama de división, los ‘Diablos Rojos’ están, al menos desde el Mundial de 2014 en Brasil, donde apareciero­n con un equipo joven y en crecimient­o que sólo cayó ante Argentina en cuartos de final, como un punto de unión. El sentimient­o de unidad nacional que crearon desde 2014 y que se refuerza ahora porque se ve al equipo con posibilida­des de hacer un gran papel en Rusia no se veía, cuentan historiado­res en la prensa belga, desde la liberación tras la Segunda Guerra Mundial.

Bélgica no es un país dado a mostrar el patriotism­o, pero las calles de Bruselas (una ciudad con un 63% de población de origen extranjero y de mayoría francófona) y las de las ciudades y pueblos flamencos están llenas de banderas belgas. Los vecinos las cuelgan de las ventanas y hasta cubren los espejos de los autos con fundas con los colores nacionales.

Las plazas donde se colocaron pantallas gigantes se llenan para ver los partidos, algo inédito en este país. En una ciudad en la se acostumbra irse a dormir alrededor de las 10 de la noche, los triunfos de Bélgica se han celebrado pasada la medianoche.

Hasta el primer ministro Charles Michel se dejó ver con una lata de cerveza en la mano en una de esas aglomeraci­ones y regaló una camiseta del selecciona­do a la primera ministra británica Theresa May a su llegada a una cumbre de dirigentes europeos en Bruselas. Las celebracio­nes por las victorias fueron masivas y muchos aficionado­s, alentados por unos medios de comunicaci­ón muy optimistas, ven a su equipo con posibilida­des de salir campeón del mundo.

Esta Bélgica es además un crisol multicultu­ral. La última gran Bélgica futbolísti­ca cayó en semifinale­s del Mundial de México 1986 contra la Argentina de Maradona en semifinale­s. Aquel era un equipo de rubios blancos. El país ya no es así y el equi- po ahora sirve como un imán para los niños de la inmigració­n.

Muchas de sus estrellas tienen raíces extranjera­s, hablan con fluidez los dos idiomas del país y no tienen complejos en decir, en inglés, “¡We are Belgium!”, el simple y efectivo grito de guerra de este equipo. De los 23 selecciona­dos belgas, 11 son hijos de extranjero­s. Kompany, Boyata, Tielemans, Lukaku y Batshuayi son de origen congoleño; Fellaini y Chadli marroquíes; Carrasco, español; Witsel, martiniqué­s; Januzaj, kosovar, y Dembélé, maliense.

Decenas de miles de niños y jóvenes de los barrios populares, muchos de ellos hijos o nietos de inmigrante­s de las sucesivas oleadas que vivió Bélgica desde los años ‘50 del siglo pasado (españoles, italianos, griegos, turcos, albaneses, congoleños, marroquíes…), ven en este éxito de los jugadores de origen extranjero un ejemplo a seguir.

La multicultu­ralidad de esta Bélgica, reflejo del país, la explicó Romelu Lukaku, el atacante estrella del Manchester United que en los dos primeros partidos hizo 4 goles, hace dos semanas en la publicació­n online ‘The Players Tribune’ en el que contó su infancia de pobreza y privacione­s y el cambio de mentalidad en buena parte del país hacia aquellos niños.

Escribió Lukaku: “Cuando las cosas iban bien, los diarios me llamaban ‘el delantero belga’. Cuando iban mal, ‘el delantero belga de ascendenci­a congoleña”. Los medios de comunicaci­ón belgas ya no usan esa diferencia y los jugadores parecen haberse quitado de encima cualquier estigma. Continuó Lukaku: “Si no te gusta como juego está bien, pero nací aquí. Crecí en Amberes, Lieja y Bruselas. Soñaba con jugar en el Anderlecht. Empiezo una frase en francés, la termino en flamenco y meto algo en el medio de español, portugués o lingala, según el barrio en el que esté. Soy belga. Todos somos belgas. Eso es lo que hace ‘cool’ a nuestro país, ¿verdad?”. ■

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AP Mezcla. Witsel (su padre nació en Martinica), De Bruyne y Lukaku, el goleador (de origen congoleño).
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