Sobre el odio a primera vista
Existen muchas cosas que generan un odio a primera vista. ¿Por qué?Porque intuimos que adentro de esa cáscara que protesta o levanta el índice, no hay más que un enorme vacío luchando por encontrar su lugar en la vida.
Y en apariencia no parecen cosas malas. ¡Al contrario, son buenas! Son como esa persona palermitana con su bolsita con chia, que no sólo te marca que tu coche está tocando apenas una rampa de discapacitados, sino que encima quiere darte una lección vial con cara de... nada.
Lo mismo sucede con los que te dicen “bon apetit , que lo disfruten”, en fondas espantosas donde esos términos son mera repetición y no genuinos. Jajaja. Los restós están llenos de esas cosas. Como la gente que pregunta: “¿Cómo está hecha esta ternera?”. Si yo fuera el mozo, le diría: “Escuche idiota, ¿cree que yo vengo tres horas antes para ver cómo la hace el chef, así después se lo cuento a alguien como usted?”.
¡Y qué decir si pasás por un pelotero que coloca carteles anunciando sus 25 años de vida! Falta que salga el dueño a decirte: “Sí, sí, son 25 años deprimiendo a tus hijos entre gaseosas sin gas y chizitos húmedos. Niños que de milagro no se parten el cráneo, porque todavía nos dura la goma eva del ‘83, así que los dejamos correr entre sillas de lata y la miradas perdidas de padres salidos de un mal divorcio”. Así opera, amigos, el odio a primera vista, sin sentido, sin concepto, sin nada. Es ver algo e irritarse sin motivo.
Como andar con una botellita de plástico duro a todos lados, una compañía de tono durazno pastel que alienta un nuevo estilo de vida que jamás se concretará y parece llevar la fuerza de una nueva generación que propone un cambio de paradigma a la hora de... ¿de qué? ¿De beber agua? Jaja.
Pero hay algo peor: ¡el perro de moda! Y la idea de que si somos under 30 y varones llevamos nuestro proto bulldog que no pudo ser mezclado con un chihuahua sobrenutrido sin articulaciones. Como relleno de un algodón congelado que al ser abrazado te dice: “¡Soy un ladrillo y no una esponja de amor!”. Varones que hoy se juntan en las plazas y festejan el cumple del animal con otra chica que se apareó a él porque vio en Instagram que tenían el mismo bicho en casa. Jaja. “Oh, tiene el mismo perro. Podríamos convivir. Seguro que es un buen chabón; ¡le diré de quedarnos hasta tarde en el parque haciéndolos correr!”.
Y así, cientos de miles de jóvenes Chino Darinoides se baten con chicas de jean roto y celular champagne formando una gelatina de un mundo que apenas si puede superar la micro alegría que te generaba un imán o una ensaladera de Morph. Jaja.
¿Y qué tal si hablamos de nosotros mismos diciendo: “¡Perú, México, por Dios! ¡Colombia! ¡Se van a ir antes que los nuestros!”. Y esa sola frase es la sepultura de la gran cripta que alberga el ego nacional: ¿qué pasó? ¡Con o sin alargue, nos fuimos todos en el mismo trencito a Coghland!
Y si bien la lista de irritaciones arranca conlos que tocan la bocina sin descanso, también incluye el insólito gusto cool por la serie de Luis Miguel sin que nadie se pregunte cómo este muchacho invirtió tanto en el Mosad, Interpol, la CIA, todos los parientes y amigos y gobiernos, para que al final la clave sobre la mamá fantasma la devele Ventura en un programa que se emite 40 años después en un remoto país del sur del planeta. Jajaja.
Ojalá que la irritación a primera vista devele las caretas huecas que se esconden detrás. Y que por primera vez un locutor pequeño y desaliñado pueda decir seriamente : ”¡Qué lindo, qué lindo que es verte Argentina! Jajaja. ■