“El machismo en la Argentina es alarmante; en el arte es repugnante”
La investigadora revisa la desigualdad y quién fija el canon: “La calidad no es un valor absoluto ni estable”, dice.
Con pasajes que se asemejan más a un relato de suspenso que a un libro de historia del arte –aquellos en los que la autora da cuenta de las dificultades sorteadas a la hora de realizar la muestra Radical Women. Latin American Art 1960-1985 en California- y gráficos que señalan de forma tan alarmante como efectiva la desigualdad que sufren las mujeres en el mundo institucional del arte, Andrea Giunta –investigadora del Conicet y miembro del movimiento Nosotras Proponemos- ha escrito Feminismo y arte latinoamericano, un libro ágil, en el que articula casos de distintas artistas, provenientes de diversos contextos. De la argentina Narcisa Hirsch hasta la chilena Paz Errázuriz, de la colombiana Clemencia Lucena al colectivo mexicano Polvo de gallina negra. Las une un mismo deseo: emancipar el cuerpo para liberar la mente.
Con rigor académico y calidez literaria, Giunta demuestra, en cada relato de su libro, lo mismo que las artistas y sus obras: que la reflexión puede ser aguda y amorosa al mismo tiempo, que la liberación no tiene que ver con romper sino con integrar y que una clave radica en mirar la historia con ojos frescos. -¿Cómo rompemos la estructura canónica para mirar todo lo que hemos relegado de la historia?
-Desde la pedagogía. El mundo del arte se maneja con lugares comu- nes, circulan conceptos ridículos pero incuestionables como la calidad, determinada por los ojos de ciertas personas investidas de poder, pero que nadie puede demostrar en qué consiste. La calidad no es un valor ni absoluto ni estable. He trabajado en el mundo del arte durante 30 años y vi que lo que hoy tiene valor mañana no y viceversa. Hay que ir a las reservas, mostrar lo que no se muestra y estudiar. No sólo quejarse sino actuar. Como historiadora del arte feminista quiero hablar de poéticas específicas recurriendo a marcos teóricos por fuera de las lecturas de género. La mejor manera de cambiar es volver comunicable todo lo que nos estamos perdiendo por no tener los instrumentos para apreciar, como la obra de Nelbia Romero, una de las más radicales de los 80 en toda América, desconocida fuera de Uruguay. -¿Toda obra con contenido político hecho por una mujer es feminista? -Es fundamental que una artista se identifique como feminista y que piense que su obra tiende a transformar conciencia. A comienzos de los 70 tenemos artistas como María Luisa Bemberg, haciendo films de militancia feminista, con los que busca generar conciencia y que yo ubico en el mismo nivel que La hora de los hornos. Pero como el canon patriarcal domina, La hora de los hornos es la gran película política y los films de Bemberg fueron calificados como la obra temprana de una señora de clase media. Raquel Forner, por otro lado, sólo quiere ser llamada artista (no mujer), pero coloca a la mujer en el centro del drama de la guerra y hace un giro radical. Quizás a ella no le parecería bien, pero yo como historiadora del arte feminista puedo hacer un análisis feminista de su obra. Estoy en completo desacuerdo con pensar que todo arte hecho por mujeres es un arte feminista.
-¿Qué hicieron esas artistas? -Dieron forma a temas que no se habían representado nunca. Cuestionaron el ojo externo que había abordado el cuerpo femenino desde la mirada y el deseo masculino. Lo reemplazaron por un ojo interno que buceó emociones, cuerpos, experiencias y puso en crisis todos los lugares comunes y las clasificaciones. La hipótesis del libro es que estas representaciones, que acompañaron procesos sociales en gestación, permiten comprender que la revolución política de los cuerpos en la que estamos insertos hoy no sería posible si no se hubiera desarmado esa concepción del cuerpo. -¿Hay una relación entre esta resistencia y el trabajo con el cuerpo?
-El cuerpo estaba en el centro de las expresiones artísticas ya desde los 60, pero el cuerpo femenino nunca había ocupado ese escenario. El cuerpo es un tema central en el arte y doblemente importante porque era un cuerpo sojuzgado y controlado. Se produce un reconocimiento y un proceso de emancipación, porque es un arte vinculado a la conquista de derechos de las mujeres, pero también porque produce conocimiento sobre ese cuerpo. Es un debate de época que ellas están llevando al arte. El cuerpo de la mujer ocupaba un lugar político, se crearon mecanismos específicos dirigidos a esos cuerpos durante las dictaduras. (Existía un manual de tortura específico que dentro de sus procedimientos describía distintas formas de violación, de práctica de partos, de cesáreas sin anestesia). -¿Por qué pensás que sucede ese ensañamiento a lo largo de los siglos? -Por miedo. La mujer es el conocimiento, el deseo de conocer. Lo femenino es todo lo otro que desordena lo canónico, lo normado, los límites de la ciudadanía. Uno de los rasgos que definen esta cuarta ola del feminismo hoy es la transversalidad, tanto generacional como política, y el aprendizaje de estas mujeres que en los 70 fueron minadas en sus prácticas. Hoy la fortaleza radica en el “no nos dividirán”. En el campo del arte recorre el aire cierto deseo de que nos dividamos; si nos dividimos somos débiles. Pero no hay atisbo de división. Hay mucho debate, pero mucha sororidad.
-¿A qué se debe la desaparición y aparición del término "feminismo" a lo largo de las décadas?
-La teoría fue avanzando, buscando discursos que superaran todas las contradicciones, pero la realidad no se modificó. La mujer sigue atada a la casa y a los hijos, sigue siendo maltratada y asesinada, el comportamiento machista en Argentina es alarmante; en el mundo del arte es repugnante. Feminismo es la palabra que políticamente dice lo que tiene que decir, que los derechos de las mujeres no han sido reconocidos, cosa que sabemos pero que había dejado de decirse. ■