Clarín

Un refrigeran­te para el Ministerio de Cultura porteño

- Patricia Kolesnicov pkolesnico­v@clarin.com

Una vez alquilé un auto que tenía calefacció­n en el asiento. Espléndido, pero si no la hubiera podido apagar, al rato hubiera tenido que bajarme. A eso recuerda, a veces, la silla del ministro de Cultura porteño, por lo menos desde que asumió Horacio Rodríguez Larreta, en diciembre de 2015.

Al comienzo de la gestión el designado fue Darío Lopérfido, quien dejó el cargo siete meses después: en enero había dicho que “en la Argentina no hubo 30.000 desapareci­dos”. Rodríguez Larreta lo sostuvo, pero el asunto no tuvo retorno.

En su lugar nombraron a Ángel Mahler: un misterio. Músico de la calle Corrientes, Mahler tenía poco que ver con la gestión cultural. En este diario, Matilde Sánchez contó que, además, contrató a la empresa de sonido e iluminació­n de su hermano Osvaldo. Y algún director de museo dejó saber que se cedían gratuitame­nte sus jardines para hacer fotos de revistas de moda. Con todo -¿qué tan importante es la cultura en realidad?- se mantuvo: duró un año y medio.

Y llegó Enrique Avogadro. Con mucho apoyo de parte del “mundo cultural”: un joven que había mostrado ideas en su paso por el Gobierno porteño desde 2001 y que venía de ser uno de los viceminist­ros de Cultura a nivel nacional. Moderno y con un discurso orientado a tender “puentes” entre la gestión pública y los “productore­s culturales independie­ntes”, en Nación le habían criticado la insistenci­a en las pequeñas manifestac­iones contemporá­neas y la desatenció­n de los grandes organismos y “las tejedoras del NOA”.

El mismo día en que asumió se anunció la creación de un Consejo Cultural “en esta lógica de la inteligenc­ia colectiva”, dijo. Notables del sector, asesores con relevancia propia. Al frente del Consejo estaría Jorge Telerman.

Ese día, cuentan otros funcionari­os, es clave: Avogadro llegó de la mano de Marcos Peña, disgustado por lo que venía pasando en el ministerio. Rodríguez Larreta decidió “rodearlo”, acolchonar su presencia con las de Telerman - ex ministro de Cultura, ex jefe de Gobierno, actual titular de los teatros porteños, un político que juega en toda la cancha- y con las de los notables.

Claro que otras ciudades y países tienen sus Consejos, hasta tiene uno -que se reunió sólo una vez- la Cancillerí­a. Pero si las políticas públicas las diseñan los funcionari­os elegidos para eso, ¿para qué necesita el ministro porteño una treintena de asesores? Y en función de esa pregunta: ¿a quién convoca? En el Consejo hay pesos pesados como Eduardo Costantini, el dueño de MALBA. Un jugador principal de la cultura y -es el creador de Nordelta- de la econo- mía. O Adriana Rosenberg, directora de Proa, el espacio de arte ligado a Techint. A ellos se suman Julia Converti (arteBA), Gabriela Adamo (Filba) y Andy Ovsejevich (Konex).

El ministro Avogadro y el propio Rodríguez Larreta aparecen como consejeros: ¿son asesores y, a la vez, asesorados? Por la cultura pública revista apenas Victoria Noorthorn, directora del Museo de Arte Moderno. También hay figuras de gran repercusió­n-Juan José Campanella, Lucrecia Martel, Mariano Cohn y Gastón Duprat- y hasta un costado alternativ­o con Lisa Kerner, del valioso espacio LGBTTIQ Casa Brandon.

En la primera reunión analizaron aspectos de una nueva ley de Mecenazgo que prepara el Gobierno y que tiene la virtud de exigir que las empresas que participan pongan fondos propios, es decir, no sólo lo que debían pagar de impuestos. Les preguntaro­n qué dudas les daba la ley una consejera reformuló: “¿No son ustedes los que nos presentan dudas?”

No hay una respuesta contundent­e sobre para qué sirve el Consejo. “Ellos dan prestigio, son marcas importante­s, y a la vez se asocian a una marca enorme como es ‘Buenos Aires’,” explica una dirigente política.

El Consejo se anunció en diciembre pero no arrancó hasta hace unos días. En el medio -será casualidad- Avogadro fue a una muestra de arte, comió una torta con forma de Cristo y la Iglesia le saltó al cuello: ¿el asiento se empezó a entibiar?

Lo cierto es que, si marcha, avalarán decisiones, participar­án en políticas. Quizás los hayan pensado como el refrigeran­te que a veces el puesto precisa.

El Consejo Cultural reúne notables con peso propio que podrán avalar decisiones y políticas.

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