Clarín

Una gran creación del Beethoven tardío

La Misa para orquesta, coro y solistas se presentará hoy en el CCK bajo la dirección de Carlos Vieu, con entrada libre y gratuita.

- fmonjeau@clarin Federico Monjeau

La Misa Solemne op. 123 de Ludwig van Beethoven tal vez haya comenzado como composició­n de circunstan­cia, pero terminó resultando algo muy serio. Es cierto que no se trataba de una circunstan­cia cualquiera, sino de la asunción de su querido protector (y alumno regular de piano en Viena), el archiduque Rodolfo como arzobispo de Olmütz, asunción prevista para el 9 de marzo de 1820.

Pero Beethoven se pasó largamente del deadline. La obra, para cuatro voces solistas, coro y orquesta, le terminó demandando cinco años de trabajo, de 1818 a 1823. La obra se presentó en 1824, primero en San Petersburg­o (en versión completa) y un mes después en Viena, incompleta, en el mismo concierto del 7 de mayo en que se dio a conocer la Novena Sinfonía. Todo indica que la Sinfonía eclipsó la Misa. Beethoven no llegó a escucharla en forma completa en vida, y hasta 1860 la Misa solemne permanecio prácticame­nte en un limbo. Beethoven mismo llegó a contarla en- tre sus mejores composicio­nes, y el eminente director de orquesta alemán Wilhelm Furtwängle­r (18861954) no dudó en calificarl­a como la mayor obra de Beethoven.

A pesar de todo, como se ha dicho tantas veces, la obra nunca se adaptó demasiado bien ni a la sala de conciertos ni a la iglesia. Como observó su gran biógrafo moderno, Maynard Solomon: “Aunque podemos estar seguros de que Beethoven volcó en la Misa Solemne sus más profundos sentimient­os religiosos, podemos abrigar idéntica certeza en el sentido de que el catolicism­o no fue la motivación que lo llevó a realizar la obra. Varias veces Beethoven sugirió que podía ejecutárse­la como “un gran oratorio” (y agregaba, entre paréntesis, “a beneficio de los pobres”) y no lo inquietó saber que con motivo de la primera ejecución, en San Petersburg­o, en efecto se la había presentado como un oratorio. El propio autor no vaciló en asignar un nuevo título al Kyrie, al Credo y al Agnus Dei de la Misa: ‘Tres grandes himnos con voces solistas y coro’”.

Sin dudas, uno de los elementos que más la alejan de la tradición de la misa autríaca es su extensión. El Gloria y el Credo llegan casi a los vente minutos cada uno, y la Misa en su totalidad alcanza la hora y media.

La Misa tiene sin duda ciertos elementos de un desarrolla­do sinfonismo (en su impecable estudio sobre la obra, William Drabkin analiza el Dona nobis pacem del Agnus Dei como una perfecta forma sonata, con sus secciones de exposición, desarrollo y recapitula­ción), pero no es menos evidente cierto arcaísmo en el uso de modos antiguos y ciertas fórmulas retóricas muy asentadas.

El arcaísmo, por otro lado, es caracterís­tico del estilo tardío del autor, como también la inmersión en elaboradas formas polifónica­s, que aquí se hace presente sobre todo en la fuga de clausura del Credo sobre las últimas palabras del coro Et vitam venturi saeculli, Amen ( y la vida en el mundo futuro, Amén).

La Misa Solemne fue una de las obsesiones de Th. W. Adorno, que le dedicó un penetrante ensayo, además de varias ideas sueltas que el filósofo iba apuntando como un diario musical. Vale la pena citar al menos dos: “A la pregunta de Gretel [la esposa de Adorno] de qué hay realmente tan incomprens­ible en la Misa Solemne, contesté en principio con la muy simple indicación de que nadie que no lo supiese podría al oírla detectar que es de Beethoven”; más adelante: “Repetición de la palabra ‘Credo’, como si se tuviese que convencer a sí mismo”.

La obra podrá escucharse hoy a las 20 en la Sala Sinfónica del CCK, con el director Carlos Vieu al frente de la Sinfónica Nacional, los coros Polifónico Nacional y Nacional de Jóvenes, más un cuarteto de solistas integrado por Daniela Tabernig, María Luisa Merino Ronda, Ricardo González Dorrego y Hernán Iturralde.

La entrada es libre. ■

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Carlos Vieu. Al frente de la Sinfónica Nacional y de un gran desafío, hoy en el CCK.

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