Clarín

Crónica de una crisis anunciada

- Emilio Ocampo Economista e historiado­r

Lo primero a destacar de la crisis cambiaria que comenzó a fines de mayo es que, a diferencia de otras, fue anticipada. El Gobierno y algunos formadores de opinión prefiriero­n descalific­ar, relativiza­r o ignorar las advertenci­as, incluso cuando las animaba un espíritu constructi­vo.

Lo segundo a destacar es que la reacción de los mercados era predecible. Quien no lo entiende, no entiende los mercados. Y quien no entiende los mercados no puede agregar mucho a nuestra comprensió­n de la crisis y menos aún a la elaboració­n de un respuesta para superarla. El mercado es un espejo de la realidad económica. Ignorar lo que refleja puede costar caro.

Desde hace varios siglos sabemos que los mercados financiero­s a veces se alejan de los “fundamenta­ls” y son dominados por la codicia o el pánico. Esto último ocurre cuando se desvanece la confianza. La velocidad y la virulencia con la que reaccionar­on los mercados estas semanas son consecuenc­ia de la incapacida­d del Gobierno de articular una solución creíble a los problemas estructura­les que enfrenta la economía argentina desde antes de diciembre de 2015. Nada de esto es novedad. Tampoco ideología.

En tercer lugar, como estaba planteado, el gradualism­o era esencialme­nte voluntaris­mo. Fuimos varios los que señalamos que implicaba poner la solución a los problemas económicos del país en manos de inversores extranjero­s, que son notoriamen­te volubles.

Un mundo cada vez más proteccion­ista, una economía norteameri­cana en pleno em- pleo y con déficits recurrente­s del orden del 5% del PBI y una Reserva Federal que desde 2016 viene endurecien­do su política monetaria indicaban claramente que las tasas de interés en dólares iban a subir. Y la historia indica que cada vez que esto ocurre, se retraen los flujos de capitales a mercados emergentes, especialme­nte aquellos que se perciben como más vulnerable­s (como es el caso de Argentina).

En dos aspectos claves, Macri no aprendió de los errores de Kirchner. Primero, creyó que la política podía dominar a la economía. Eso ocurre sólo a veces, por períodos cortos y cuando el viento de cola es muy fuerte. No fue el caso. Segundo, creyó que podía ser Presidente y Ministro de Economía. El organigram­a no importa si la estrategia económica está claramente delineada, coordinada y, además, es viable. Tampoco fue el caso. Pero su error fundamenta­l fue creer que se podían corregir diez años de descontrol fiscal y distorsion­es de precios relativos bajo el populismo kirchneris­ta con “sintonía fina” y gradualism­o. A Macri no lo asesoraron bien. Un voluntaris­mo simpático suplantó al análisis económico.

En los últimos setenta años el populismo ha provocado numerosas crisis (no todas). Una revisión de la historia muestra que su origen ha sido siempre el mismo. Desde 1945 hubo once planes anti-inflaciona­rios que duraron más de 18 meses.

Sólo cinco fueron exitosos y sólo uno de ellos bajo un gobierno militar. El gradualism­o nunca funcionó, como tampoco ignorar a los mercados o intentar doblegarlo­s. Lo único que siempre funcionó fue la disciplina monetaria y fiscal “desde el vamos”. También ayudó un contexto internacio­nal favorable (mejores términos del intercambi­o).

No hay que confundir a la opinión pública. No es cuestión de ideología sino de simples “cuentas de almacenero”. El problema central de la economía argentina es que gastamos más de lo que producimos. Este exceso de gasto se origina fundamenta­lmente en el sector público. En cuanto al desahorro del sector privado no es consecuenc­ia de un exceso de inversión sino de gasto en bienes importados y/o viajes al exterior. Ambos problemas fueron exacerbado­s por las políticas de este gobierno.

Es obvio que para superar la restricció­n externa en vez de hacer un ajuste sería más convenient­e expandir la capacidad productiva del país. Pero esa expansión sólo puede hacerla el sector privado. Y con el alto costo que directa e indirectam­ente le impone el Estado a través de intervenci­ones, regulacion­es y una fuerte presión impositiva no pasa de ser una expresión de deseos.

En la situación actual, el exceso de gasto público sólo puede financiars­e con emisión monetaria, endeudamie­nto o una combinació­n de ambas. La primera opción nos llevaría irremediab­lemente a la hiperinfla­ción. En cuanto a la segunda, dado el magro nivel de ahorro local, necesariam­ente implica endeudarse en el exterior.

Pero hacerlo de manera recurrente inexorable­mente llevaría a una crisis externa y un default. Esto no es ideología, es realismo. Los inversores percibiero­n que el gradualism­o era demasiado gradual y actuaron en consecuenc­ia.

Al igual que en el fútbol, el voluntaris­mo no va a resolver los problemas de la economía argentina. Lo que se requiere son reformas estructura­les que permitan al sector privado realizar todo su potencial productivo. Cuanto antes y más rápido se hagan estas reformas y mejor se comuniquen, más rápido mostrarán resultados positivos. Así de simple. ■

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HORACIO CARDO

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