Clarín

En Londres, Clapton sigue siendo Dios

El gran guitarrist­a tocó en Hyde Park. Sus problemas de salud le dieron al show un alto contenido emotivo.

- Eduardo Slusarczuk eslusarczu­k@clarin.com

Existían al menos tres grandes razones para pensar que la presentaci­ón de Eric Clapton en la tercera jornada del British Summer Time, el domingo pasado en el Hyde Park, sería realmente especial. Por un lado, porque se trata de uno de los más grandes guitarrist­as de la historia del rock y el blues; por otro, hacerlo en su propia casa le agregaba un condimento único; y finalmente, la posibilida­d de que se tratara de uno de sus últimos conciertos no era un dato menor, más bien todo lo contrario.

Pero a esta altura, con el resultado puesto, uno se siente tentado a pensar que un cuarto motivo podría haber sido el de chequear “in situ” su condición divina, a unos 20 minutos de la estación de subte donde nació, de un grafitti que rezaba “Clapton es Dios”, la leyenda que lo puso en el lugar de una deidad. Y sí: Definitiva­mente, Dios existe y el domingo tocó en Londres.

Aún a unas cuantas horas de terminado el concierto, cuesta definir el momento preciso en el que ocurrió semejante “revelación”. Si fue cuando calentaba motores con Somebody’s Knocking, o si cuando plantó bandera de hombre de blues con Key to the Highway y una potente versión de I’m Your Hoochie Coochie Man. O si ocurrió, quizá, en el instante en que nos llevó a pasear por sus años de juventud a bordo de Got to Get Better in a Little While, cerrada con un cautivante contrapunt­o con Doyle Bramhall II. Pero que pasó, pasó.

Si no, cómo explicar el estado de conmoción y emoción que envolvió el segmento acústico, con Eric sentado frente a esas 65 mil personas y hechizándo­las con la secuencia Driftin’ Blues / Nobody Knows You When You’re Down and Out / Layla (acá sí cantaron todos) / Tears in Heaven. Que el hombre de 73 años que estaba ahí arriba tiene problemas de salud que de a poco le van haciendo difícil tocar, lo sabemos todos. Por eso era imposible evitar un nudo en la garganta cuando, mientras Marcy Levy, su compañera de ruta en los ’70, le devolvía la voz original a la bella Lay Down Sally ya The Core, los ojos de Eric parecían estar repasando algo más de cinco décadas de música que fueron de la gloria al infierno más oscuro, y que le dieron revancha. Y respaldánd­olo, un dream team formado por el magnífico Chris Stantion en piano, a Paul Carrack en Hammond, al siempre sonriente Nathan East en bajo, a Sharlotte Gibson y Sharon White en coros y al histriónic­a Sonny Emory en batería. No hizo falta nada más.

Ya sin Levy en escena, Wonderful Tonight fue la constataci­ón de que se puede hacer hits melosos que sean grandiosos. Sobre todo si son tocados como el hombre lo hizo el domingo, con economía de recursos y un bienvenido exceso de sentimient­o. El mismo que puso al servicio de otro de sus “grandes éxitos”, Crossroads, y de Little Queen of Spades, con los dedos del anfitrión haciendo hablar a su guitarra, mientras Stantion, Carrack o Bramhall II se convertían por un rato en el eje del armado sonoro. Respaldado por ese combo, Clapton hizo gala de su voz negra como la de muy pocos blancos para Cocaine, y terminó por convertir toda la parte del Hyde Park destinada al British Summer Time en un canto colectivo que nadie quería que terminara jamás. Para el final, con High Time We Went, Clapton sumó a Carlos Santana, y juntos terminaron de coronar una jornada fantástica, y de certificar que aquel viejo grafiti no estaba tan equivocado.

Y por suerte, Dios es eterno. ■

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GUS STEWART/GETTY IMAGE Tener el blues. Clapton repasó hits de su repertorio, como “Crossroads”, “Layla”, “Cocaine” y “Tears in heaven”.

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