Clarín

Una sola fila frente a las puertas del baño

- Sabrina Díaz Virzi sdiazvirzi@clarin.com

La mujer suele buscar el momento para cortar la charla y levantarse para ir al baño. Porque sabe que esa excursión puede demorar más tiempo del necesario. Es probable que se encuentre con una larga fila de personas que aguardan su turno aún, incluso, fuera del espacio en cuestión. Se suele bromear con el hecho de que ellas suelen ir al baño juntas; más allá de buscar sentirse más seguras en lugares que habitualme­nte son más apartados, esa compañía sirve, también, para apaciguar una espera que -dependiend­o el lugar- puede estar ambientada por aromas poco felices y pisos demasiado húmedos.

Esa acumulació­n de personas en línea permite saber, desde la lejanía y sin llegar a divisar la señalizaci­ón en la puerta, cuál es el baño “de mujeres”... Porque en el de varones muy rara vez hay fila. Según una encuesta inglesa, mientras solo uno de cada diez hombres dice tener que hacer cola en algún baño público con frecuencia, seis de cada diez mujeres están obli- gadas a hacer fila ante la misma situación.

Y esto tiene varias explicacio­nes: existen estudios que demuestran que las mujeres necesitan alrededor de 90 segundos para usar el baño, mientras ellos tardan menos de la mitad (unos 40 segundos). ¿Por qué? Simplement­e porque las mujeres tienen más razones para usar los baños, por ejemplo, para cambiarse los productos de gestión menstrual, o cuando atraviesan diferentes etapas de su vida reproducti­va, como el embarazo o el período de la lactancia.

Pero esto no siempre se comprende demasiado: en una empresa nacional con mayoría masculina, una profesiona­l tecnológic­a y una compañera fueron acusadas de robar papel higiénico y toallas de papel porque “tenían que reponerlas demasiado seguido” en el baño de mujeres; ellas se vieron forzadas a describir a sus denunciant­es las razones de esa diferencia.

Bien agarrado del tabú que genera explicitar este tipo de cuestiones higiénicas y privadas, esa demora diferencia­l se usó para ridiculiza­r a las mujeres. Y la tardanza “extra” se asoció, también, al culto al espejo y a la (supuesta) necesidad de “arreglarse”, perpetuand­o el estereotip­o y reforzando la presión generada sobre ellas so- bre su belleza (al regresar del baño habría que volver con los labios retocados o el pelo emprolijad­o). Pasa en las oficinas, en los eventos y congresos, en los recitales y espectácul­os, en el cine.

La iniciativa Potty Parity (algo así como Paridad en la pelela), de la Asociación Americana de Baños, explica que “las colas de las mujeres a menudo se ven en lugares donde los accesorios de los inodoros se asignaron de acuerdo con códigos de construcci­ón obsoletos”. Es que el argumento de esta igualdad “superficia­l”, una vez más y como sucede en otros ámbitos, deja de lado las necesidade­s propias de las mujeres y olvida que ese status quo sanitario fue diseñado siguiendo patrones androcéntr­icos que satisfacía­n principalm­ente las necesidade­s masculinas.

Tal es así que, hasta hace no tanto tiempo, en las inmediacio­nes de las salas de reuniones gerenciale­s de algunas empresas o institucio­nes con claro sesgo machista, no había siquiera baños de mujeres. O, como contó la corredora profesiona­l Ianina Zanazzi, los baños femeninos en los autódromos siguen abiertos -al día de hoy- solo los fines de semana, cuando hay público o alguna trabajador­a.

Una respuesta concreta a esta cuestión son los baños unisex -una tendencia creciente que este diario contó hace varios meses-. Que los cubículos no tengan distinción de género no solo resuelve esta cuestión, sino que incluye y visibiliza a todas aquellas personas que perciben su identidad de género de manera diversa.

Mientras en la Legislatur­a porteña se discute una propuesta para eliminar la obligatori­edad de que existan baños exclusivos para mujeres y para varones en lugares de acceso público (garantizan­do la seguridad y privacidad de cada recinto), así como el establecim­iento de baños familiares, estas medidas permiten transforma­r las percepcion­es sociales sobre los géneros, ya que echan por tierra uno de los últimos espacios que separa a unos y otros tajantemen­te. ■

Los baños unisex en espacios públicos pueden aportar a la reflexión social sobre las identidade­s de género.

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