Clarín

Y un día cae Prohibido y te desarma

- Magda Tagtachian mtagtachia­n@clarin.com

¿Qué apostamos? ¿Una cena? ¿Cuándo salimos a correr? ¿Todavía coleccioná­s almohadone­s hindúes? ¿Seguís durmiendo con el short turquesa? Mienten y se desmienten los amantes prohibidos. Muerden. No se atreven. Escalan la palestra del deseo.

Amores inmortales. Amores siderales. Amores corajudos. Amores con apuro. Siempre a duelo. Enloqueced­ores. ¿Vencedores?

En la otra punta del ring, los que cierta vez firmaron. Pasaron décadas. Y ahora pactan con el diablo. Sexo aburrido semanal. Viajes exóticos en canal. Valijas de rutina.

Entonces, un domingo cualquiera, cae Prohibido y te desarma. Peligro de gol. Sin referí ni cancha. La tribuna grita. Se pone de pie. Es antena para que descargue el rayo. Que los una. Que los parta. Sólo hay que patear.

“Siempre volvemos al lugar de donde nos fuimos”, arriesga Prohibido. Prohibida lo mira. Las palabras tejen una duda invisible. El diccionari­o que se inventaron para amar. Permitido para Prohibida y permitida para Prohi- bido. Prohibido reclamar. Permitido besar. Prohibido sufrir. Permitido gozar. Prohibido especular. Permitido reír, beber y jugar.

Que linda está tu casa. Esta mañana no me saludaste, ¿dormimos juntos? Anoche soñé con vos. ¿Estás bien? ¿Viste la luna llena?

Prohibido aletea. Prohibido alerta. De vez en cuando, mete pase oficial. Tiene la llave. Dice que la entregó a Prohibida hace rato. Miente. Salvo cuando tropiezan. En ese segundo fugaz. Que los pega y los delata.

Ya lo saben. A la hora de amar, tienen más para perder que para ganar. Por eso siempre juegan. Porque pierden. Pero siempre ganan.

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