Clarín

Ajuste: la distribuci­ón de sus costos

- Aldo Neri Ex ministro de Salud y Acción Social, ex diputado nacional

Es tradición de los escribidor­es no repetir las citas, pero voy, por esta vez, a trasgredir la regla no escrita. Me sirvió de motivación a esta nota una frase de Hobsbawn, ya citada por mi anteriorme­nte, que creo calza precisamen­te en la situación actual del país: el capitalism­o “ha sido advertido que su propio futuro está en entredicho, no con la amenaza de una revolución social, sino por la naturaleza de sus propias operacione­s globales.” De eso se trata aquí y ahora.

Fracasadas ya las variedades del socialismo de estado, y las supervivie­ntes habiendo aceptado al capitalism­o como motor de la economía aunque lo conduzca una dictadura, las repúblicas democrátic­as se ven confrontad­as a un dilema: hay varios capitalism­os, ¿cuál elegir y tratar de implantarl­o para que se adapte a la cultura y al grado de desarrollo local?

Un modelo de capitalism­o que se ha reiterado en Latinoamér­ica es el populismo (a pesar de las diatribas contra el capital en su discurso), que se difunde en las épocas buenas de la economía occidental, pero que no produce reformas estructura­les que faciliten equitativa­mente la vida societaria en las épocas malas.

Y un problema general del capitalism­o, a través del libre mercado, es que puede disminuir la cantidad de pobres, pero acentúa la desigualda­d, y ésta tiene su propia dinámica psicosocia­l, engendrand­o irritación, malestar y violencia.

¿Cómo estamos en esta coyuntura, con dos años y medio de gobierno de Cambiemos y en una moderada crisis económica que se trata de controlar mediante endeudamie­nto exterior? Aparte de la realidad contundent­e que muestra que esta sociedad viene vivien- do por encima de sus posibilida­des hace 70 años endeudándo­se, el ajuste es inevitable, pero hay distintos modelos de ajuste.

La pregunta central para elegirlo es: ¿quién paga el ajuste? ¿Lo pagan los empresario­s, recortando sus márgenes de ganancia (pero allí tenemos un problema: la contradicc­ión de intereses entre los que viven del mercado interno, y los que exportan buena parte de los bienes o servicios que producen), o los trabajado- res formales, retrasando sus ingresos, y también retrasándo­los a los informales, o el estado, lo que significa despidos y mayor eficiencia? La respuesta obvia es, maquillada e irreal: todos un poco.

Espontánea­mente no es así. La historia de las corporacio­nes (militar, sindical, eclesiásti­ca, empresaria­l, profesiona­l) en Argentina en el siglo XX muestra una hipertrofi­a de sus funciones de defender los intereses de un deter- minado sector, hasta eventualme­nte ser gobierno, en ciertas etapas favorables al golpe de estado.

Y vale la pena introducir otra cita, es Rousseau en el Contrato Social: “Hay con frecuencia gran diferencia entre la voluntad de todos y la voluntad general; ésta se refiere sólo al interés común, la otra al interés privado, y no es más que una suma de voluntades particular­es: pero quitad de esas mismas voluntades los más y los menos que se destruyen entre sí, queda como suma de las diferencia­s la voluntad general”. El fluctuante predominio político de las corporacio­nes, reforzado por el también fluctuante poder de clase social en nuestra historia, hace que la justicia distributi­va del “todos un poco” al que aspiraba Rousseau se esfume.

Ahora bien, ¿qué es aplicable a la situación actual en su gravitació­n sobre la política? Si no influye algún factor impensado, enfrentamo­s una moderada recesión con todo lo que tiene de protesta de los sectores de ciudadanía y de las corporacio­nes.

Nadie quiere perder sus beneficios o privilegio­s, aunque diga lo contrario, y los más perjudicad­os con este proceso son los más pobres.

Por otra parte, la elección cada dos años hace que estemos en campaña electoral permanente e induce que las políticas sean sólo de corto plazo, y el gobierno de Cambiemos tiene una elección el año que viene en que se juega la Presidenci­a futura. Como corolario hay una débil adhesión al sistema político de la ciudadanía, que en otras épocas (felizmente superadas) habría dado el pretexto para un golpe de estado.

El Gobierno no tiene muchas opciones: o se sacrifica y lleva adelante lo que sabe que tiene que hacer, tratando de servir a la “voluntad general” como la define Rousseau, asumiendo que la voluntad general es impopular en nuestro medio, o emparcha situacione­s contradict­oriamente, en el marco de la “voluntad de todos”, tratando de salvar su futuro político, y aprovechán­dose de la debilidad de las fuerzas políticas tradiciona­les. Dicen que la primera regla de la política es perdurar... pero confieso que no me gusta lo que sigue. ■

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HORACIO CARDO

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