Clarín

Fobia a la recolecció­n de datos y a las contraseña­s

- Roberto Pettinato

Alguien tendría que decirle a los publicista­s que ya no se puede avanzar más. No podemos estar escuchando Spotify y después de sufrir las interrupci­ones de una voz que te dice que vas a poder escuchar media hora gratis luego de que ella termine de hablar... a menos que pagues más y te dan un sistema Premium sin interrupci­ones. ¿No es increíble? Ellos mismos se definen como “interrupto­res insufrible­s”. Y ya hay humanos tan quemados que incluso defienden esas posturas: “¿Y por qué tendríamos que poder bajarnos algo gratis? Hay que pagar, rata”.

¿Terminará todo esto en la voz de Massa o Vidal en medio de un tema de Led Zeppelin diciendo: ”Disculpá, nosotros creemos que All Whotta Love nos dice que en Provincia somos la lista 43. ¡Juntos podemos!”?

A mí me gustaba el mundo sin puntos. Podías ir a una heladería y la charla era la si- guiente:

-Pistacchio y... ¿qué tal el coco con nuez? ¿Lo puedo probar?

-¿Cuál más?

-Hummm, delicioso, pero mejor pistacchio solo.

Hoy la charla es más o menos así: -Pistacchio.

-¿En cucurucho, tulipa, bandeja o vasito de plástico? ¿Tenés puntos de tarjeta?

- ¿Si tengo qué?

- Puntos. La tarjeta de nuestra heladería. ¿Necesito llevar encima una tarjeta de la heladería, que para colmo me humille más a la hora de sacarlas hasta encontrar la de pago? Y delante de otra persona decir: “Ups, disculpe, este es el descuento en la farmacia. A ver, a ver... ¡Acá está! No, esta no. ¡Esta es la del 20% off en los chinos de Todo x 2 pesos!”.

Pero el colmo me pasó hace unos días en una panadería. La panadería siempre fue como una familia alternativ­a llena de ricos aromas, señoras galesas o herederos de una bondad cristiana, casi benditos. ¡Es más: hasta los chorros se la piensan dos veces cuando deben asaltar o una panadería o una iglesia! La señora me mira y me dice: “¿Tu primera compra?”.

-Sí.

-Estás registrado en nuestra... A ver, esperá... ¿Cómo le dicen? -“¡Base de datos!”, gritan desde el horno.

-No, no estoy.

-¿Tenés tarjeta de puntos?

-¡No sé! Sólo quiero un cuarto de cremonas. ¡Ni siquiera medialunas de grasa! -¿Querés registrart­e? -¡¡¡Nooooooo!!! No me quiero registrar. No quiero figurar en bases de nada. No quiero dar mi teléfono ni mis documentos ni mi dirección.

La señora me miró como diciéndome “te la perdiste”.

Le grité: “¿Acaso ustedes me van a llamar para preguntarm­e si los bizcochos de grasa estaban cocidos o si el vigilante tenía más membrillo de la cuenta? ¡¡¡Noooo!!! ¡¡¡Claro que no!!!”

No sé qué pasó en el mundo, pero me compré un reloj y querían mi mail. ¡Cambié la pantalla del celular y también querían registrarm­e con la excusa de “así te mantenemos al tanto de las novedades”. ¿Ah, sí? Sólo cambié la pantalla. ¿Quiero novedades sobre eso?

Lo curioso es que si vas a un hotel, aún te dicen “no llene todo, lo hacemos nosotros. Sólo firme acá”. Y ahí es cuando el mundo te vuelve al alma... Tantas cosas vuelven a ser moda. ¿Por qué no los catálogos que te trababan la puerta? ¿Hay algo más patético que te envíen uno por mail, que a la vez te linkea con la página y ésta con el Google map así podés ir a plantar un repollo enorme a Zárate... para entrar en la comunidad de seguidores que deriva en 200 chats que si perdés el primer renglón nunca te enterarás de qué va la charla?

¿Sabían que compré anteojos y ahora me llegan novedades de una óptica? Jajaja. ¿Sabían que una promotora me ofreció dos cigarrillo­s, pero me los daba si le decía mi número de DNI? Y lo puso en una máquina que llevaba colgando de su falda. Y ahora, no sé, ¿me llegarán las nuevas fotos de enfermos terminales para los nuevos paquetes del verano?

Un día, mi hijo pequeño casi me hace llorar cuando me dijo, ante su debut en Instagram: ”Papá, ¿puede ser que nadie nadie nadie me ponga un like?”

Hoy me dice: “¡Qué loco, tengo 300 pedidos de gente que no conozco y me pide que la acepte!” ¿Se dan cuenta? “Acepte”, ”entrar”, ”desbloquea­r”...

Todavía recuerdo cuando te llevaba años de conocimien­to del otro para aceptarlo en el verdadero y profundo término de la palabra.

Quiero que sepan amigos que somos muchos los que hoy cantamos Imagine, aunque la letra haya cambiado a “imagínate un mundo sin twitter/ donde el cielo no es una nube/ imagínate sólo ofertas escritas en crayón/ imagínate toda la gente/ viviendo y hablando sin pulgares/ imagínate que no hay instruccio­nes en tu sweater que con tijera cortarás/ imagínate un mundo sin “obtener”/ sin esmaltes color cemento y sin registros ni contraseña­s... uh, uh, uh, uh, uh”. Jajaja. ■

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