Clarín

Tristán e Isolda, excelente es poco

Así calificó la crítica de Clarín a la ópera de Wagner, que el director argentino presentó en el Colón.

- DANIEL BARENBOIM

Tristán e Isolda

Autor Richard Wagner Director Daniel Barenboim Régie Harry Kupfer Reparto Peter Seiffert (Tristán) Anja Kampe (Isolda), Kwangchul Youn (Marke), Boaz Daniel (Kurwenal) Gustavo Lopez Manzitti (Melot), Angela Denoke (Brangania) Florian Hoffmann (Pastor/Marinero), Adam Kutny (Timonel). Sala Teatro Colón, miércoles 11. Repite 14, 18 y 22 de julio.

Tristán e Isolda tiene algo que la hace única, y es su rara mezcla de ambigüedad y simplicida­d. La ambigüedad proviene antes que nada de la música, de una armonía cromática en transición constante que parece no hacer pie en ningún lado, pero también proviene de la trama. Porque Tristán e Isolda tiene toda una historia previa, que en la ópera sólo aparece como una evocación. Tristán mató en un combate al prometido de Isolda, Morold; más tarde ella lo encuentra agonizando en una barca en las orillas de Irlanda, lo cura con sus ungüentos y en un momento descubre, por una mella de la espada, que él es hombre que dio fin a Morold; ella alza la espada para vengar esa muerte, pero ya es tarde; él la mira con fascinació­n, a ella la embarga algo que no sólo podría ser calificado de piedad.

La ópera comienza con el viaje en barco desde Irlanda hasta Cornualles, en el que Tristán lleva a Isolda como prenda de paz y futura esposa del Rey Marke. Como observó Henry Barrault, sabemos, tanto por las alusiones que colocó Wagner en la trama orquestal como también por algunas frases de Isolda, que esa pasión ya estaba profundame­nte enraizada en sus corazones, y que el filtro (Isolda cree que ella y Tristán beben el filtro de la muerte, pero Brangania lo ha cambiado a último momento por el filtro del amor, que al fin de cuentas no resultará menos mortal) no será la causa de esta pasión, sino solamente el elemento conductor a través del que se establecer­á el contacto entre ellos.

La ópera tiene un núcleo ambiguo, pero las alternativ­as, las acciones, el cuadro de personajes no podrían ser más simples. Son Tristán e Isolda con sus devotos asistentes, Kurwenal y Brangania respectiva­mente; el noble y generoso Rey Marke y su escudero Melot, que delata y hiere a Tristán (según Kurwenal, lo hace movido por los celos, ya que nadie podía resistir a la belleza de Isolda). Y sobre esa base el régisseur Harry Kupfer procede con la más radical austeridad. El único objeto escénico es un ángel caído, que no sólo tiene sentido por lo que simboliza, la desobedien­cia, sino también por lo que “es”: una figura de una gran sensualida­d, en un magistral diseño de Hans Schavernoc­h. La escena prescinde de los tradiciona­les elementos marinos de esta obra, lo que no es un detalle menor. Kupfer decide reducir el drama a lo esencial y lo concreta de manera magistral.

El ángel es, en verdad, el escenario. Prácticame­nte nada transcurre por fuera del ángel, metáfora y plataforma escénica a la vez. Todo transcurre en las alas o en los recovecos de ese ángel, que de tanto en tanto gira lentamente y ofrece distintas perspectiv­as al espectador y distintos espacios a la acción escénica. Las actuacione­s son intensas pero nunca exageradas. La mirada que se entrecruza­n Tristán e Isolda tomados de la mano tras tomar el filtro del amor tiene una placidez y una naturalida­d de- sarmante. No hay extras, no hay escudos, no hay espadas; el combate del final del segundo acto entre Tristán y Melot se dirime rápidament­e de la manera más sencilla, con dos pequeños cuchillos.

La parte escénica es austera, la parte musical es casi voluptuosa, empezando por la soprano Anja Kampe como Isolda; su línea carece de puntos débiles tanto desde el punto de vista técnico como expresivo; su voz tiene un timbre bellísimo, y su potencia no es mayor que la gama de sus matices. Vocalmente Peter Seiffert impresiona menos como Tristán, pero de todas maneras su actuación es impecable, y no pocas veces prefiere (acertada- mente) la expresión justa a la nota perfectame­nte redonda. La soprano Angela Denoke (Brangania) tal vez sea la segunda gran figura vocal de este reparto, aunque el bajo coreano Kwangchul Youn no conmueve menos como Marke. Las logradas actuacione­s de Boaz Daniel (Kurwenal) y del local Gustavo López Manzitti (Melot) completan un notable reparto.

El equilibrio entre voces y orquesta no podría ser más justo. En el foso está Daniel Barenboim, al frente de su Staatskape­lle, una orquesta que ha vivido en la música de Wagner. Imposible recordar un sonido más perfecto y envolvente salido desde el foso del Colón. Pero lo que impresiona de la parte orquestal no son solo sus colores, sino su sentido del tiempo y el suspenso. Barenboim es un mago en este punto, y nada podría demostrarl­o con mayor claridad que los últimos compases de la función del miércoles. La ópera termina casi en un suspiro, se extingue como Isolda tras su Liebestod. Aun de la manera más asordinada, Barenboim consiguió mantener la tensión hasta bien pasado el último acorde, y el público se tomó dos buenos segundos antes de irrumpir en ovaciones, como si estuviese al tanto del calderón que pide Wagner. Eso rara vez ocurre, al menos en el explosivo Teatro Colón. Dos segundos parecen poca cosa, pero hay veces que son una bendición. ■

Imposible recordar un sonido más perfecto y envolvente salido desde el foso del Colón.

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 ?? ARNALDO COLOMBAROL­I ?? El ángel caído. Toda la obra transcurre en la escenograf­ía creada por Hans Schavernoc­h.
ARNALDO COLOMBAROL­I El ángel caído. Toda la obra transcurre en la escenograf­ía creada por Hans Schavernoc­h.

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