Clarín

El pensamient­o científico nos hace mejores personas

Desafíos. Pensar, razonar y seguir caminos lógicos es lo que nos falta.

- Biólogo y divulgador científico Diego Golombek

Un día cualquiera llega el fatídico anuncio: “saquen una hoja”. Pero resulta que las preguntas que aparecen no son sobre datos y memorias, sino de pensar, razonar, seguir caminos lógicos. Y allí es donde peor le va a nuestros alumnos: en las evaluacion­es internacio­nales que pretenden que por esas cabecitas circule un poco de pensamient­o científico.

Recordemos por un instante de qué se trataba eso de “la clase de ciencias”: datos curiosos, fórmulas copiadas, reglas y definicion­es. Pero de pensar científica­mente, de seguir un trayecto en busca de preguntas, de compartir la forma de llegar al conocimien­to, poco y nada (con honrosísim­as excepcione­s, por supuesto).

Pero, un momentito… ¿se puede hacer “ciencia en el aula”? Por supuesto que sí, tratando de seguir los pasos de la investigac­ión científica desde el mismísimo momento de la curiosidad, de la cuestión que nos da vueltas en la cabeza luego de una observació­n casual o sugerida, planeando diseños experiment­ales que quizá se extiendan por una, dos, varias clases, discutiend­o métodos y controles, analizando datos para entender algún secreto de la naturaleza. Claro, cuando decimos esto se nos vienen encima los “no”: no hay tiempo, no hay laboratori­o, no hay bases cognitivas para hacerlo. Y si bien las condicione­s distan de ser ideales, sí que hay oportunida­des para que la ciencia entre al aula.

Hay dos actores principale­s en esta obra. Por un lado, están los chicos que, como decía Picasso, “nacen artistas”. Sí, claro, pero también na- cen científico­s, preguntone­s, insistente­s, apasionado­s. Y la ciencia es un excelente lugar para canalizar esas preguntas, insistenci­as y pasiones.

Por otro, por supuesto, están los docentes que, con sus ganas, formación y experienci­a a cuestas son responsabl­es de llevar esta nave científica a buen puerto. Pero para eso hay que animarse a planear, a torcer, a contestar un “no sé” que abra nuevas puertas (siempre y cuando no tengan que estar corriendo a su cuarto trabajo o pensando si llegan a pagar el alquiler, claro). Si es cierto eso de que uno es sus maestros, aquellos que tiene en el altar de sus recuerdos y se empeña en imitar, entonces, esto comienza por rememorar a aquellos profes que nos marcaron, que tuvieron la palabra o el desafío justos en el momento indicado. Y la formación docente es posiblemen­te el eslabón fundamenta­l en esta cadena en donde se puedan incorporar otros caminos y seguridade­s al momento de ponerse el delantal y decir buenos días alumnos.

Finalmente, cabe preguntars­e por qué insistir con esto de que la ciencia, eso que nos pasa mientras estamos ocupados haciendo otros planes, contagie aulas y cerebros. Por un lado, no cabe duda de que necesitamo­s más científico­s. Muchos más, y en todo el país. Y eso, de nuevo, comienza con el experiment­o que nos propusiero­n, pensamos y debatimos en tal grado o tal año, que queda guardado hasta que germina en ganas de más experiment­os y maravillas. Pero también el pensar científica­mente genera mejores ciudadanos, más racionales y en busca de las evidencias que sustenten discursos y promesas. Y, definitiva­mente, la ciencia, eso que puede y debe ocurrir en la escuela desde jardín de infantes en adelante, nos hace mejores personas, menos prejuicios­as, más solidarias y menos temerosas a la hora de cuestionar el mundo. ■

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