Clarín

“Me agota cuando me veo haciéndome el payaso”

Se sabe gracioso, pero prefiere tocar también otras cuerdas. Con la actuación como trampolín, trabaja en radio, condujo en TV, dirigió y ahora editó su primera novela.

- Silvina Lamazares slamazares@clarin.com

Después de una hora y cuarto de charla que él volvió interesant­e, solito llega a un lugar que segurament­e fue construyen­do silenciosa­mente mientras hablaba. Un lugar suyo, que pisa sereno, como quien conoce el terreno. O como quien llega al cielo en el juego de la rayuela y lo toca con los pies, casi un modo de tocarlo con las manos. Ahí nomás, en el espacio previo a la despedida, Peto Menahem ensaya una suerte de monólogo -una de sus especialid­ades- que merece ser el arranque de esta nota:

“Yo soy Gustavo, yo era Gustavo, y por temas de la vida, una hermana que se murió y otras cosas, hubo un momento en el que entró el temor en mi vida. Y el que me salvó, de alguna manera, el que me dio las herramient­as para lidiar con eso fue mi amigo Julio, que es mi mejor amigo aún hoy. El es muy gracioso y yo quería ser como él. Todos me decían que lo era, pero yo no era consciente. Y él me bautizó Peto. Hasta ese momento era un chico temeroso que se la pasaba leyendo comics. Y siento que Julio me dio el antifaz: fue algo así como no sos más Gustavo, ahora sos Peto y tu superpoder es el humor. Aho- ra te podés acercar a lo que sea con el humor, porque nada duele. Fue bárbaro para mí: encontré en eso una posibilida­d de acercarme a todo lo que no entendía muy impunement­e. Y a vencer el temor. Pero, como cualquier arma, tiene un doble filo y entonces te podés volver un estúpido. Porque a veces no vale la pena reírse de todo. Y en un momento Peto tomó demasiado las riendas, y la obligación de ser gracioso y de joder con todo se me puso medio hinchabola­s. Y es justamente cuando viene a vivir Gustavo. Ahora conviven los dos y son amigos”.

A los 48 años, el que está ahí enfrente, se llame como se llame, café y confianza de por medio, habla de sí mismo con mucho conocimien­to de causa. Se planta como quien inventa una fórmula: en este caso, Gustavo Menahem más Peto da Peto. No aquel Peto que necesitaba una capa para hacer volar su imaginació­n, sino un tipo que a partir de su don de la gracia derribó límites. Supo crecer, en más de un sentido. Se formó en la actuación -es uno de los protagonis­tas de la exitosa obra Perfectos desconocid­os-, pero hasta hace unos meses fue el conductor del delicioso programa Padres e hijos (iba por LN+), es columnista de Metro y medio (Metro 95.1) y acaba de publicar su primera novela, La vida perfecta (en 2010 ya había editado el Manual de antiayuda).

-La ultima vez que te entrevisté eras sólo actor. Ahora, después de la coma de actor, hay un montón de oficios que se deben agregar.

-¿Te parece?

-Conductor de TV, columnista de radio, director, escritor...

-Yo me sigo consideran­do actor solamente.

-Pero con dos libros publicados no podemos negar...

-No, no niego. Pero digamos que soy un tipo que escribe, que es distinto. No tengo el oficio de escritor y tampoco sé si lo quiero.

-¿Y el de conductor?

-No lo tengo y tampoco lo quiero.

-Entonces ¿cómo se explica el caso de alguien que se luce conduciend­o o que con sus textos recoge elogios y no se asume en esos roles?

-Es que escribí un libro hace 8 años y ahora una novela. Una.

-Pero si en un partido de fútbol un tipo mete dos goles y termina 2 a 0, pasa a ser el goleador...

-Sí, pero eso no lo convierte en jugador de fútbol. Eso quiero decir. Ahí siento que está la diferencia. Lo que pasa es que cuando digo oficio pienso en alguien que puede hacer lo suyo siempre, más allá de que lo puntual que esté haciendo en determinad­o momento le guste más o menos. A mí me sucede eso con la actuación. Lo de escribir lo hago cuando tengo ganas, cuando pinta una idea. Ahora tengo en mi cabeza dos posibles novelas y un libro de re-

latos. Pero mis dedos tienen que saber más: yo antes escribía en mi cabeza. Con una novela no podés, y uno de los grandes descubrimi­entos de este proceso fue que los dedos también piensan. Sinceramen­te, yo soy muy feliz en el mundo de las ideas. Cuando se me ocurre algo me enciendo, siento un bienestar...

-¿Te pasa sólo con el trabajo o en la vida en general?

-En la vida. Siento más placer en la idea que en la concreción del asunto. Claro que a veces es al revés, como me pasó con mi hijo. Manu tiene 18 años y es lo mejor de lo mejor que me ha pasado, lejos. Fue muy buscado, pero estaba asustado: en ese momento, a los 30, empezaba a insertarme en el medio a los ponchazos. Actuaba en teatro muy independie­nte y me ganaba el mango con otras cosas. Y fue genial.

-¿Tenés buen vínculo con él?

-Sí, alucinante. El vínculo con él me sirve para todo. Muchas páginas de la novela, por ejemplo, están escritas mientras Man tocaba la guitarra. Dicho sea de paso compone unos temas hermosos. Bueno, él en su cuarto y yo en otro ambiente improvisan­do con los dedos en la computador­a, empujado por su música. En cuanto a la actuación, me acompaña al teatro desde que era muy chiquito. Tiene una mirada exquisita que me sorprende, es muy certero en lo que me dice. Trato de que venga a los ensayos porque los puntos que me marca son espectacul­ares. Me ha corregido cosas que me dieron vergüenza.

-¿Cosas que no te ha corregido un director?

-En Cómico (su show de stand up) no teníamos director. Una vez me dijo

“Debería parecer que él dice todo esto

por primera vez”. Me mandó a primer año de nuevo. Y ya que estamos te confieso que todos mis personajes tienen algo que él tenía en ese momento: cuando nació, yo hacía

Primicias y Calito se quedaba colgado como se quedan colgados los bebés, al año siguiente hice El sodero

de mi vida y mi personaje caminaba como intentaba hacerlo él con sus primeros pasos... siempre le robé cosas. Ahora le robo la música o conceptos que me cuenta y que se pueden compartir.

-¿Lo llevaste a los ensayos de “Perfectos desconocid­os”?

-Sí, claro, y muy al principio me dijo

“Están claros los vínculos de amigos, los hombres con los hombres y las mujeres con la mujeres. Falta la cone

xión hombre mujer” (la obra cuenta la cena de un grupo de amigos y sus parejas, que se animan a compartir la intimidad de sus celulares). Y estaba en lo cierto, porque primero habíamos trabajado las cofradías y después íbamos a meternos con los cruces, pero mirá lo que llegó a pescar el tipo...

-¿La radio qué lugar ocupa en todo este universo creativo?

-La radio es el lugar por el cual, creo, todavía me siguen diciendo humorista. Pensé que era por los años que había hecho stand up, pero no. Yo siento que no soy humorista, no tengo ese talento. Pero en la radio hago una columna de humor. Y me encanta, llevo once años en el programa de Sebas (Wainraich). Somos muy amigos, es una persona increíble. Verlo al menos una vez por semana a mí me hace muy bien.

Sencillo, claro, tipo que sabe decir y sabe escuchar, Peto elige café y agua para amenizar la charla en la que su gracia aparece genuinamen­te y en dosis. No es de los que hacen una puesta de comedia. Es más, se sincera sin pudor ante la cámara fotográfic­a: “Me agota cuando me veo haciéndome el payaso”. “A la esquina de los 50”, como dice él, detrás de unos lentes que son casi su sello de autor, cuenta que “de chico decía que de grande iba a ser veterinari­o y que quería vivir en el campo. Nada de eso pasó. Y un día, en el club, escuché que alguien por ahí atrás dijo ‘No, estoy estudiando tea

tro’. Y para mí el mundo se paró. ‘Ah,

se estudia’. Toda la infancia me la pasé jugando a hacer personajes. Yo quería volver rápido de la escuela a casa para ser El Zorro, Daniel Boone, Simbad, Meteoro. Ése era el deseo, jugar a ser otro por un ratito”.

Deseo que, después de pasar por la escuela de Agustín Alezzo y de formarse con Raúl Serrano, pudo cumplir. Él asume que todo lo aprendido es sólo aplicable a sus criaturas de ficción. Evidenteme­nte, él es muchos

otros además del actor, como el director, el escritor, el conductor, el columnista,

sin por eso dejar de ser Peto. O Gustavo.

 ?? ARIEL GRINBERG ?? Gustavo. Así se llama este señor al que, de niño, su mejor amigo le regaló un apodo para que creara su propio superhéroe y vencer así los miedos. Y Peto se hizo grande.
ARIEL GRINBERG Gustavo. Así se llama este señor al que, de niño, su mejor amigo le regaló un apodo para que creara su propio superhéroe y vencer así los miedos. Y Peto se hizo grande.

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