Clarín

Posverdad: la fobia a los hechos de la realidad

- Profesor Investigad­or. Director de la carrera de Abogacía Universida­d Torcuato Di Tella Ezequiel Spector

En los debates que surgen en los medios de comunicaci­ón así como en las redes sociales, un personaje común es el que aquí llamaré “factofóbic­o”. Se trata de quien valora más su opinión que los hechos. No cambia su postura si la realidad le muestra que está equivocado, sino que le busca a la realidad alguna interpreta­ción que le dé la razón. Se aferra constantem­ente a los discursos que confirman sus prejuicios, y deshecha o ignora cualquier evidencia que los contradiga. Este personaje es reticente al estudio. Antes de un debate no se informa, no prepara los temas e improvisa. No necesita estudiar porque piensa que ya sabe lo que tiene que saber. Y tampoco puede correr el riesgo de que la evidencia le muestre que estaba equivocado. El factofóbic­o no necesita pruebas porque tiene conviccion­es. Invierte más tiempo y energía en hacer pública su posición que en reflexiona­r sobre si está en lo correcto. Pero tiene una seguridad envidiable: nunca duda y se expresa contundent­emente.

El factofóbic­o tiende a ser relativist­a. No siente que distorsion­e la realidad porque piensa que no hay una realidad independie­nte de los sujetos. Se siente cómodo con una epistemolo­gía particular en la que no hay hechos sino solamente interpreta­ciones. Esto le evita la presión de tener que fundamenta­r lo que dice.

Después de todo, si la verdad es una construcci­ón social, entonces él tiene derecho a construir lo que quiera e intentar imponerlo. Esta epistemolo­gía, además, le permite tener siempre una respuesta, aunque no tenga argumentos para defender lo que piensa.

“Tengo derecho a pensar como quiero”, “aceptá que hay gente que opina distinto” o “cada uno opina lo que quiere” son algunas de sus expresione­s favoritas, a las que recurre siempre que queda acorralado, para salir bien parado, sin conceder nada a su interlocut­or y, además, hacerlo quedar como un intolerant­e.

El factofóbic­o tiene derecho a expresar su opinión y no tiene ninguna obligación de respaldarl­a con evidencia. Pero se equivoca en pensar que este derecho implica un deber de los demás de considerar­la seriamente.

Estos personajes tienen una opinión forma- da sobre los más diversos temas, y no tienen problema en actuar de acuerdo con ella. Pero siempre son temas en los que el costo de equivocars­e no es muy alto para ellos.

Así, tienen una posición sobre economía, educación, política y sociedad, y la defienden hasta las últimas consecuenc­ias. Pero para decidir dónde invertir su dinero, elegir un médico o un mecánico, no son más factofóbic­os: evalúan la evidencia objetiva disponible y recurren a los mejores especialis­tas. Son relativist­as, pero no tan relativist­as.

El factofóbic­o no tiene una ideología en particular. Puede encontrars­e en todos los espacios políticos. Tampoco tiene un oficio caracterís­tico. Hay políticos, periodista­s, intelectua­les y hasta artistas que son factofóbic­os.

A decir verdad, es posible que todos tengamos algún grado de factofobia. Pero hay quienes hacen un esfuerzo considerab­le para controlarl­a, y logran debatir racionalme­nte con evidencia y argumentos. Otros, en cambio, han renunciado por completo a tal posibilida­d. Estos últimos constituye­n eso que hoy está de moda llamar “posverdad”. ■

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