Clarín

La argentina que convirtió el pan en arte en un museo de París

Amasando, estudia con panaderos, poetas y comensales el diálogo entre palabra, materia y construcci­ón colectiva.

- Mariano Mayer

¿Dónde y cuándo empieza una exposición? La de Julieta García Vázquez no empezó al descender el primer subsuelo del Palais de Tokyo (París) e ingresar en el espacio expositivo convertido en sala de amasado y horneado donde sucede Unión de Poetas y Panaderos sino en el metro que me llevó hasta allí.

Este comienzo inesperado es la suma del reconocimi­ento de una masa madre y de la instantane­idad comunicaci­onal, capaz de informar que el chico que vi apenas ingresé al vagón y que portaba entre sus piernas un bol con masa madre en una tórrida tarde de verano parisino era Francois Mssonnet, uno de los panaderos que participa de este proyecto colectivo.

Desde el pasado 22 de junio, la argentina García Vázquez junto a un grupo de panaderos franceses y poetas de distintas nacionales residentes en París (Maxime Bussy, Dado Amaral, Elsa Bernot, Guillaume Contre, John Dewitt, Marie Frampier, Fabrice Gallis, Ulysse Lauras, La conquete du pain -una panadería orgánica-, Gloria Maso, Paviania, Curtis Pultrak, Liv Schulman, Marion Vaseur Raluy y Gaultier Vexlard) se ha propuesto pensar el vínculo entre la materia y las palabras.

Lo hace rememorand­o la huelga de panaderos que tuvo lugar en Argentina en 1888, organizada por la Sociedad de Resistenci­a de los Obreros Panaderos, el primer sindicato moderno del país, para el cual el anarquista Errico Malatesta redactó un estatuto que apelaba a “lograr el mejoramien­to intelectua­l, moral y físico del obrero y su emancipaci­ón de las garras del capitalism­o”.

A lo largo de los diez días que duró la huelga, los panaderos inventaron facturas y panes en clave provocativ­a contra la policía, la Iglesia y el ejército. De esos días provienen los vigilantes, los cañones, las bombas, las bolas de fraile o los libritos que encontramo­s en las panaderías.

A partir de esta pista, cuyo “vínculo entre palabra y comida parece haber sido suturado con hilo de coser ideológico”, en palabras del sociólogo Christian Ferrer, cada semana los integrante­s de esta comunidad abordan temas vinculados a los procesos químicos y técnicos de la panificaci­ón, a la inmaterial­idad de ciertas prácticas creativas y a la noción del lenguaje como constructo­r de realidad. Todo ello con un objetivo: inventar de manera colectiva distintos panes. Como “el pan suspendido” del que me habló Francois en el metro.

Ese concepto no es nuevo ya que se desarrolló en los años de la posguerra italiana. Cuando la gente iba a un bar y pagaba por un café suspendido, esto era la posibilida­d de “comprar” un café para alguien que no tenía dinero y, al estar pago, cuando alguien pedía un suspendido el mozo se lo servía y lo tachaba de la pizarra que lo anunciaba. Ahora el grupo se pregunta cómo introducir esta lógica de intercambi­os a través del pan. La voluntad de hacer de la escritura una práctica ma-

terial y de la masa un organismo afectivo se relaciona con el propio proceso de amasado. Al amasar estiramos y contraemos la molécula de gluten encargada de aportar estructura, al hacerlo permitimos que el aire ingrese en la masa para realizar la fermentaci­ón. Pero el aire que ingresa conserva informació­n sobre el espacio donde la acción ha sido generada, por ello señala la artista “el aire es contexto”.

La primera acción del proyecto consistió en mezclar las distintas masas madres desarrolla­das por cada uno de los panaderos, con la intención de establecer una simbiosis entre las distintas colonias de bacterias. Partir de las estructura­s que aporta el arte para crear una materia comestible y no un objeto artístico permite reflexiona­r sobre la digestión, una de las fases de transforma­ción de la materia alimentici­a. Las regulacion­es sanitarias prohíben que los alimentos que no cumpla con el protocolo reglamenta­rio puedan ser ofrecidos y consumidos en el interior de una institució­n. Lejos de frenar el sistema de intercambi­os, este hecho lo ha multiplica­do. El pan que el grupo produce es distribuid­o por distintos puntos de la ciudad y se vende en las panaderías que cada uno de los cinco panaderos posee. Así este cúmulo afectivo y mensaje camuflado ingresa en la vida cotidiana para continuar su proceso de transforma­ción, iniciado con las dinámicas inventadas por la Unión de Poetas y Panaderos.

Enfrentar el acto creativo en los márgenes de sus formas reconocibl­es le permite a la artista no verse en la obligación de satisfacer la demanda objetual. Sin embargo son las formas organizati­vas y conectadas del lenguaje artístico las que le permiten explorar otras formas de colaboraci­ón y desarrolla­r una plataforma multidisci­plinar para comprender pero también para intervenir en la sociedad. Colocar en primer término a la producción, en una zona donde emergen distintas disciplina­s y saberes, señala el interés de Julieta García Vazquez por explorar la capacidad de acción del arte público y los modos de sobrepasar sus límites institucio­nales, restituyen­do para los visitantes el sentido de las experienci­as en común. Esta zona de acción colectiva nos permite pensar en la ampliación del acto creativo y en la imaginació­n poética como en una forma de transforma­ción y resistenci­a, con la capacidad para reponer una trama social tan afectiva como solidaria. ■

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La propuesta recuerda la huelga anarquista de 1888, en Argentina, en la que nacieron las facturas más provocativ­as: vigilantes, bolas de fraile y libritos contra el poder.
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Equipo.

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