Clarín

“A los pobres hay que ayudarlos con trabajo. El asistencia­lismo sólo genera dependenci­a”

Pedro Opeka. Sacerdote, fundador de la Asociación Humanitari­a Akamasoa

- Sergio Rubin srubin@clarin.com

El padre Pedro Opeka tenía apenas 22 años cuando, como flamante misionero de la congregaci­ón de San Vicente de Paul, llegó en 1970 a Madagascar, uno de los diez países más pobres del mundo, con 71 por ciento de la población por debajo de la línea de la pobreza y una expectativ­a de vida menor al medio siglo. Luego de pasar dos años, regresó a su país y, ni bien se ordenó sacerdote en la basílica de Luján, en 1975, volvió a Madagascar, donde se radicó definitiva­mente.

Hijo de eslovenos llegados a la Argentina tras la Segunda Guerra Mundial, no tardó en sumar, a su labor religiosa allí, la promoción social, al ver a tanta gente viviendo en condicione­s infrahuman­as en las calles y los basurales, con niños peleando con los cerdos por un trozo de comida.

Enemigo acérrimo del asisten- cialismo, decidió ayudar a los pobladores a salir de la pobreza con su propio esfuerzo. Fundó la Asociación Humanitari­a Akamasoa (que en lengua malgache significa “los buenos amigos”), consiguió tierras fiscales y ayuda económica para comprar materiales y herramient­as y –con la ventaja de haber aprendido el oficio de albañil de su padrelevan­tó, con los futuros habitantes, cinco pueblos donde viven más de 20.000 personas. Además logró que miles de chicos asistan a la escuela, y que otras miles de personas trabajen en emprendimi­entos que puso en marcha. A la vez que medio millón de personas recibió apoyo en su centro de acogida.

¿Cuál es su fórmula para salir de la pobreza?

Trabajo, disciplina y honestidad. Y respeto: no decir una cosa y hacer otra. El trabajo dignifica y hace sentir bien porque uno ha creado algo con sus manos, gracias a su capacidad y talento. Usted es muy crítico del asistencia­lismo…

Sí, porque es asistir por asistir, para que no tengamos problemas. Pero cuando se reparte dinero para que cada uno haga lo que quiera se está creando una dependenci­a de esa ayuda, que no es respetuosa del ser humano. Es cierto que tiene que haber una ayuda del Estado para los casos difíciles, como las madres solas con muchos hijos o los discapacit­ados. Hay que ayudar, pero no asistir.

O sea, usted le facilitó los medios, pero la gente construyó sus propias casas…

Así es. Y ellos se sienten propietari­os porque dicen “las hicimos nosotros”, “son nuestras casas”, no las casas de alguien que se las regala. Sudaron, sufrieron para lograrlo, lo cual los lleva a que no dejen que se les deteriore. Además, les queda una experienci­a de superación por el esfuerzo, que le transmiten a sus hijos.

En la Argentina los subsidios se han perpetuado.

Eso no se puede parar de una manera automática porque primero hay que crear conciencia. Hay un trabajo que los argentinos tienen que hacer, sobre todo los responsabl­es, que pasa por convencer a las personas de que es indigno que la gente viva sin trabajar. Todo el mundo tiene que comprender que se vive sólo del trabajo y haciendo un esfuerzo para la comunidad a la que pertenecem­os y en la que tenemos derechos y también deberes.

Pero existe el extendido prejuicio de que muchos son pobres porque son vagos…

No. El pobre no es vago. He visto que cuando al pobre se lo recibe como un hermano reacciona como tal dignamente. Si al pobre se lo desprecia, se le grita, no se lo trata de una manera respetuosa, se encierra y no avanza más. Hace falta una pedagogía humana hacia los que sufren. Tienen heridas profundas y para que sanen se necesita mucho tiempo. Hace falta ayudarlos a que se reencuentr­en con su dignidad. Y eso no se consigue con un decreto.

¿Por qué cree que un país potencialm­ente tan rico como la Argentina tiene tantos pobres?

La base está en la educación porque, en definitiva, no supimos ser responsabl­es ante la riqueza que Dios nos dio, no supimos compartirl­a de una forma más justa y honesta. Quizás aquí hubo mucha pelea por quién iba a ser más rico, más poderoso, quién iba a tener más honores, más privilegio­s. Aquí padecemos un poco la enfermedad de aparentar. ¿Por qué no somos lo que somos?: hermanos. Y como tales, ¿por qué no nos ayudamos? Todos somos iguales ante la ley y ante Dios.

Usted reclama justicia, pero también honestidad…

Porque hay mucho dinero que se roba y que se esconde. Hay mucha corrupción. La corrupción tiene que desaparece­r. La Argentina siempre fue creyente. Más allá del respeto a los que no creen y a los que pertenecen a otras religiones, aquí hay raíces cristianas que no se pueden ignorar y el Evangelio tiene todas las virtudes para que seamos felices juntos, en la fraternida­d, en el compartir, en el dar la vida por el hermano.

Usted estuvo hace poco con el Papa, que hace mucho hincapié en los pobres…

¡Y que parece que el año que viene va a ir a Madagascar! Un hombre que tiene mucha paz, mucha energía y mucho espíritu evangélico en el corazón. Me recibió como un padre, con una calidez humana que me sorprendió, y una gran atención.

Hace tiempo que se baraja su candidatur­a para el Premio Nobel de la Paz…

Tengo pocas chances de recibirlo porque soy un sacerdote católico. Pero a mí la gente de mi pueblo me da el Nobel todos los años…

Le retribuyen su entrega…

A ver… nunca tuve nada y al mismo tiempo lo tengo todo. Porque cuánto más compartí, cuánto más di, más recibí. ■

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D. WALDMANN Misión. “La base es la educación... aquí se peleó mucho por quién iba a ser más rico o poderoso”, opina Opeka de la pobreza en Argentina.

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