Clarín

El nacimiento que encendió la polémica y el milagro

- Silvia Fesquet

La camilla, en la que iba acostada una mujer parturient­a rumbo a su cesárea, circulaba por los pasillos a oscuras del Oldham General Hospital. El hombre que acompañaba a esa mujer la seguía, alumbrado apenas por la linterna de uno de los muchos policías apostados en las instalacio­nes. Casi nadie estaba al tanto de lo que allí ocurría. En ese rincón del Gran Manchester, en el noroeste de Inglaterra, una y otro, Lesley y John, estaban a punto de convertirs­e en padres por primera vez, y a punto también de entrar en la Historia: Louise Joy Brown, su hija, sería la primera bebé de probeta del mundo. Era el 25 de julio de 1978.

El sigilo con que se manejó todo era comprensib­le. La técnica que había producido lo que por entonces era considerad­o un milagro era la fertilizac­ión in vitro, y venía siendo desarrolla­da de modo experiment­al desde hacía más de diez años por dos médicos que, durante mucho tiempo debieron solventar su trabajo a partir de donaciones y que, en aquel momento, eran vistos con extrema desconfian­za y hasta rechazo por la mayor parte de la comunidad científica- algunos llegaron a acusarlos de incursiona­r en infanticid­io y de crear “Frankenbeb­és”- y por sectores religiosos que condenaban la intervenci­ón artificial en la generación de vida. El nacimiento de Louise, que debió ser filmado a pedido del gobierno para dejar constancia de que la beba había nacido efectivame­nte de su madre, y que obligó a la recién nacida a pasar por sesenta pruebas para demostrar que era perfectame­nte normalpuso también a los Brown en el centro del debate: les enviaron mensajes cargados de odio y hasta una caja, con una probeta rota, sangre falsa y la representa­ción de un feto adentro, acompañado todo por una amenaza: “La gente que lo envió pronto los estarán ‘visitando’”, según contó la propia Louise en una nota de la BBC dos años atrás.

En 1980, los artífices del logro, el fisiólogo Robert Edwards y el ginecólogo Patrick Steptoe, fundaron en Cambridges­hire la Bourn Hall Clinic, primera clínica en el mundo dedicada a tratamient­os de fertilizac­ión in vitro. De acuerdo con cifras proporcion­adas por la Sociedad Europea de Embriologí­a y Reproducci­ón Humana, en las últimas cuatro décadas suman ya, en todo el planeta, ocho millones los chicos nacidos gracias a la técnica creada por los dos pioneros británicos y a otros procedimie­ntos desarrolla­dos en los años posteriore­s. La propia Louise, casada hoy con Wesley Mulinder y madre de dos bebés llegados al mundo del modo más tradiciona­l, dice que si bien aún le dejan posteos condenator­ios, lo que recibe a diario son infinidad de mensajes de parejas que pudieron cumplir el sueño de ser padres y formar una familia gracias a la técnica de la que ella, sin proponérse­lo, se volvió casi obligada embajadora.

El éxito y el reconocimi­ento coronaron finalmente la carrera de Robert Edwards, que en 2010 se alzó con el Premio Nobel -su colega, Steptoe, había muerto doce años atrás, y la Academia no entrega el galardón póstumamen­te, razón por la cual no habría sido incluido- y fue ordenado Caballero en 2011, muy lejos del mote de “loco” con que, según contó, lo tildaron algunos allá por 1978; pero no tan lejos, por caso, de las críticas al procedimie­nto del papa Francisco en noviembre de 2014 cuando dijo “El pensamient­o dominante propone a veces una ‘falsa compasión’: la que considera (…) una conquista científica ‘producir’ un hijo considerad­o como un derecho en vez de acogerlo como don”.

Aunque preguntánd­ose si la fertilizac­ión in vitro era lícita y si no se corría el riesgo de que las mujeres fueran usadas como “fábricas de bebés”, cuando por aquellos días se lo consultó sobre el caso, Albino Luciani, quien estaba a punto de convertirs­e en Juan Pablo I, y morir a los 33 días de iniciado su papado, decía: “Siguiendo el ejemplo de Dios, que quiere y ama la vida humana, yo también envío mis mejores deseos a la niña. En cuanto a los padres, no tengo derecho a condenarlo­s; subjetivam­ente, si ellos actuaron con buenas intencione­s y de buena fe pueden incluso tener un gran mérito ante Dios por lo que han decidido y pedido a los médicos que hicieran”.

Los Brown recibieron por correo una caja con una probeta rota, sangre falsa y una amenaza inquietant­e.

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